Hollywood es una maquina que devora y escupe. Las estrellas desaparecen tan pronto como llegan y no hay piedad con ellas. De la cima de mundo a subproductos de serie B hay solo una mala decisión. Es una industria que hasta hace poco siempre ha mirado hacia el otro lado cuando se producían barrabasadas en ella. Ahí estuvo Weinstein abusando durante años mientras se hacían chistes en teleseries y todos reían sabiendo lo que ocurría sin hacer nada.
Brendan Fraser fue uno de esos juguetes rotos de Hollywood. El actor era una de los actores más exitosos durante los años 90 gracias, principalmente, a la trilogía de La Momia y papeles como el de George de la Jungla. Era alto, guapo y fuerte. El físico que Hollywood quería. Tras lesionarse por no utilizar extras y decir que sí a cada papel por miedo a desaparecer su cuerpo dijo basta. Tras innumerables lesiones y accidentes decidió tomarse su carrera con más calma, pero la industria no se lo permitió.
Le costó volver a la actividad, y cuando parecía que lo lograba sufrió un abuso sexual por parte de un periodista. El actor lo contó en 2018, tras la llegada del Me Too y explicó el trauma que sufrió y cómo esto provocó que volviera a retirarse de la actuación. Hollywood le debía una disculpa, y ha llegado en forma de uno de esos papeles con los que un actor sueña toda la vida, el de Charlie, el protagonista de The Whale, el nuevo filme de Darren Aronofsky presentado en el Festival de Cine de Venecia.
La adaptación de la obra de teatro de David S. Hunter cuenta la historia de un hombre con obesidad mórbida aislado en su casa, con problemas de movilidad y con apenas ganas de vivir. Sus encuentros con su hija a la que abandonó, con su cuidadora y otros personajes son el centro de un filme conmovedor, áspero, a veces incómodo y finalmente humanista. Una película que dentro de su sordidez esconde un canto a la bondad en un momento donde el cinismo, el individualismo y los fundamentalismos imperan. El propio título juega irónicamente con el tamaño del personaje y la referencia constante a Moby Dick durante todo el metraje.
Darren Aronofsky ha logrado una de sus mejores películas, y lo hace comandado por la interpretación colosal de Brendan Fraser, que consigue no esconderse y desaparecer dentro de los kilos y kilos (130 exactamente) de prótesis y conmover con una mirada, con su voz profunda. Es una actuación al límite, en lo físico y en lo psicológico, que le hará recoger todos los premios de la temporada y le convierten, desde ya, en el favorito a la Copa Volpi al Mejor actor y al Oscar en la próxima edición.
Pero sería injusto que The Whale quedara dentro del cajón de 'películas con grandes interpretaciones', porque hay mucho cine en esta película que logra esquivar otro de sus principales riesgos, la herencia teatral del material de partida. La película decide no salir nunca de la casa del protagonista, y vemos incluso acercarse a los personajes por las ventanas del piso sabiendo que alguien va a llamar a la puerta pocos segundos después. Sin embargo, Aronofsky construye este drama psicológico sobre la redención y la necesidad de amar como si fuera un thriller. Tensando la cuerda poco a poco, sin recurrir a excesos sentimentaloides y llegando a un clímax que arrasa. Un filme que comienza descolocando, hasta que uno entiende que dentro impera un cuento sobre cómo los seres humanos son incapaces de no cuidarse.
No hay solo una historia de perdón en The Whale, para comprender su magnitud hay que estar atento a todo lo que la rodea y la define. La religión como forma de opresión, la homofobia en una ciudad republicana de EEUU, el problema con el consumo de comida, la importancia del físico… lo que ocurre fuera de ese apartamento, y que de vez en cuando entra, es una crítica a la sociedad actual y a cómo lleva a personas como Charles al límite, a no querer continuar.
También sería ingrato mencionar solo el trabajo interpretativo de Brendan Fraser. Aunque seguramente acabe tapando a los demás en los premios, hay en The Whale un reparto perfecto con personajes que completan al protagonista. Está Sadie Sink, la chica de moda por Stranger Things como su hija, pero sobre todo Hong Chau como su enfermera. Las escenas entre ambos son conmovedoras y dulces sin ser empalagosas, y ambos tienen una extraña química que convierte sus momentos juntos en únicos.
Un filme que ha tardado diez años en rodarse, como contó el director en la rueda de prensa. No por falta de presupuesto, sino porque no conseguía encontrar al actor perfecto. Fue cuando vio a Brendan Fraser en una película de bajo presupuesto brasileña cuando se le encendió la bombilla y se dio cuenta de que era él. Tras una comida juntos no tuvo ninguna duda. Tenía a su Charles, al que Fraser ha definido como el personaje más complejo de su carrera, pero también como “el más heroico” que ha interpretado nunca, “porque su superpoder es ver el bien en los demás”. El reto está más que superado, y sin duda recibirá su recompensa en forma de premios y nominaciones en una carrera que acaba de dar el pistoletazo de salida.