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Crítica

Cannes y Cate Blanchett se ríen del G7 y la geopolítica mundial en la divertida ‘Rumours’

Cate Blanchett interpreta a la canciller alemana en 'Rumours'
19 de mayo de 2024 15:57 h

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Parece raro que con la que está cayendo no haya sátiras políticas estrenándose cada semana. Los representantes y las instituciones dan cada día material para que los guionistas tengan el teclado echando humo. Para ello también hacen falta productores que quieran meterse en asuntos espinosos, porque lo de criticar a las élites siempre escuece un poco. Es más fácil atacar a los ‘ricos’, en genérico, que poner rostro y cuerpo a los que generan el sistema donde esos ricos se mueven como peces en el agua. 

En un Cannes marcado por lo político. De la guerra a la huelga de los trabajadores del festival que se ha quedado en apenas unas protestas a metros de la alfombra roja, el certamen siempre acaba impregnado de lo que ocurre en el mundo. Como dice siempre Thierry Frémaux, no es que Cannes sea un festival político per se, es que las películas siempre lo son; y el debate se traslada de la pantalla a los espectadores. 

Este año se ha hablado, de momento, de la corrupción y la represión (en Tres kilómetros hasta el fin del mundo); de los olvidados en los márgenes (Bird); de transexualidad y feminicidios (Emilia Pérez) y hasta de qué tipo de sociedad queremos para el futuro (Megalópolis). Pero, de nuevo, los que tienen en su mano las medidas para cambiar o solucionar estos problemas nunca aparecen en el relato. 

Sin embargo, el festival tenía preparada una sátira donde no es solo que aparezcan, sino donde son los absolutos protagonistas. Se trata de Rumours -que se ha presentado fuera de concurso-, la película que ha dirigido Guy Maddin junto a a Evan y Galen-Johnson y cuya sinopsis ya invita al regocijo. El G7, ya saben, los líderes de los países más importantes a nivel económico del mundo, se reúnen en una cumbre para redactar una declaración sobre una crisis. Lo que no esperaban es que alrededor la gente desapareciera y se enfrentaran a una amenaza extraña que no comprenden. 

La propuesta del trío de cineastas mezcla lo fantástico con lo político, pero sobre todo no deja títere con cabeza desde su propia escena inicial, en donde se presenta al elenco que interpretará a los presidentes de cada país tras una irónica cartela donde dicen que han contado con la colaboración del G7 real para el filme. Y ahí, con música apocalíptica aparecen ante sus banderas y sus atriles el reparto de estrellas mundiales que han venido a jugar. Lo lidera Cate Blanchett, una de esas actrices a la que le encanta atreverse, probar y divertirse. No hay muchas estrellas que de repente acepten liderar un filme donde interpreta a un alter ego de Angela Merkel. 

Ella es la lideresa alemana y su peinado remite directamente a la antigua canciller. También es la organizadora perfecta del evento y la que lleva la voz cantante, por mucho que el primer ministro francés, un divertidísimo Denis Menochet (As bestas), intente demostrar que es el que más sabe del mundo y hasta repita las frases que dice Alemania como un loro. La trama va dejando dardos geopolíticos en cada decisión, como si fuera inocente que todos siguieran a Alemania como papagayos.

Junto a ellos el presidente italiano, mostrado como un pasmarote capaz hasta de olvidarse el móvil en un evento tan importante. El de EEUU, al que interpreta un Charles Dance que habla con su acento inglés, lo que provoca un gag divertidísimo y el roba escenas del filme, el primer ministro de Canadá, presentado como un guaperas que tiene a todas las presidentas y líderes bebiendo los vientos por él. Incidamos. No hay casualidades en Rumours. El trío de directores mezcla tipos de humor, desde lo más surrealista al dardo político, pasando por ciertos guiños al más físico, con ese Menochet gesticulando como si fuera un slapstick. También hay gags escatológicos (unos seres de otro mundo masturbándose en grupo) y alguna escena muy incorrecta como ese flirteo por el móvil.

Pero lo que hay, sobre todo, es una reducción al ridículo de los políticos, inútiles hasta para encontrar la salida en un simple jardín, y que no son capaces de acabar la única misión para la que se les ha pagado una estancia de lujo en aquel castillo alemán: escribir una declaración contra una crisis invisible que se resuelve con lugares comunes. Nunca especifican sobre qué tienen que escribir, pero da igual, porque sus soluciones son frases vacías, medidas invisibles sin nunca pensar en la gente. De hecho, es a la propia gente a la que representan a quien tienen miedo, como demuestra la decisión brillante de que ante una amenaza exterior lo primero que piensen es que son gente protestando y manifestándose.

Como los propios personajes se dan cuenta en un momento, cada líder representa de forma simbólica a su país, y cómo actúan los personajes es metáfora evidente y hasta simplona de la crítica que plantean los directores, y ahí está ese presidente de EEUU de una edad bastante avanzada que se queda dormido en las reuniones, deja que trabajen otros y apuesta por pasar a la acción y dejarse de bobadas. Todo con siete actores (más un cameo de Alicia Vikander) entregados al delirio, la risa y la crítica geopolítica liderados por una Blanchett disfrutona y paródica. Es cierto que una vez pasada la sorpresa inicial y la brillantez de la idea, la propuesta se agota y sufre para llegar hasta el final, pero qué bien cuando en Cannes se oyen las risas en un teatro Debussy donde normalmente se sufre tanto.

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