La portada de mañana
Acceder
Feijóo pide que el Gobierno asuma la gestión de la DANA mientras Mazón se resiste
El esfuerzo colectivo para no dejar nada sin rastrear en el parking de Bonaire
Opinión - Feijóo entierra a Mazón. Por Esther Palomera

Cesc Gay: “Por suerte, la gente es hipócrita”

Un hombre con cáncer que ha llegado al límite de la enfermedad decide terminar con el tratamiento y dejarse ir, se llama Julián. El otro hombre es Tomás, un amigo de la infancia que vive en Canadá y que decide ir cinco días a Madrid para despedirse de Julián. Cinco días que ambos emplearán para encontrar unos dueños al perro de Julián, Truman. Cesc Gay es el único capaz de contar esta historia sin abusar de sentimentalismos. El humor negro se combina con el drama de forma excepcional en Truman, una película que ha conmovido profundamente a toda la crítica y a todo el público de este Festival de San Sebastián. Difícilmente se irán de aquí sin rascar nada en la gala de clausura.

Julián es Ricardo Darín, cuyo darinismo, o sea, ser Darín en mayor o menor intensidad, ha tocado techo con esta película. Su trabajo es sublime, se lleva el personaje hacia dentro y lo convierte en él. A este actor le da lo mismo ser Julián, que Tomás, que el propio Truman (el perro): clavaría todos los papeles. Tomás es Javier Cámara cuyo trabajo, aunque no brilla tanto como el de su compañero, es bastante más complicado. Cámara es nuestros ojos en este periplo hacia la tragedia, probablemente no haya actores tan generosos como él. El resultado es claro, intenso, crudo, reconciliador, divertido y emocionante.

Nos encontramos con el realizador catalán en el Hotel María Cristina, rodeados de cámaras, actores, periodistas, jefas de prensa, agentes, guardaespaldas y huéspedes. Cesc es un tipo carismático y rotundo al que no le cuesta empatizar y que disfruta de la conversación.

La película es delicada, realista... Has tenido que vivir algo parecido.

Sí, y evidentemente no la del personaje de Ricardo Darín, pero lo viví como acompañante. A partir de todos esos meses empecé a escribir las cosas que iban pasando. Era algo más de necesidad, no lo hacía pensando en hacer una película. Pero vivía escenas de mucha intensidad y crueldad, situaciones que me fueron atrapando y que fui acumulando mientras observaba la reacción de la gente. Me sorprendía mucho lo complicado que era gestionar estos momentos. Era una especie de diario caótico. Después de Una pistola en cada mano me di cuenta que era un temazo y empecé a darle forma.

Últimamente me da la sensación de que el cáncer es el detonante favorito de los que hacéis ficción.

Me imagino que a nivel estadístico los directores que ahora tienen 25 años no harían este guión nunca. Pero la gente de cierta edad... Bueno yo tengo 48 y ya se te muere la gente. Te rodea el cáncer como te rodea la enfermedad y la muerte y desgraciadamente cada vez se te muere gente más joven. Como director y a esta edad puedo hablar de ello. No sé qué pasará cuando tenga 70, (se ríe) ¡A los 70 la comedia puede ser tremenda! Imagínate ya con esa distancia, que te ha pasado de todo y tú sigues ahí, vivo. Yo, Truman la he hecho desde el miedo.

Lo desagradable, lo crudo de la enfermedad lo eliminas. ¿Por qué?

No me interesaba. Es la historia de alguien que tiene que ver a un amigo porque se va. No quería a un tipo en crisis o hecho polvo. Quería a alguien que ya ha tomado todas las decisiones y que quiere terminar bien, rápido y bonito. El problema lo tienen los que le rodean.

¿Elegiste a Darín antes o después de escribir el guión?

Me obligo a no pensar en nadie cuando escribo; primero porque te decepcionas, porque no pueden y segundo porque entonces escribes como él (el actor en cuestión) habla. Un guionista tiene que construir un personaje, darle identidad y que él solo se defienda.

En una escena Ricardo Darín está en un bar con Javier, y observa como un viejo conocido entra en el bar y aunque le ve no le saluda. Actúa así por incomodidad o hipocresía no por mala educación. Darín se levanta y le reprende en una de las escenas más violentas y también más divertidas de la película. En todas tus películas colocas a tipos que desenmascaran a otros. ¿Te gustaría que abundaran más?

Por suerte, la gente es hipócrita. Es la base de la vida en común. Si nos estuviéramos todos diciendo lo que pensamos los unos de los otros sería un desastre. Hoy en día con la impunidad de nuestros móviles decimos cosas brutales. ¿Qué necesidad hay de hacernos daño? La hipocresía está infravalorada, es respeto a fin de cuentas. “Tu novia me parece fea y estúpida”, no hombre, si estás enamorado qué más da.

Truman, el perro, es el mcguffin de la película pero también simboliza la lealtad. Hay gente a la que no le gustan los perros, no sé si lo van a entender tan bien.

Es cierto que la gente que tiene perros es como si fueran sus hijos. Simplemente me gustaba que Darín no fuera un personaje rodeado de una familia, le quería solo, con una ex (ni siquiera una novia) y que su hijo fuera ya mayor y viviera fuera. El perro es el compañero ideal y además yo buscaba que durante esos cinco días de ficción que dura la película él tuviera que hacer algo. Eso es muy importante. Sea porque el personaje tiene que matar a alguien o porque no sabe qué hacer con el perro. Además ayuda a equilibrar el drama y la tragedia.

¿Te costó mucho no caer en el chantaje sentimental?

Era uno de los trabajos que teníamos que hacer. La película tiene que ganarte en lo emocional. Hay giros muy negros, muy bestias, pero intentamos no frivolizar, porque cuando te pasas con el humor, cambias de tono. Esta es una película que toca bien, no me gusta hacer ese cine angustioso donde se pasa mal. Con Truman puedes salir tocado pero contento de haber pasado por esa experiencia.