Cuando Clint Eastwood exigió que el reparto de Gran Torino estuviese formado por hmong, muchos pensaron que era otro de sus caprichos sin importancia. Pero no existe el azar en la cinematografía del director ni en su promiscuo ideario político. La elección étnica de los actores era una llamada de atención sobre las vergüenzas que esconde su país en el corazón de la selva asiática. Aunque hmong significa “pueblo libre”, su realidad es radicalmente opuesta. No encontraremos a los miembros de esta minoría del norte de Vietnam paseando por las calles de Bangkok o comprando en los mercados de Hanói.
En Asia han retorcido la etimología hasta convertirles en bárbaros por elegir el bando incorrecto durante el conflicto de Vietnam. La guerra de estos nómadas clandestinos no acabó con la caída de Saigón el 30 de abril de 1975. Aunque Estados Unidos vació hace treinta años el país en la Operación Frequent Wind, se dejó olvidado un pedazo de conciencia política en las montañas de Laos. Concretamente un ejército fantasma de miles de hombres y niños hmong que lucharon para frenar el avance comunista junto a los marines de Lyndon Johnson.
Después de la retirada, los servicios de inteligencia norteamericanos abandonaron a familias enteras de proscritos ante la sed de venganza de los comunistas. El Pathet Lao anunció sin titubeos que pretendía extinguir a los hmong. Pero las tropas occidentales ya habían hecho las maletas para entonces. Nadie les recordó en las felices manifestaciones de Central Park y la Casa Blanca aprovechó para deshacerse de su memoria en la trituradora.
Llegados a este punto, es normal que surjan preguntas sobre una de las grandes operaciones clandestinas de nuestra historia. Para empezar, ¿cómo termina una tribu que vive entre campos de arroz y amapolas formando uno de los brazos más sanguinarios de la CIA? La respuesta es tan incómoda como necesaria. Algunos informes dicen que los agentes secretos se infiltraron en los poblados como ayuda humanitaria y manipularon a sus habitantes con el dulce sueño americano. Otros apelan a la cultura bélica de los hmong, que se remonta a la Segunda Guerra Mundial -donde lucharon junto a los franceses- y a la Guerra de Indochina.
Pero preguntarse solo por el pasado sería lanzarse torpemente contra la misma piedra. Por eso al periodista David Beriain no le interesan las cicatrices, sino las heridas abiertas de un conflicto que continúa saldando sus deudas. El resultado de su búsqueda podrá disfrutarse este fin de semana sobre la gran pantalla de la Cineteca del Matadero. El ejército perdido de la CIA es un poderoso documental que pone el foco sobre “la guerra secreta” que bañó de sangre la única zona protegida por las potencias.
“Los países involucrados habían establecido un tratado de paz en territorio laosiano y terminaron provocando toda una Guerra Fría”, nos cuenta Beriain, que ha visto en primera persona las consecuencias del abandono y la venganza que sufren los hmong en Laos.
La operación del exterminio
El tratado de paz tuvo la relevancia de un papel mojado cuando el Ejército estadounidense vio las oportunidades estratégicas de Laos. La ruta Ho Chi Ming era la principal arteria de supervivencia del Viet Cong, y un estorbo para los norteamericanos que debía desaparecer de la faz de la tierra. Y con ella, decenas de miles de vidas del pequeño ejército aliado hmong. “En 1971, la mayor parte del ejército secreto de la CIA estaba formado por niños menores de 16 años o por mayores de 45”, detalla Beriain.
El favor les fue pagado con ostracismo y castigos para quienes buscan hurgar en la llaga. “Sabíamos que si nos pasaba algo no podríamos salir. No había un plan B, pero no me refiero sólo a que nos metieran un tiro, o que nos raptaran, es que si nos rompíamos una pierna o teníamos un esguince, ya no volveríamos”, contaban en la presentación del documental. Lo mejor que le puede pasar a un periodista que busca la verdad sobre los hmong en Asia son 15 años de cárcel; lo peor, la muerte. Eso como aperitivo de las violaciones, capturas en los campos de concentración y asesinatos endémicos que sufren sus protagonistas a manos del Ejército de Laos.
“Muchos huyeron a Tailandia y los que no pudieron se guarecieron en la selva”. Unos 30.000 hmong pudieron huir a los países vecinos en los años 70 para después trasladarse a Estados Unidos, Francia o Australia, donde adquirieron la condición de solicitantes de asilo. Pero 170 hombres, mujeres y niños permanecen en lo más recóndito de la región Phu Bia, donde asumen su realidad como refugiados sin derechos y delincuentes políticos. No son guerrilleros, son los hijos de la traición y la vergüenza de un país sin olvido ni perdón.
Para poder dar voz a este “puñado de fantasmas”, Beriain y el equipo de 93Metros contaron con la ayuda de Blackbird, la asociación que fue sus ojos durante este viaje en el tiempo, y con dos miembros de la tribu. “Fue como entrar en Apocalypse Now y estar al lado de unas personas que sobreviven comiendo raíces y en las condiciones más jodidas que te puedas imaginar”. La esperanza de vida de este pueblo es tan fútil como la de sus antepasados, que se extinguieron a una velocidad inconcebible para la raza humana.
“En los años 90 apenas llegaban a ser un 20% de su población; a principios de siglo rondaban los 2.000 y ahora son 170”. Unas cifras que se reducen por goteo entre la floresta. El mismo realizador del documental se pregunta si éste será una llamada de auxilio o un homenaje póstumo. “Estamos hablando de una tribu que no puede cultivar por si les localizan y viven alejados voluntariamente de cualquier fuente de agua potable o suministro de comida”, describe Beriain.
El topo de la CIA
La ayuda institucional ha brillado por su ausencia tanto en territorio asiático como en Washington. Pero El ejército perdido de la CIA cuenta con grandes topos para su causa como John Prados, analista militar de la Seguridad Nacional e Inteligencia estadounidense. Prados da las pistas para entender cómo la CIA consiguió convertir a un pueblo discriminado en un ejército, primero a través de pagos y después con la modernización de la sociedad hmong.
Pero la perla confesional de la cinta la ofrece Jack Jolis, jefe del Programa Rascal y uno de los principales cerebros de la operación. “No eran mercenarios en el sentido tradicional de la palabra, no tuvimos que convencer a esta gente para que luchase”, le respondió Jolis al Confidencial. El ex agente también admite que fueron abandonados a su suerte, pero no hubo otra alternativa porque “los hmong fueron parte del colapso general de 1975. Y el colapso de 1975 fue político, no militar”.
Con alternativa o no, el equipo de David Beriain seguirá saciando su contenedor Clandestino con historias de pecados originales que aún pagan sus consecuencias. Después de este primer capítulo, nos adelanta el director, estrenarán otro documental sobre el tráfico con el cuerno de rinoceronte en Sudáfrica y Mozambique. “Para algunas comunidades orientales, los cuernos tienen propiedades curativas, casi mágicas, por los que pagan un millón de euros por cabeza”. Una razón ambiciosa para que este hueso se haya convertido en la nueva joya del mercado negro. El otro largo contará la historia de los guaqueros, los ladrones de tumbas de Perú y su saqueo masivo en el patrimonio latinoamericano.