Cuenta George Miller que Mad Max nació en las gasolineras, cuando en Australia se racionó el combustible en los años setenta. “Solo hizo falta una semana para ver a la gente saltándose las colas, recurrir a la violencia y apuntarse con pistolas, para tener gasolina con la que ir al trabajo”, recordaba el director. “Vi cómo el tejido social estaba dispuesto a desintegrarse en cuanto quitaras algo esencial, como el carburante”.
Vislumbró ahí un apocalipsis sin bombas de neutrones, ni pandemias, ni lluvias de azufre. Un regreso a los orígenes, donde Australia volvía a ser la vieja terra australis incógnita, como durante siglos la imaginó Europa antes de colonizarla y cartografiarla. En ese mito del terreno inexplorado cabían tanto jauja como el confín del infierno, y muchos ven ahí la razón de que tantas veces se use Australia como paisaje del cataclismo.
Las ficciones occidentales requieren una hecatombe que las descarrile de su imparable trayectoria hacia el progreso, pero Mad Max retoma un estado ancestral por dejadez. Es un tiempo futurista con funcionamiento medieval. Un lugar atrapado en sí mismo porque ya no se fabrican cosas. La escasez de energía ha parado la producción industrial y todo lo nuevo debe construirse ensamblando restos de lo antiguo. Un bosque siempre tiene madera nueva, pero en el desierto Mad Max las materias primas son los objetos del pasado. Por el robo o por el Rastro, la única cosecha es el desguace.
Adaptar o morir
El reciclaje que convierte los ejes en bastidores y las vigas en pinchos de carrocería asoma en las costuras de la ficción del propio Mad Max. Su regreso en 2015 ha creado gran sorpresa entre sus seguidores y el germen de la actualización se puede trazar en obras creadas precisamente en su estela. Transformaciones ilegítimas que, recicladas a su vez, afloran en el Mad Max del nuevo siglo. Hay muchas variantes espurias de Mad Max por el detalle nada trivial de que durante décadas encabezó el libro Guinness de los records como la película más rentable de la historia, y porque su segunda parte aparece en el catálogo de cintas favoritas de muchos directores de cabecera, desde David Fincher hasta Guillermo del Toro pasando por James Cameron.
Hay películas formuladas como imitación de bajo presupuesto. Es el caso de la filipina Stryker (Cirio H. Santiago, 1983), un mundo donde se han agotado las reservas de agua y grupos de amazonas custodian los manantiales mientras hordas de vehículos circulan buscando una gota que llevarse a la boca, un racionamiento que será cascada regulable en la versión actual.
Y es también el caso de la italiana Los nuevos bárbaros (Enzo G. Castellari, 1983) donde pandillas motorizadas de cuero aterrorizan las carreteras de un mundo postnuclear. Allí afloran los gritos de vocación religiosa hacia la muerte como éxtasis, que oiremos años después en labios pintados con espray metálico, y destacan las flechas explosivas, que en el Mad Max de 2015 serán lanzas y jabalinas.
Casos de reformulación fallida también han dado sus frutos en ese retruque que regresa a la original australiana como un efecto boomerang. La costosa Waterworld (Kevin Reynolds, 1995) capitaneada por Kevin Costner, era un calco no autorizado del comic Freakwave con el que los británicos Peter Milligan al guión y Brendan McCarthy a los dibujos saltaron el charco en 1983: un mundo apocalíptico totalmente inundado donde un surfista solitario recoge basura entre islas artificiales con violentos restos de civilización.
Muchos abogados se ofrecieron a McCarthy para demandar a la multimillonaria película, pero el dibujante se arredró ante la montaña de papeleo y los costes del proceso. Sin embargo, la historia llegó a oídos del propio George Miller, que le alistó. McCarthy, que había reciclado Mad Max 2 para crear Freakwave, ahora coescribía el guión de la que se convertiría en Mad Max: Fury Road y diseñaba muchos de los nuevos personajes y vehículos.
Masa furiosa
Pero el ingrediente más llamativo de la nueva versión de Mad Max ha colapsado foros y ruedas de prensa. “Mientras leías el guión, pensaste alguna vez ¿qué hacen aquí todas estas mujeres? ¡Yo pensaba que era una película para hombres!”, le preguntaba al protagonista Tom Hardy un periodista que compartía la inquietud de encontrar una película de acción donde el personaje más resolutivo era una mujer, la conductora Imperator Furiosa. Un runrún de sorpresa que ha llamado al boicot a la película “por feminista”, una indignación en la fe de que la adrenalina en movimiento es un club exclusivamente masculino.
Quienes solo referencian el cine con el cine han visto el origen en las películas de “cárcel de mujeres”, que estableció unos lugares comunes que la película adopta en la fuga de esposas. Pero, al hilo de la participación del dibujante McCarthy es mucho más probable que el ingrediente central sea el tebeo Tank Girl, escrito por Alan Martin y dibujado por Jamie Hewlett, quien junto a su compañero de piso David Albarn inventó la banda virtual de rock Gorillaz.
Tank Girl es un tebeo británico emplazado en una Australia apocalíptica, de nuevo heredera de la australis ignota y de Mad Max donde -como indica el título- una chica de pelo rapado conduce un tanque, y que se seriaba en la revista Deadline, en plena efervescencia de publicaciones musicales.
En los años noventa Tank Girl, con su lenguaje irreverente, sus alusiones pop y su insistencia en mantener relaciones con un canguro antropomorfo, se convirtió en un icono del empoderamiento femenino en el ambiente punk del cambio de siglo. No es descabellado decir que, veinticinco años después, la chica rapada que conducía un tanque se ha convertido en la chica rapada que conduce un camión acorazado.
De hecho, dibujos preparatorios de McCarthy muestran que la estética de Tank Girl planeaba sobre los personajes y estaba presente en la formulación de la nueva película. Veinticinco años en el papel, un instante en el celuloide: un cambio progresivo que, cambiado de contexto, parece instantáneo. Una flor de reciclaje, un brote verde de un folclore donde todo se retoma por el robo o por el Rastro, un rehacer historias de las historias que nacieron de tus historias, como en una condición forzada por el racionamiento. Los hijos de Mad Max hacen también ellos a Mad Max, en un bucle inagotable.