El cine español anda alborozado. Festival internacional que anuncia sus secciones, festival que cuenta con películas españolas. Esto no siempre ha sido así. Durante mucho tiempo los grandes certámenes eran territorio solo de autores consagrados como Almodóvar o Coixet, y costaba mucho que hicieran hueco a otros nombres. Pero este 2022 algo ha cambiado gracias a una generación de productores que han apostado en los últimos años por el nuevo talento y que están cambiando las cosas. Es un camino que ya llevaba unas etapas andado, pero que este año se ha consolidado.
En febrero Carla Simón ganó el Oso de Oro en la Berlinale. Lo hizo en una edición donde Isaki Lacuesta también estuvo en la Sección Oficial y la debutante Alauda Ruiz de Azúa en Panorama. Unos meses después, el Festival de Cannes continuaba la senda. Albert Serra competirá por la Palma de Oro con Bora Bora, Sorogoyen presentará As Bestas en Cannes Premiere y Elena López Riera debutará con El agua en la Quincena de realizadores. Además, dos directoras presentarán sus cortos en Quincena y Semana de la crítica.
Cine que viaja, que demuestra que nuestros directores están a la altura de los grandes autores mundiales y que son eso que a menudo se denomina Marca España. Competir en Cannes significa estar entre las grandes obras del año. Ganar el Oso de Oro es como ganar una Champions, aunque no se le dedique tantos minutos en los telediarios ni en las conversaciones. Cine hecho con esfuerzo y con menos ayuda del Estado de la que parece. Si se analizan las películas que han ido este año a festivales internacionales (sin contar el de San Sebastián, donde tiene cabida gran parte del cine español del año) uno tiene una radiografía bastante exacta del modelo de cine que opera en España.
De las tres películas que fueron a Berlín, dos de ellas, Alcarrás y Cinco lobitos, salieron de las ayudas selectivas, mientras que una lo hizo de las generales. La misma proporción que en Cannes. Bora Bora (única en competición por la Palma de Oro) y El agua recibieron las ayudas selectivas en sus respectivas convocatorias. As Bestas fue la única que optó a la ayuda general. Al observar las películas que han recibido cada una de las ayudas queda claro que el cine de festivales sale de las ayudas selectivas, que son las que reciben mucho menos dinero. Aquellas reservadas para “óperas primas” o “películas complejas” y que como poco recibe tres veces menos que la otra partida, destinada al cine industrial y hecho para vender entradas. Es decir, el cine de calidad recibe menos apoyo.
Un rastreo por las ayudas de los últimos cinco años del ICAA indica que 19 películas de las que estuvieron en certámenes como Cannes, Venecia, Berlín, Cannes o Rotterdam pertenecen a esas películas pequeñas. Nueve a las 'comerciales'. Más del doble de aquellas a las que se dedica la menor parte del dinero a la producción del fondo de la cinematografía del Ministerio de Cultura. El año donde esa diferencia se ve más clara es 2018. Aquel año se dedicaron a las ayudas generales para la producción 35,5 millones de euros y de todas las elegidas salieron tres películas a los grandes festivales: Madre, de Rodrigo Sorogoyen (Venecia); Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar (Cannes) y Paradise Hills, de Alice Waddington (Sundance).
A las ayudas selectivas se dieron 8,5 millones (cuatro veces menos). Siete películas viajaron por el mundo, entre ellas la ganadora del Goya, Las niñas, de Pilar Palomero, que fue a Berlín. También entre las elegidas estaba Libertad, de Clara Roquet (Cannes); O que arde, de Oliver Laxe (Cannes); La virgen de agosto, de Jonás Trueba (Karlovy Vary); Eles transportan a morte, de Helena Girón y Samuel M. Delgado (Venecia) y Mi vacío y yo, de Adrián Silvestre (Rotterdam).
Menos dinero y menos presupuesto
Las ayudas selectivas son las que están produciendo el cine de prestigio a nivel mundial, y parece que desde el Ministerio de Cultura se están dando cuenta. De los 5,3 millones que se destinaron en 2017 a los 15 millones de 2021 hay bastante diferencia. Para 2022, de hecho, se prevé una partida de hasta 20 millones de euros. Mejoras que hacen que entren más producciones y más ambiciosas. Los retoques en los requisitos también han ayudado a que filmes como Alcarrás o Bora Bora hayan podido entrar en estas ayudas. Ya no hay límite de presupuesto. Antes, solo las películas que costaban poco dinero podían entrar.
Por ejemplo, en 2019 el importe máximo que podía recibir una película era 500.000 euros mientras que en las generales era el doble, un millón. Además, ninguna película podía tener un coste de producción de más de 1,8 millones de euros. Esto provocaba una diferencia abismal entre las películas que pedían las ayudas selectivas, demasiado pequeñas para competir de tú a tú con otras industrias que apoyan más su cine; y entre las que pedían la ayuda general, con presupuestos más abultados pero cuyos criterios para obtenerla olo valoran la rentabilidad económica del proyecto. Esto provocaba que películas autorales de más presupuesto se quedaran en tierra de nadie, como le ocurrió en 2020 a Paula Ortiz, que quedó fuera de las ayudas generales con su adaptación de La lengua en pedazos de Juan Mayorga. En la última convocatoria convocada, la de 2022, el máximo de ayuda está en 800.000 euros y no existe ya un límite de presupuesto.
Invertir en credibilidad
Ese tope de ayuda de 800.000 euros hace que las películas que reciben esta ayuda tengan un límite de presupuesto de en torno a dos millones. Por eso, Marisa Fernández Armenteros, productora de Cinco lobitos pide no hacer “discursos triunfalistas”. “Muchas de las películas que más viajan internacionalmente o que más prestigio tienen vienen de estas ayudas selectivas, de las más pequeñitas, y casi todas se hacen con un límite de presupuesto que está en los dos millones de euros. Está bien ir a festivales e ir a premios, pero también compitiendo, porque en los países vecinos a ese cine autoral se le da más dinero y tienen mejores condiciones. Muchos no nos podemos permitir rodajes de ocho semanas. Del dinero que tenemos las productoras, los costes se miden al milímetro, y tiene mucho mérito lo que se está haciendo, rodando con presupuestos más bajos que otros países y llegando a estos festivales. Por medio hay mucha capacidad de sacrificio de directores, guionistas y productoras independientes”.
Está bien ir a festivales e ir a premios, pero también compitiendo, porque en los países vecinos a ese cine autoral se le da más dinero y tienen mejores condiciones
Para Rafal Molés, productor de El agua, que se presentará en Cannes, hay que cambiar la forma de pensar en las películas. “Es importante que haya películas que rompan la taquilla, pero igual que esas películas aportan mucho al cine, hay que darse cuenta de que las selectivas también aportan mucho, y son las que van a los festivales. Suman credibilidad, y también contribuyen a que la gente quiera ir a las salas o a las plataformas a ver cine español. Nosotros tenemos claro lo que aporta el cine industrial, pero nosotros también aportamos desde el cine de autor a generar un sentimiento de que tenemos un cine de calidad, y eso es importante, porque generas un cambio para que la gente vea una película española y quiera entrar. Y eso lo aporta Carla Simón, o Elena López Riera. Hay que invertir más en esa credibilidad. Parece que se da por hecho que se pueden hacer de forma barata, pero son estructuras de producción más complejas”, opina. En el futuro más cercano, una ley audiovisual y una ley del cine de las que los productores esperan que, si la cinematografía española quiere seguir apostando por los festivales, defiendan este tipo de cine.