El cine fantástico árabe actualiza mitologías propias con lenguaje occidental
“Me sorprendía mucho que nadie hiciese películas de fantasía y terror en Egipto, y terminé por plantearme, '¿por qué no ser yo el primero?'” Estas declaraciones del director egipcio Marwan Hamed (nacido en 1977) nos ayudan a enmarcar el sentido de Espectros árabes, sección especial incluida en la XXXVI edición de la Mostra de València-Cinema del Mediterrani, que se celebra entre los días 15 y 24 de octubre. El tercer largometraje de Hamed, The Blue Elephant (2014), intriga paranormal basada en un best-seller local del escritor Ahmed Mourad, forma parte de Espectros árabes junto a otros cuatro títulos fantásticos producidos durante la última década en el Magreb. Todos ellos, prácticamente inéditos en nuestro país, ponen de manifiesto el ejercicio incipiente en aquella región de un género cinematográfico que, a juicio del director artístico de la Mostra, Eduardo Guillot, “plantea importantes reflexiones sobre la identidad y la situación política y social de cada país”.
Acompañan a The Blue Elephant en esta sección del certamen su secuela, The Blue Elephant 2: Dark Whispers (2019), asimismo dirigida por Marwan Hamed y protagonizada por Karim Abdel Aziz en la piel de un terapeuta tan caótico en su vida personal como efectivo en la resolución de dolencias psiquiátricas inexplicables; Warda (2014), obra de otro realizador egipcio, Hadi El Bagoury, que apela al metraje encontrado para contar una posesión diabólica; Kandisha (2008), en la que el guionista y director Jérôme Cohen-Olivar ofrece una mirada renovadora sobre una terrorífica figura del folclore marroquí; y Dachra (2018), mixtura sorprendente a cargo del tunecino Abdelhamid Bouchnak de brujería, niños perversos y canibalismo que tuvo su debut internacional en la Semana de la Crítica del Festival de Venecia.
Fantasía occidental, tradición oriental
Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de fantástico árabe? Las cinco películas programadas por la Mostra de València hacen gala, en efecto, de peculiaridades argumentales propias de los países en que han sido producidas. Pero, al mismo tiempo, su codificación genérica en tanto terror, maravilla y suspense responde punto por punto a lo que entendemos en Occidente como cine fantástico. Ese reconocimiento inmediato de un cierto lenguaje del fantástico por parte de espectadores franceses, estadounidenses o españoles nos obliga a preguntarnos por la tradición fantástica del audiovisual árabe y, de existir, por la imbricación en la misma de películas actuales producidas en Túnez, Egipto o Marruecos como las que exhibe este año en la Mostra.
Lo cierto es que, como la autora y el autor de este artículo señalábamos en el último capítulo de Supernovas: Una historia feminista de la ciencia ficción audiovisual, la literatura fantástica surgida en el mundo árabe entre los siglo IX y XI articuló lo utópico, lo sobrenatural y lo protocientífico en clave de fábulas morales alineadas con los preceptos del Corán. No cabe hablar de fantasía tal y como la entendemos en Occidente, donde el género adquiere carta plena de naturaleza como reacción a la victoria entre los siglos XVIII y XIX de la Ilustración en los escenarios socioculturales europeos y norteamericanos. Resulta sintomático que sea tras la Segunda Guerra Mundial, al forzar las circunstancias históricas una dialéctica con Occidente más intensa a la establecida durante las colonizaciones de la región, cuando la fantasía y la ciencia ficción han tenido ocasión de florecer en el Magreb con rasgos que beben de nuestra modernidad.
Como ha detallado Jesús Palacios, el ámbito literario ha sido en cualquier caso más propicio a la expresión local de este fantástico teñido de influencias que el audiovisual, sometido a notables condicionantes industriales, geoestratégicos y religiosos. De los mismos solo habían escapado hasta años recientes curiosidades como las producciones egipcias Anyab (1981) —réplica de The Rocky Horror Picture Show (1975)— y Al Ens Wa Al Jinn (1985). Por ese motivo los realizadores que, como Marwan Hamed, se han preguntado por la ausencia del fantástico en las cinematografías de sus países natales, en realidad estaban echando de menos las manifestaciones del género producidas por Hollywood, Gran Bretaña, Francia, Japón y, en años recientes, Netflix, HBO Max, Hulu y otras plataformas de contenidos en línea, última mutación de la globalización audiovisual que atravesamos.
Lo interesante es cómo, al tratar de suplir en la industria de sus países respectivos la ausencia de ese cine fantástico con el que ellos están familiarizados por su educación cosmopolita y acomodada —el director de Warda, por ejemplo, es hijo del conocido productor televisivo egipcio Gameel El Bagoury y sobrino de la estrella de cine Zizi El Badrawy—, las películas resultantes son desde luego asimilables por audiencias internacionales, pero siempre desde el respeto a tradiciones y conceptos que estos nuevos directores ansiaban ver reflejados en pantalla desde perspectivas contemporáneas.
Contestación feminista y “queer”
No se trata por tanto de películas localistas, crípticas o radicales, sino de propuestas abiertas al diálogo intergeneracional, político y cultural. Así, Yehia Rashed, el psiquiatra protagonista de The Blue Elephant y The Blue Elephant 2: Dark Whispers, está lejos de ser un padre y un profesional ejemplar, y entre sus interlocutores se hallan entusiastas del poder de las redes sociales para ampliar sus horizontes sentimentales y profesionales, y mujeres que se rebelan contra el estigma de la enfermedad mental con que la sociedad pretende echar tierra sobre sucesos enigmáticos de los que han sido protagonistas.
En Warda, los misteriosos achaques que empieza a sufrir una joven tras la muerte de su padre son relatados a través de la cámara que lleva siempre consigo su hermano mayor, un aspirante a cineasta que regresa a casa tras residir durante unos años en los Países Bajos. También los tres protagonistas de la tunecina Dachra son estudiantes de cine, a quienes su profesor anima a descubrir horizontes para la imagen más allá de lo social: “Los alumnos me presentaron el año pasado veinte proyectos sobre nuestra revolución de 2011 y los veinte parecían el mismo”. Por su parte, Kandisha apuesta en sus últimos minutos por lo queer y por hacer del espíritu vengativo que da título a la película un brazo armado del feminismo. En esta línea, conviene recordar que Marruecos vive estos días un terremoto social debido a la elección en tres de las ciudades más relevantes del país —Casablanca, Marrakech y Rabat— de alcaldesas pertenecientes a formaciones políticas diversas.
La modernidad de las películas programadas en la Mostra trasciende el abordaje desprejuiciado de temas aún incómodos para los sectores más conservadores de las sociedades retratadas. Sus formas se han adaptado sin complejos a la lengua franca del audiovisual transnacional de hoy, incluyendo las referencias cinéfilas. Warda se conforma en buena medida como versión egipcia de la célebre Paranormal Activity (2007). Dachra es deudora del extreme horror popular durante la primera década del siglo XXI, y además homenajea clásicos como Psicosis (1960) y Amenaza en la sombra (1973). La abogada protagonista de Kandisha evoca a la Clarice Starling (Jodie Foster) de El silencio de los corderos (1991) en su apariencia, su carácter y sus visitas a sujetos inquietantes, uno de ellos encarnado por el actor estadounidense David Carradine. Y en cuanto a The Blue Elephant y su continuación, recurren también a nombres foráneos, en este caso técnicos, a fin de lograr que sus escenas de acción y efectos especiales brillen a la altura de lo que sus directores y el público están acostumbrados a ver en producciones extranjeras de terror.
Todo ello provoca que experimentemos ante los elementos más idiosincrásicos de estas ficciones una sensación de cercanía inesperada: los djinn o espíritus maliciosos que poseen a seres humanos, el Shayj al-islam cuya erudición abarca todas las vertientes ortodoxas y heterodoxas del conocimiento, los prolijos ritos funerarios y las escenas oníricas cargadas de una simbología desconcertante, dejan de representar culturas y mentalidades radicalmente diferentes para hablarnos de inquietudes psicológicas y sociológicas no muy distintas a las que nos asaltan en otras latitudes. Asistir en la Mostra de València a las proyecciones de Espectros árabes no le deparará al espectador tanto una inmersión en imaginarios añejos o exóticos como algo mucho más fructífero: debates en torno al sentido de lo cercano y lo lejano en un mundo aplanado por la superficie de las pantallas. En palabras del director de Kandisha, Jérôme Cohen-Olivar, que ha prorrogado su trayectoria en el fantástico con The 16th Episode (2018), centrada en tres youtubers ansiosos de suscriptores que hallan su merecido en una Casablanca demoníaca, “Marruecos tiene sus propios fantasmas pero el miedo que generan es universal, como lo son los usuarios de YouTube”.
0