El cine de Neus Ballús convierte a personas invisibles en personajes reales
Desde su primer largometraje, La plaga, la realizadora Neus Ballús parece empeñada en explorar maneras un tanto diferenciadas de abordar el cine social y político. Su segundo largometraje, El viaje de Marta, era una propuesta más narrativa que trataba la historia de una adolescente y su despertar a la sexualidad, la vida adulta y las desigualdades por motivos de clase y etnia. Su nuevo filme, Seis días corrientes, llega a las salas comerciales después de su exitoso paso por el Festival de Locarno (sus dos protagonistas recibieron un premio a la mejor interpretación) o Valladolid (cosechó la Espiga de Plata, además del premio del público) y de asomarse fuera de competición en otros certámenes como el Festival L’Alternativa. Su estreno en el ultimísimo tramo del año quizá explica parcialmente su ausencia entre las nominaciones a los próximos premios Goya.
Seis días corrientes retrata con tono más bien humorístico, pero agridulce y no exento de inflexiones dramáticas, una semana de trabajo y vida personal de un trío de fontaneros. Pep, un profesional veterano y perfeccionista, se va a jubilar. Así que Valero, un hombre de humor agrio y poco gustoso de los cambios, tendrá que acostumbrarse a un nuevo compañero. La empresa contacta con Moha, un profesional marroquí, para que esté una semana a prueba. Desde el primer momento, Valero lo rechazará e intentará ningunearlo.
El nuevo filme de Ballús hermana la metodología del documental de creación con las formas de la comedia narrativa. La directora trabajó con unos personajes-persona, actores no profesionales que son fontaneros dentro y fuera de las pantallas, y se alimentó de sus experiencias reales, que modeló a través de las herramientas de la ficción. El resultado transmite una autenticidad inusual que se corresponde con las intenciones de la realizadora. “Tenía ganas de aproximarme al cine de lo real y lo comprometido desde la comedia, que es algo que yo no había visto demasiado y que me parecía un reto en sí mismo”, explica. Su autora afirma que no ha encontrado referentes que le facilitasen el desafío de encontrar un equilibrio entre las diferentes vertientes del proyecto a través del montaje: “Eran setenta horas de material que podían tomar la forma de un cine social muy dramático y lacrimógeno o de una comedia quizá demasiado ligera, que podían ser más documentales y menos narrativas o irse más hacia la ficción”.
En el proceso, la realizadora buscó fallidamente fuentes de inspiración en la comedia del cine clásico, que considera muy basada en el ingenio de los diálogos. “Esas obras se basaban en una muy buena escritura de guion y en una muy buena interpretación de los actores. Yo no contaba con eso, así que no podíamos aspirar a construir esa música de lo cómico”, explica. Así que Ballús se acercó al humor cinematográfico del cine mudo. “Aproveché lo que pude de ahí”, afirma. Este distanciamiento de los modelos más comerciales implica una dificultad añadida en el momento de conseguir financiación. “No es nada fácil conseguir presupuesto para estos proyectos, sobre todo si no hay nombres conocidos delante de la cámara, pero me gusta intentar convencer, trabajar con productores que creen que se pueden dar pequeñas sacudidas a las cosas que tratamos en el cine y la forma cómo las tratamos”, explica.
La vida es una comedia agridulce... y política
Como en sus cortometrajes, Ballús ha partido de la memoria cercana, familiar. El compañero de su madre es fontanero y la realizadora convivió con él desde los doce años: “Recuerdo mucho la época del instituto, cuando comíamos juntos y él explicaba sus experiencias con el clasismo, cómo los clientes a menudo le hacían sentir sucio, o mal tratado o poco reconocido”. Trabajar ese ámbito le permitía hacer lo que tenía en mente: una película sobre el mundo del trabajo que le supusiese explorar algo que le fuese cercano, y que le permitiese hacer “mucho trabajo de campo, que es lo que más disfruto”.
Seis días corrientes aspira a conectar con espectadores variados y amplios, pero no estamos ante una propuesta que se mimetice con los códigos del humor populista que se puede encontrar habitualmente en los cines multisalas. El empeño puede tener algo de paradójico: Ballús representa en pantalla a la clase trabajadora, pero intenta mantener las distancias respecto al tipo de humor habitual en las comedias que intentan seducir a este público. La directora afirma que dudaba sobre si la película iba a conectar con la audiencia. En este sentido, explica que la primera proyección en Locarno supuso una gran liberación: “Vi que la gente se reía desde la primera escena, a pesar del riesgo metodológico que habíamos corrido”. “Estoy muy contenta, porque creo que Seis días corrientes es distinta y a la vez es muy accesible. Y quizá demuestra que puedes conectar con el público mediante algo que no has fabricado en base a un estándar, que el público está preparado para ver cosas diferentes”, remarca.
Incluso en una escena muy agitada, donde una discusión explosiva entre Moha y Valero coincide con los cómicos desajustes de un hogar automatizado que parece salido de Esta casa es una ruina, Ballús apuesta por mantener una cierta distancia. No se busca la escalada humorística que estimule la carcajada, sino que se incorporan paréntesis y se expulsan fuera del encuadre algunos de los momentos más intensos. “Me gusta que el espectador no pueda estar en todas partes. Y no creo que sea necesario enseñar las vísceras de los conflictos”, afirma. La realizadora explica que trabaja “desde una cierta contención. Es como si me gustase guardar una parte de la intimidad de los personajes, aunque sean semificticios”.
La música es uno de los elementos que evidencian el tono particular de la propuesta. Las composiciones de René-Marc Bini establecen un tono cómico un tanto inconcreto, sin el marcado componente humorístico que empujaría las imágenes hacia la farsa o el vodevil. Y transmiten una cierta ductilidad: también cabe lo dramático o lo introspectivo. Ballús revela que la banda sonora fue “una de las guías más importantes para encontrar el tono durante el proceso de montaje, de conseguir ese término medio entre una aparente ligereza y las incursiones en el drama de los personajes, incorporando un cierto de patetismo que puede recordar a los personajes de Charles Chaplin y del slapstick”. La directora de La plaga explica que Bini les proveyó del tema principal ya durante el rodaje y que montaron el filme “contando con material de otros temas, aunque no fuesen las versiones definitivas”.
Ballús explica que Seis días corrientes es una obra sobre la convivencia. Su comedia de personajes busca una empatía y una identificación hacia los personajes un tanto diferenciada, por menos obvia y más conflictiva, de la lógica de las figuras marcadamente positivas y marcadamente negativas que abundan en el cine de género. En este aspecto, la aproximación al personaje de Valero ha resultado complicada. “Aunque Valero y compañía sean una versión de ellos mismos, aunque hayan pasado de personas a personajes en el proceso de hacer la película, tenía claro que había que simplificar solo hasta cierto punto y que debíamos atender a los grises. Al fin y al cabo, son individuos reales a los que aprecio realmente y con quienes he pasado seis años”, explica.
Valero se representa como alguien prejuicioso, con un sentido del humor a menudo agrio y ofensivo, pero no está definido como un villanísimo que nos hace sentir buenas personas por contraste. La condena sin matices de su cerrazón quizá resultaría más cómoda de contemplar. En cambio, Ballús se ha propuesto incomodar un poco a la audiencia: “Que el espectador se ría con él cuando dice barbaridades puede facilitar hacer que nos revisemos a nosotros mismos”. En paralelo, hay una exploración en el personaje. “Trabajo sobre la idea que es difícil aceptar al otro si no te aceptas a ti mismo. Tras ver cómo Valero era capaz de aceptar a Moha después de aceptar sus propias inseguridades, pienso que dentro de los prejuicios quizá hay una insatisfacción personal, un miedo. Y eso es algo que tendría que gestionar quien tiene el problema”, considera la autora.
La larga gestación del proyecto implica que Seis días corrientes se idease antes del ascenso de la ultraderechismo desacomplejado que representa Vox. Ballús, en todo caso, no aborda la radicalidad de los odios expresados a través de agresiones xenófobas u homófobas, sino unas intolerancias más sutiles. “En la gestión de estas cotidianidades puede estar el éxito o el fracaso de cómo gestionamos la diversidad de nuestro país”, opina. Su película habla de “cómo nos relacionamos con quien es distinto a nosotros, que es una de las cuestiones centrales en la existencia de conflictos. Si existen conflictos, normalmente es porque no entendemos al otro, porque no sabemos o no queremos verle como quien es realmente”.
Como ya hizo mediante El viaje de Marta, la directora vuelve a abordar una cierta otredad. En aquella ocasión, exploraba las relaciones entre Norte y Sur en la burbuja con componentes neocoloniales de un complejo hotelero ubicado en Senegal. En esta ocasión, otorga el protagonismo a Moha, un hombre de origen marroquí que intenta ganarse la vida en el área metropolitana de Barcelona. Ballús explica que “darle la voz a Moha no parte exactamente de una reflexión política, sino de algo muy concreto. Valero hablaba muchísimo, no escuchaba a Moha. Y eso es revelador de cómo funcionamos, porque Moha es una persona muy profunda, poética, que tiene muchas cosas que decir sobre nuestra sociedad”. Por el camino, el lampista reconvertido en actor ha conocido la atención mediática, los cuidados a los invitados en los festivales cinematográficos. “Él dice que gracias a la película se le ha visto y escuchado por primera vez. Y es algo bonito para mí y para el proceso del filme, pero también es terrible porque él lleva quince años viviendo aquí”, declara la cineasta.
El viaje de Marta concluía de manera agridulce. Explicaba una historia de maduración que derivaba en un cierto desencanto: su joven protagonista asumía que, aunque se considerase ajena al racismo o a la explotación, no podía abstraerse de un tejido social recorrido por las relaciones de poder. Seis días corrientes escenifica un proceso de aprendizaje y petición de disculpas de ese currante cerrado y prejuicioso, pero no parece proyectar un optimismo banal. Como en la escena final de El viaje de Marta, el gesto de complicidad o de apertura entre dos individuos no implica que el mundo y sus jerarquías cambien. Sí que puede servir, quizá, de un eslabón más para una construcción colectiva. “De alguna manera, Seis días corrientes es una película optimista. Si podemos hacer cambiar ligeramente a alguien como Valero, a varias generaciones vista sí que se cambia mucho. Aunque haya que empujar para ello, claro, como siempre que ha habido que conquistar derechos”, defiende su directora.
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