Coco está pensada hasta tal punto para sonar familiar, que si reducimos su historia al esqueleto esta no es más que un episodio de descenso a los infiernos. Es decir, una nueva revisión de la historia de Ulises viajando al Hades para pedir consejo a su fallecida madre en la Odisea homérica. O del paseo de Eneas en los infiernos narrados por el poeta romano Virgilio, o la búsqueda del saber en los difuntos de Dante en la Divina Comedia. De hecho, en esta película dirigida a cuatro manos por Lee Unkrich y Adrián Molina también hay un personaje llamado Dante, solo que es un perro adorable, alivio cómico natural de la narrativa.
En esta ocasión, Pixar nos narra la historia de Miguel, un niño mexicano de doce años cuya pasión, tocar la guitarra, es tabú en su familia debido a un hecho traumático relacionado con un antepasado. El Día de Muertos, dispuesto a seguir el dictado de su corazón, Miguel robará una guitarra muy antigua que le transportará al mundo de los difuntos. Allí, los muertos le explicarán que si antes del amanecer no vuelve al mundo de los vivos, se quedará atrapado para siempre.
Acusarla de falta de originalidad ralla lo excesivamente obvio, pues esta nueva aventura del estudio de Toy Story no es -ni quiere ser- más que otra vuelta de tuerca a los viajes del inframundo. Coco es un relato intergeneracional y atemporal como casi cualquier fábula que se precie, y su objetivo no es otro que el de emocionar a la vez que ofrecer un mensaje universalmente aprehensivo. Es, en definitiva, una lección de storytelling que llega en el momento adecuado para hacer lo de siempre. Y hacerlo bien.
Más allá del Día de Muertos
La nueva película de Pixar es, sobretodo, una carta de amor a México en tiempos difíciles. De hecho, se estrenó en cines mexicanos antes que en Estados Unidos. Posicionada como líder imbatible el fin de semana de su estreno, en octubre, se hizo con 176 millones de pesos y vendió más de 3 millones de entradas. Además, gustó a la crítica y al público, que convinieron en señalar el respeto a las tradiciones del país había sido un factor esencial de su buen funcionamiento, lejos del carnavalesco imaginario hollywoodiense del Día de Muertos que ejemplifican películas como Spectre de la saga del James Bond de Daniel Craig.
El respeto al calado cultural del país de Octavio Paz es tal que en España, la película se estrenará con el doblaje mexicano. Algo francamente inédito en el cine de grandes estudios que, además, nos remite a una época pretérita en la que los clásicos Disney se distribuían tanto en Latinoamérica como aquí con el mismo doblaje. Al menos hasta que en 1991, con el estreno de La bella y la bestia, se empezasen a realizar distintas versiones en español.
En Estados Unidos la película va por el buen camino, en gran medida por haberse estrenado el fin de semana de Acción de Gracias. Su público parece haber conectado con la historia del niño mexicano perdido en el inframundo de simpáticas calaveras. Y eso augura un buen porvenir a la que es la primera película de la factoría no protagonizada por un hombre-mujer blanco heterosexual.
Pixar sigue trabajando en representar la diversidad dentro y fuera de la pantalla, aunque sus disgustos le cuesta. Hace poco la actriz y escritora Rashida Jones dejó de ser guionista de Toy Story 4 porque “las mujeres y las personas de color no tienen la misma voz creativa en el estudio”, según publicaba Variety. Al fin y al cabo, como muestra, un botón: solo una película de la factoría ha sido codirigida por una mujer, Brenda Chapman, y fue apartada de su obra durante el proceso de creación por diferencias en la concepción narrativa y estética de la princesa protagonista de Brave.
La diversidad trasciende lo meramente testimonial para infiltrarse en la historia de Coco, convirtiéndola en un recorrido entrañable y respetuoso por algunos de los símbolos más arraigados de la cultura mexicana.
Para la memoria quedan la divertidísima aparición de Frida Kahlo, tan pasional y genial como ególatra. O el número musical de La Llorona, canción folclórica sobre uno de los mitos fundacionales del país, fantasma que, dicen, gritaba desconsolado sobre el lago de Texcoco allá por el 1500, llorando las lágrimas de un país que iba a ser descubierto y arrasado por Hernán Cortés y compañía. Son istmeño que envuelve uno de los mejores momentos de la película y que siempre, siempre, nos recordará la rasgada voz de Chavela Vargas.
Coco como resultado de la fórmula secreta de Pixar
CocoMás allá de su calculada emoción, su preciosa ambientación y su absolutamente espectacular apartado técnico, Coco es una de las películas más obvias de la factoría Pixar. Y no lo decimos por sus concesiones al público infantil, sino porque funciona como espejo actual de lo que hizo grande a la casa del flexo.
En ella podemos observar uno de los pilares fundamentales del discurso pixariano: la importancia de la familia, de cuidarla y de crearla obviando la consanguinidad. Nos referimos a la familia de juguetes que Toy Story, a la de insectos en Bichos, a la reunión padre-hijo de Buscando a Nemo y Buscando a Dory o al reconciliación de Los Increíbles. A eso podemos sumar otro de los elementos clave de sus obras: el retorno al hogar que vimos en Wall·e, Monstruos S.A. entre otras.
Cuando la mezcla puramente narrativa hace discurrir el guion, Coco añade otras capas de profundidad a la mezcla. Véase la huella de las personas de nuestro pasado en nuestro presente o el descubrimiento de la falsedad de un mito, pilares de obras como Up. También la obligación íntima de hacer caso a nuestras pasiones de Ratatouille o Brave. E incluso la aceptación del drama como paso infranqueable hacia la madurez que estaba en Inside Out.
Todo junto y repartido aquí y allá, da como resultado esta película que no pretende ser rompedora pero sí consistente. Pues lo realmente significativo del asunto es que la repetición de la fórmula no empañe el resultado final.
Las costuras de la narrativa no desmadejan una historia sobre la importancia del pasado, las relaciones familiares y el recuerdo como uno de los pilares básicos de nuestra formación vital. Algo de lo que ya reflexionaba Miyazaki en El viaje de Chihiro, a la que en cierta medida también remite Coco, cuando dice en boca de uno de los personajes aquello de que “nada de lo que pasa se olvida jamás, aunque tú no puedas recordarlo”.
Coco se explica a sí misma repetidas veces mediante su canción principal que habla, justamente, de recordar. De cómo las personas no viven y mueren, sino que dejan de existir cuando la última persona que las conoció las olvida.