Hace 14 años, un entonces desconocido Martin McDonagh debutaba en la dirección con una comedia gamberra llena de violencia llamada Escondidos en Brujas. Realmente se trataba del salto al cine de uno de los dramaturgos británicos más reconocidos del teatro, y las tablas escribiendo se notaron en una película fresca y divertida que logró una nominación al Oscar al Mejor guion. También trajo el mejor papel hasta el momento de Colin Farrell, que coincidía en pantalla con un imponente Brendan Gleeson. Los orígenes irlandeses de McDonagh se notaban en aquella película, pero no se había atrevido a explotarlos tanto como ha hecho en Almas en pena de Inisherin.
Una película que navega entre la comedia negra, el drama y la reflexión sobre la masculinidad con las señas características del director, con esos guiones llenos de frases inteligentes y afiladas como puñales. Una premisa tan sencilla como la discusión de dos amigos sirve a McDonagh para ofrecer su película más reposada, la menos pendiente de ser brillante todo el rato. Estos dos amigos son Brendan Gleeson y Colin Farrell. El primero es el amigo que deja de hablar al otro, provocando en el segundo una crisis existencial. Todo situado en una Irlanda en 1923, en medio de una Guerra Civil que se escucha de fondo.
Con Almas en pena de Inisherin MacDonagh ha vuelto a convencer a todos. Tiene nueve nominaciones a los Oscar, incluidas las de Mejor película y dirección (la primera de McDonagh) y candidaturas para su reparto. Hasta ahora Farrell nunca había logrado tantos premios —ya ha ganado el Globo de Oro, mismo premio que logró por Escondidos en Brujas— ni el reconocimiento de la Academia de Hollywood, pero confiesa que si tiene que ser honesto, los premios “no son importantes” para él. Eso sí, recuerda la llamada telefónica desde el Festival de Venecia para decirle que había ganado la Copa Volpi al Mejor actor y lo califica como “maravilloso”.
“Cualquier cosa que ponga el foco de atención sobre la película me gusta, porque es una película difícil de vender. No se va a estrenar como Avatar o Black Adam en 3.500 cines. No viene con ese peso, con esa mitología y con la relación que la audiencia actualmente tiene con las películas más grandes. Esto es algo muy íntimo. Es diferente. Se siente diferente. Es una gran película porque se hace preguntas sobre la condición humana y sobre por qué somos como somos y cómo nos comportamos entre nosotros, pero necesita un poco de ayuda. Estamos todavía saliendo de la pandemia, y la relación del público con las salas está en cuestión. Todavía no sabemos qué ocurre, pero estas películas necesitan un poco de ayuda, así que la copa Volpi fue genial, cualquier cosa que atraiga atención sobre la película es genial y lo agradezco, pero lo siento como un premio compartido por todos”, dice sobre la temporada de premios que culminará en unos Oscar que le enfrentarán a Austin Butler y Brendan Fraser.
Farrell demuestra encanto en las entrevistas. Lejos queda aquel enfant terrible del cine al que temían en cada rodaje. Desde Irlanda, con un café y junto a Brendan Gleeson, atiende y monopoliza la conversación. Sirve de contrapunto a la timidez de Gleeson, que cuenta que el reencuentro entre ambos ha sido como si Escondidos en Brujas se rodara ayer. “Es como si no hubiéramos dejado de trabajar juntos. Y encima con un material tan fresco y excitante, así que ha sido precioso. Precioso y muy fácil”, dice Gleeson y Farrell añade que como si solo se hubieran tomado “un descanso para el almuerzo”. Solo que “uno muy largo”.
Como actor tiene claro que ha cambiado. Y mucho. Desde una actitud casi pasota a preocuparse por los proyectos en los que se involucra. “Cuanto más vives, cuanto más profunda es tu experiencia, quizás hay un poco más de sabiduría, nacida de esa experiencia, y creo que eso se nota. A mí, en las primeras etapas de mi trabajo como actor, me importaba una mierda cómo se me percibía a mí o a las películas. Tú lo hacías lo mejor que podías y luego te marchabas. Creo que no sabía cómo manejar lo mucho que realmente me importaba lo que hacía. Cada vez que iba a trabajar me sentía un poco tonto preocupándome tanto, así que convencí de que no me importaba en absoluto. Ahora sé realmente cuánto me importa, y eso hace que ya no vincule lo que valgo como hombre a través de la actuación. Ahora admito cuánto me importa. No hay ningún secreto. Me encanta lo que hago para ganarme la vida. Me encanta contar historias”, zanja.
Dos décadas después se sigue sorprendiendo con que siga en esta industria. “No me puedo creer que me gane la vida y que pueda mantener a mis seres queridos haciendo lo que hago. Honestamente, no me puedo creer que 20 años después todavía pueda hacer algo que ha llegado a ser tan importante para mí, y hacer cosas especiales con gente como esta, con Martin McDonagh y con todo este elenco y equipo. Ahora puedo disfrutar de todo esto. Un disfrute que viene con un poco de dolor, pero un dolor que significa algo, y eso es algo extraordinario. Si el dolor o la tristeza no significan nada, si solo se infligen con crueldad, eso es otra cosa. No hablo de eso, hablo desde una posición muy afortunada y de un tipo de un dolor que hace que esta película esté escrita de una forma tan bella y pueda provocar a cada persona preguntas sobre uno mismo, sobre los demás y sobre sus esperanzas”, zanja.
Muchos han visto en el silencio de sus personajes una crítica a esa masculinidad que no es capaz de hablar de sus emociones, pero Brendan Gleeson no lo tiene tan claro y opina que mejor callar a decir tonterías: “Fue una de las cosas que hablé con Martin McDonagh, cómo de importante era que esos hombres históricamente nunca dijeran palabras como ‘no quiero herir tus sentimientos’, pero la idea del silencio masculino como algo negativo no la tengo tan clara, porque a veces lo mejor es no decir nada. Mi personaje habla mucho, y eso no ayuda”.