Una joven estudiante de astrofísica se enamora de su profesor y vive con él un romance intenso. De pronto, él fallece pero ella sigue recibiendo sus mails, cartas y vídeos como si no hubiese pasado nada. Un misterio que la perturbará profundamente.
Como premisa, la nueva película de Giuseppe Tornatore es tan potente que uno espera que, en sus manos, se convierta en un drama romántico con tintes de thriller. Es sin duda un terreno que el realizador italiano domina pues no hay más que ver la excelente La desconocida o la irregular pero elegantísima La mejor oferta.
Por eso mismo duele el doble descubrir el camino que toma La correspondencia: el melodrama más sensiblero, exagerado, idealista y folletinesco que el realizador ha llevado a la pantalla en años. Incluso más que Baarìa, que contaba con un componente histórico y una multitud de personajes de la que carece esta. La correspondencia carga todo su peso sobre sus dos protagonistas con una confianza ciega en que ambos soportarán los desmanes de guión a base de dejarse llevar por el sentimentalismo. Lo cierto es que ni Jeremy Irons ni Olga Kurylenko pueden hacer más de lo que hacen, a todas luces insuficiente.
El problema de fondo puede ser que ambos interpretan a personajes que se enfrentan a la unidimensionalidad mediante tretas inconsistentes. En una escena de La teoría del todo, aquel biopic de Stephen Hawking por el que Eddie Redmayne ganó el Oscar, le preguntaban al protagonista en qué consistía exactamente lo de ser cosmólogo. “¿La cosmología? Es como una religión para ateos inteligentes”, contestaba él. Esta frase, por sí sola, podría ser el resumen de la psicología del personaje interpretado por Irons, alguien que no se mueve de su enrocado rol de enamorado ateo inteligente, desde el primero hasta el último de los 121 minutos que dura la cinta. Otro de los obstáculos de La correspondencia.
Igual de doloroso es comprobar que, sobre el papel, parecía funcionar la figura de su partenaire, una esforzada Olga Kurylenko. Algo debió quedarse en agua de borrajas durante el rodaje para que su trauma familiar y su subtrama sobre convertirse en doble de escenas de acción no llegue a conseguir nada en términos dramáticos.
No se puede negar que no lo intenten pero en algún momento del metraje el espectador puede terminar por sentirse abrumado ante tanto esfuerzo sin resultado. Al fin y al cabo, La correspondencia es también un film que parece preocuparse por sorprender pero luego se rinde a querer emocionar constantemente. En el camino entre ambos objetivos, la trama se estanca, los personajes también y todo se convierte en un lago de una quietud relajante pero soporífera. De tanto en tanto, alguien tira una piedra y se producen tímidas ondas circulares. Luego todo vuelve al sopor.
Ni Morricone salva los muebles
Es cierto que azuzar el fantasma de Cinema Paradiso con cada uno de sus nuevos trabajos no hace justicia a la carrera del director; compleja e irregular pero muy atractiva. De eso ya se encargan las distribuidoras que no han sido capaces de estrenar fuera de Italia una sola película de Tornatore sin un cartel que rece la molesta muletilla de “Del director ganador del Oscar por...”.
No obstante, uno de los pequeños placeres de ir a ver cada nuevo film del italiano es disfrutar de su larguísima relación artística con Ennio Morricone. Uno de los más grandes compositores de bandas sonoras de la historia del cine que lleva trabajando con el realizador desde el 88.
“Desde entonces hemos trabajado juntos. Aunque nunca he considerado nuestra amistad como un atajo profesional”, cuenta el mismo Tornatore. “El gran error que cometen los socios de larga duración es acabar confundiendo el afecto con una especie de puerta privilegiada a la tolerancia, y como resultado, se empobrecen los productos de su amistad profesional”, confiesa el director de Malèna. “Somos muy buenos amigos, pero también muy honestos y directos el uno con el otro. Hemos trabajado juntos durante más de 25 años. Con él, me siento como un acróbata sobre el trapecio, que sabe que no le puede pasar nada porque debajo tiene una red de seguridad”, define el realizador.
Cierto es que la iconicidad de temas como Toto and Alfredo o Love Theme no ha vuelto a repetirse desde la primera vez que trabajaron juntos. Y ni hablemos de obras enormes del Morricone sin Tornatore como Érase una vez en América, La Misión, Días del cielo, Por un puñado de dólares o El bueno, el feo y el malo.
Sin embargo, parecía que Morricone no había perdido una brizna de talento escuchando la enérgica banda sonora de Los odiosos ocho. Incluso escuchando algunos de los delicados pasajes de la partitura de La Mejor Oferta, uno podía ver que Morricone siguía al pie del cañón. Por eso también duele ver la facilidad con la que la música de esta película carece de toda chispa, se olvida inmediatamente y carece de atractivo alguno. A decir verdad, hay tantas cosas que duele ver que no funcionan en La correspondencia, que casi parece que lo que más duele sea que todo resulte absolutamente indoloro. Es aquello de descubrir que nada te afecta tanto, como el hecho de no sentirte afectado.