Esta es la historia del tipo duro que coleccionaba vinilos de Frank Sinatra y Ella Fitzgerald y huía de la tosquedad del rock. Detrás del sempiterno ceño fruncido de Clint Eastwood, se esconde un melómano empedernido con la remota ambición de ponerse a los mandos de un musical. Aunque el sonido que concuerda con el protagonista de Harry el sucio podría ser el firmado por Ennio Morricone, lo cierto es que el jazz es la pasión confesa del octogenario. Con el estreno de Jersey Boys, da la última puntada a un sueño rezagado con el que suaviza su siempre sobria idiosincrasia.
“El musical es en cierta forma la idealización del cine”, escribía Godard en la crítica de The Pajama Game, lo que se ha convertido en un proverbio en la biografía de Eastwood. Este pianista aficionado nunca ha delegado la producción musical de sus películas en otros e incluso ha participado en bandas sonoras ajenas. De hecho, la estupefacción de algunos ante su nuevo proyecto queda desacreditada casi desde el comienzo de su trayectoria. En su debut como director, con Play Misty for Me (la inexplicable Escalofrío en la noche en España), ya tomó la decisión de confiar el pulso rítmico del filme a un disco de jazz.
En otro de sus proyectos más intimistas y aclamados por la crítica, Los puentes de Madison, el aroma a garito clandestino de blues envolvía la banda sonora de principio a fin. El saxofonista Lennie Niehaus, el vocalista Johnny Hartman y hasta el mismo Eastwood trabajaron con detalle la armonía de las escenas románticas. Pero los micrófonos eran otro cantar. Como bien dijo Billy Crystal en los Oscar de 2004, su interpretación de la balada I talk to the trees en La leyenda de la ciudad sin nombre no ayudó a prestigiar su faceta de vocalista.
Eastwood no tuvo desde entonces más conflictos musicales con la industria. Pero todo cambió con Bird, un trabajo que echaba por tierra todos los cánones de Hollywood y por el que Clint sudó sangre para verlo materializado sobre el celuloide. La estructura compleja y su desorbitada duración de tres horas no favorecían la llegada del respaldo comercial ni, por descontado, de un presupuesto digno. Las altas esferas de Los Angeles desechaban la idea de convertir la vida de un músico de jazz drogadicto en una hagiografía, pero finalmente, en 1988, se pudo disfrutar en pantalla grande del saxofonista de leyenda Charlie Parker. Los detalles más oscuros del precursor del be bop fueron incluidos sin edulcorantes en el guión, huyendo del saneamiento de Billie Holiday en El ocaso de una estrella.
“El jazz es, junto al western, el único arte verdaderamente estadounidense”, dijo el cineasta durante el rodaje de Bird. Esa convicción le llevó a representar los infiernos de la música sin tapujos hace dos décadas, y ahora la mantiene para retratar a The Four Seasons.
Drama marginal
Jersey Boys ha sido desde hace 10 años uno de los musicales más duraderos de la historia de Broadway. El dinamismo de la historia de Frank Valli y los Four Seasons, junto a canciones evocadoras como Shady, Big Girls Don't Cry o Can't Take My Eyes Off You, firmaron su solvencia en los teatros a largo plazo. Pero lo que funciona sobre las tablas no siempre hereda los adeptos para su versión en dos dimensiones. No es el caso concreto de la película, donde una mezcla de conflictos marginales, mafia de bajos fondos, trapicheos discográficos y estética jukebox es oro para el séptimo arte.
“El filme es más oscuro, más feroz, más feo que la obra teatral, y con ”desconocidos“ que parecen mucho más viejos que los personajes que interpretan”, escribe el crítico Jay Weston en el Huffington Post. Quizá el periodista se dejó llevar por su rencilla personal con el director, porque el guión de la cinta ha sido escrito por Marshall Brickman y Rick Elice, ambos premios Tony por el libreto de la obra de Broadway. Pero en el caso de que por Weston no fluyese la furia y reinase la objetividad, ¿qué pintaría Eastwood a la cabeza de un Mamma Mia moderno?
En pantalla lucen los escarceos del vocalista de falsete, Valli, con la mafia local de los suburbios de New Jersey, encarnada por un siempre agradecido Christopher Walken. También los demonios internos de un cuarteto de humilde origen italoamericano al enfrentarse a las mieles del éxito repentino. O el encantador oxímoron de contar una historia de corte doo-wop lleno de pinceladas grunges. Aunque 'feo', situar un barrio marginal como campo de cultivo de emociones es una apuesta segura en la casa Eastwood, como ya demostró en Mystic River con los suburbios irlandeses de Boston y en Gran Torino con las barriadas multirraciales de Detroit.
La obsesión del melómano
Como hemos visto, el veterano director no da puntada sin hilo en lo que a bandas sonoras se refiere, y Jersey Boys no iba a ser menos. Ya en Bird contó con el asesoramiento de las mujeres y los músicos que compartieron sus vidas con Charlie Parker. De hecho, el asesor musical de Eastwood, Lennie Niehaus, llevó a cabo una compleja -y nada económica- técnica para aislar el saxo de Parker de grabaciones antiguas y añadir un acompañamiento con la calidad sonora que merecía la producción. “Es un acto de justicia hacia Charles Parker que le debemos quienes le dejamos morir solo e incomprendido”, defendía así sus esfuerzos sobre la alfombra de Cannes.
En esta adaptación, tanto el libreto como la grabación de la música supusieron una batalla para Eastwood -ganada de antemano- con los magnates de la Warner Bros. Persiguiendo la moda actual de grabar las canciones en directo, sin hacer uso de estudios, Eastwood quiso contar con los actores que hubiesen representado su personaje sobre las tablas de Broadway. De ahí que John Lloyd Young tuviese en sus manos el papel protagonista mucho antes de abrir el proceso de casting. Un alarde de naturalidad que choca frontalmente con la técnica scorsesiana del actor mirando directamente a cámara mientras narra la historia en un falso pretérito perfecto.
En definitiva, una espinita menos que queda clavada en su recorrido, un género finalmente explorado y otra obra cuidada al milímetro que añadir a la lista. “Mi secreto es no dejar que la vejez se apodere de mi”, confiesa quien ha demostrado a golpe de esfuerzo que nunca es demasiado tarde para cumplir tu particular sueño americano.