Hay proyectos que parecen condenados al fracaso, y el de Barbie era uno de ellos. La unión de Mattel, intentando explotar cinematográficamente sus juguetes, y un Hollywood ansioso por nuevas franquicias y taquillazos auguraban lo peor. ¿Qué podía ofrecer una historia sobre la muñeca que ha perpetuado el canon de belleza más injusto y terrible hacia las mujeres? El despido de la cómica Amy Schumer (famosa por su humor soez y bestia), al frente del proyecto hace años, hacía disparar las alarmas hacia lo que Warner podría querer de una película sobre Barbie, un filme blanco, inofensivo y sin mordiente.
Sin embargo, cuando años después dieron finalmente luz verde al proyecto, confiaron en el talento de Greta Gerwig, autora de Lady Bird y la última adaptación de Mujercitas, dos títulos con una clara mirada feminista del mundo y los roles de las mujeres en la sociedad. Gerwig se ponía al mando y convencía a su pareja, Noah Baumbach, para que escribiera junto a ella un filme que llega a las salas tras realizar la mejor campaña promocional del año –no hay sitio donde mires y no esté el filme–. Una que apela no solo a las niñas, sino también a un público joven, moderno, feminista y LGTBI que actualmente está yendo a las salas. Barbie ha logrado encontrar, desde antes de su estreno, un lugar complicadísimo en la industria, haciéndola interesante para las familias y para el resto del mundo.
Lo que pocos esperaban es el gol que Gerwig ha colado con una película que es un caballo de Troya. El blockbuster feminista que Hollywood no se esperaba, una película que encuentra el equilibrio casi imposible entre la ironía, la crítica, la parodia (comienza riéndose de 2001, una odisea en el espacio), el colmillo afilado y el cine familiar, rosa y naif. Una obra que bebe mucho de La Lego Película, al imaginar un mundo de Barbie (con todos los elementos que la hacen reconocible como juguete) que, en su choque con la vida real, mostrará las sombras del mundo en el que estamos. La imaginación de Gerwig ha creado un universo donde las Barbies son las que mandan. No existe el machismo. Ellas son presidentas, científicas, ganan el Nobel y hacen lo que quieren, porque es el mundo de Barbie. Un matriarcado donde Ken es, simplemente, Ken, el adorno de Barbie.
Cada Barbie es la muñeca con la que alguien juega en la vida real, y es ahí donde entra el conflicto. La niña que juega con la Barbie ‘estereotipo’ (ya saben, rubia, guapa y perfecta), le traslada a su muñeca su ansiedad, su miedo a la muerte y hasta su celulitis y sus pies planos. En ese momento, Barbie, tras visitar a la ‘Barbie’ rara (a la que le quemaron el pelo y pintaron la cara y se ha convertido en una especie de gurú), le dice que tiene que ir al mundo de verdad a encontrar a la persona que le está pasando todos esos miedos para arreglar la brecha entre ambos mundos.
Gerwig consigue atizar a Mattel, señalar la imposición de cuerpo perfecto de las muñecas, y aun así convertirlas en un icono feminista que llama a la revolución contra el patriarcado. La primera parte, en 'Barbieland', es un festín de colores pastel y diseño de producción, pero una vez pasa la sorpresa, la idea se agota. Sus guionistas parecen darse cuenta también, y la película coge aire con la visita al mundo real, uno donde Barbie se sorprende al ver que son los hombres los que mandan, donde no hay mujeres al frente (ni siquiera de la compañía que la ha creado), donde su opinión no tiene valor, donde le explican todo como si fuera tonta y donde hay insultos machistas y le tocan el culo cuando patina. Para ella, el mundo al revés. Para nosotros, la vida real.
El giro definitivo, el que lleva a Barbie a otro nivel, es la idea brillante de que Ken descubra el patriarcado y lo instaure en Barbieland. Los muñecos se rebelan y se convierten en una panda de 'incels' desatados que desafiarán el matriarcado utópico en el que vivían las mujeres. Es aquí donde Gerwig y Baumbach brillan con más ganas, con mejores gags y mejores y sorprendentes ideas (las referencias a El padrino y Zack Snyder son hilarantes).
Todo comandado por dos intérpretes dispuestos a reírse de sí mismos y a darlo todo. Robbie está espléndida como Barbie, pero es Ryan Gosling el que roba la función. Su Ken, patético y musculado, es una fuerza de la naturaleza. Nadie hubiera apostado por ello, pero Gosling ofrece aquí su mejor versión, puede que hasta su mejor interpretación. Su vis cómica es apabullante y ofrece un recital que debería ser reconocido, al menos, con una nominación a los Oscar que apueste por la comedia.
También en Barbie se desliza una de las obsesiones de su creadora: las relaciones maternofiliales, lo hace entre los dos personajes del mundo real, con una madre a la que da vida America Ferrara y que tiene uno de los momentos más brillantes del filme. Pone toda la carne en el asador emocional en su último tramo, y hasta se pasa de frenada, rozando lo moñas y ñoño. Por suerte, remonta con un gag final que es puro ingenio. Puede que Barbie sea demasiado naif, demasiado transversal, pero solo por ver a los señoros que rabian por una Sirenita negra llorando por una película tan feminista que apueste por derribar el patriarcado se confirma que esta es la película que el mundo necesita ahora mismo.