Estrenada hace veinte años, Scream sacudió el panorama del cine de terror para adolescentes. De alguna manera, lo rescató de las estanterías de los videoclubes y lo devolvió a los multisalas. Los principales responsables fueron un joven guionista, Kevin Williamson (que posteriormente crearía Dawson crece), y un veterano del cine de terror, el realizador Wes Craven (Pesadilla en Elm Street).
La premisa era sencilla: una serie de asesinatos produce el pánico entre los jóvenes de una pequeña localidad estadounidense. Como en La noche de Halloween, un modelo de convivencia basado en residencias unifamiliares genera inseguridad. En Scream, además, las casas (con figuras adultas siempre ausentes) están alejadas unas de otras. “Nunca llegarán a tiempo, estamos en medio de la nada”, dice una voz amenazadora al teléfono en la primera escena del filme.
Scream se caracterizó sobre todo por dar un giro irónico al cine slasher, a las historias de cuchilladas y persecuciones en pasillos de instituto. Ofreció sustos y violencia, pero también un humor negro que no era arisco sino festivo. Y conectó con una audiencia acostumbrada a las referencias cinéfilas, que había crecido con Los Simpson, maduraba (o no) con las obras de los hermanos Coen y Quentin Tarantino y alquilaba viejas películas de miedo en los videoclubes.
Misterio y censura
Los personajes del filme de Craven habían visto los clásicos del género. E incluso extraían de ellos una serie de normas: advertían de los clichés (decir “ahora vuelvo” implica un grave peligro de muerte) y los interpretaban (el asesinato de los personajes sexualmente activos se leía como una advertencia moralizante). En la película se mencionaban precedentes como Viernes 13, El tren del terror, Prom night o Terror al anochecer. Irónicamente, el título original del guión de Williamson, Scary movie, acabó dando nombre a una parodia de la misma Scream.
Williamson, además, incluyó dosis de misterio en las tramas. No se sabía la identidad de los asesinos y esta cambiaba película tras película. El eje vertebrador de la saga no eran los matarifes, sino un grupo de personajes liderado por Sidney Prescott (Neve Campbell), objetivo recurrente y resistente de diversos maníacos. En Scream, los héroes con rostro importaban más que los malvados enmascarados. Aunque Randy (Jamie Kennedy), el cinéfilo que recitaba las reglas del cine slasher, se quedase por el camino.
Williamson y Craven contribuyeron a renovar las formas del terror para adolescentes... y crearon un clima favorable para el reimpulso de unas franquicias algo agotadas. Halloween H20 supuso un intento comercialmente ambicioso de revitalizar la saga iniciada por John Carpenter. En paralelo, surgieron nuevas series de películas: Sé lo que hicisteis el último verano (con guión del mismo Williamson), Leyenda urbana, Destino final.
Antes del éxito final, la producción de Scream resultó problemática. El proyecto fue rechazado por Sam Raimi (Posesión infernal, Arrástrame al infierno) o George Romero (La noche de los muertos vivientes). En pleno rodaje, el lugar de trabajo de Craven corrió peligro. Los responsables tuvieron que pelear con el sistema de clasificación por edades estadounidense. El objetivo era que el filme recibiese una clasificación R (los menores de 17 años requieren acompañante), en lugar de la temida clasificación NC-17 (no se admiten menores de 18 años), sin alterar de manera sustancial la propuesta.
El realizador confesó su exasperación ante la inconcreción de algunas directrices. No solo debía negociar qué violencia gráfica era admisible: se le cuestionaba la “intensidad” de un asesinato o que otra muerte fuese “perturbadora”. La tozudez de Craven y la intervención de los productores, los poderosos hermanos Weinstein, facilitaron que el montaje estrenado en Estados Unidos se acercase al original. Pero la anécdota ilustra la capacidad censora del sistema de rating: a menudo, los directores están contractualmente obligados a conseguir una clasificación concreta, y a negociarla bajo presión económica y temporal.
Cuchilladas en tiempos de Twitter
La presión de la Motion Picture Association of America y las aspiraciones comerciales de los estudios provocaron que la oleada de slasher adolescente posterior a Scream fuese notablemente inofensiva. Las muertes solían representarse con una extraña pulcritud, con esa ausencia de intensidad que se le demandaba a Craven. No abundaba el sufrimiento, sino unos asesinatos fácilmente consumibles que no dificultaban la digestión de palomitas.
En la actualidad, el cine de terror ofrece un panorama muy diverso, pero Hollywood ha mostrado un especial interés en sagas como Insidious y Expediente Warren. En ellas, el realizador James Wan ha conseguido unos aciertos creativos muy adecuados para la industria. Los fantasmas generan un miedo limpio, sin elementos comercialmente conflictivos, apto para menores. Se venden ficciones carentes de dolor, también de sexo, que resulten aceptables para una audiencia transversal... y, al estilo de Poltergeist, estén protagonizadas por familias. Ouija y Nunca apagues la luz podrían considerarse variaciones adolescentes (o tardoadolescentes) de esta tendencia.
La pequeña pantalla, en cambio, ofrece su propio slasher orientado a adolescentes. La ácida primera temporada de Scream Queens, concebida por el creador de Glee y American Horror Story, trasladó el posmodernismo resabiado de Williamson a la era de las redes sociales. Y la misma Scream está viviendo una nueva encarnación: una serie de televisión producida por MTV, con subtramas de ciberacoso y otras pinceladas temáticas ya presentes en la tardía cuarta entrega de la saga.
Con todo, entre superhéroes y fantasmas, sigue habiendo vida para el terror teen en los cines comerciales. Aunque sea en las orillas del mainstream, a través de títulos indie como It follows.