El caso Grimaldos, conocido popularmente como el crimen de Cuenca, aún pervive en la memoria de muchos vecinos castellanomanchegos más de un siglo después de acontecer. En 1910, un joven de 28 años llamado José María Grimaldos, conocido como El Cepa, desapareció en Tresjuncos sin dejar rastro. Acababa de vender unas ovejas y había cobrado un dinero considerable.
Entonces, con motivo de las acusaciones de su madre, se señaló como responsables de su desaparición a dos campesinos: Gregorio Valero Contreras y León Sánchez Gascón. Se dijo que conocían la venta ovina y quisieron quedarse con el dinero. Sin pruebas que validasen las acusaciones y acallasen los rumores, la causa fue sobreseída.
Tres años después, otro juez reabrió el caso y volvió a acusar a ambos campesinos. Sin cadáver y, de nuevo, sin prueba alguna, la Guardia Civil les retuvo y torturó brutalmente durante días hasta que, bajo presión, ambos se acusaron mutuamente de haber asesinado a Grimaldos. Pasaron doce años en prisión.
Resultó que El Cepa no estaba muerto. Que no lo había estado nunca. Vivía en la localidad de Mira, a poco más de cien kilómetros de Tresjuncos. Aquella tarde, con el dinero de la venta en su bolsillo, le dio “un barrunto” -como diría él mismo- y se marchó de su pueblo sin más. Tuvo hijos, trabajo y una vida apacible. Apareció en el pueblo en 1926 y declaró no saber nada del asunto por el que sus vecinos habían sido torturados y encarcelados. Y aquello pasó a ser uno de los 'errores' judiciales más sonados de la historia de España. Un suceso olvidado durante años hasta que un día Pilar Miró pisó la pequeña localidad conquense.
La censura también existe en democracia
En el verano de 1979, Pilar Miró rodó El crimen de Cuenca en las mismas localizaciones en las que se fraguó el caso Grimaldos. Y, sin pretenderlo, imprimió en aquellos hechos el carácter indeleble que solo dejan las imágenes impactantes. La película retrataba explícitamente las torturas sufridas por Gregorio y León antes de confesar un crimen que jamás habían cometido. Vejaciones probadas y documentadas que violentaban la mirada de cualquier espectador.
No obstante, El crimen de Cuenca se significa muchísimo más allá de sus polémicas escenas violentas. Es la historia de la descomposición de una amistad dinamitada por la intervención del poder. También un retrato rural de la España de principios de siglo XX que no se descubría tan descarnado desde cintas como Surcos de José Antonio Nieves Conde. E incluso una brillante reflexión sobre quién padece las connivencias entre el poder eclesiástico, el militar y las clases altas cuando se trata de hacer cumplir la ley.
“En mi caso descubro la película de Pilar siendo adolescente”, explica a eldiario.es el realizador Víctor Matellano. “Recuerdo que me causó una impresión muy fuerte pero no por lo explícito de las famosas torturas, sino por la cuestión que plantea sobre la amistad”, cuenta. “Imagínate tener doce o trece años y de repente pensar, ¿llegaría a mentir o delatar a un amigo íntimo bajo coacción? ¿cómo seríamos si sufriésemos torturas? ¿En qué nos convertiríamos?”.
Las preguntas quedan en el aire y le toca al espectador digerirlas. Matellano acaba de estrenar el documental Regresa El Cepa, que narra el rodaje de la película de Pilar Miró pero también lo que siguió al mismo. Uno de los primeros y más sonados escándalos culturales de nuestra recién reestrenada democracia. El crimen de Cuenca estuvo secuestrada durante dos años por orden militar. Fue el ejemplo de un pulso por la libertad de expresión entre viejas instituciones franquistas y nuevos demócratas.
En diciembre de 1979, la Junta de Valoración de Películas del ministerio de Cultura asistió a la proyección del filme para obtener una clasificación por edades y una licencia de exhibición. Se trataba de un puro trámite; ojo de aguja de un sistema que se cuidaba de exhibir según qué, pero que no actuaba -supuestamente- como organismo censurador. La censura había muerto con el dictador. O eso parecía.
Sin embargo, las imágenes de tortura habían hecho saltar las alarmas del organismo. Pero no tanto por su dureza, que se solía arreglar concediendo una 'S' reservada entonces para películas porno o violentas, sino por el subtexto del caso en sí mismo. Al fin y al cabo, en la película se mostraba sin pudor que los responsables de esas brutales torturas eran miembros de la Guardia Civil. Y era eso lo que había hecho saltar las alarmas.
En una estrategia con pocos precedentes, el Ministerio de Cultura paralizó la concesión de la licencia y organizó varios pases privados para los tenientes generales Antonio Ibáñez Freire -Ministro del Interior- y Pedro Fontenla Fernández -Director General de la Benemérita por entonces-. Ambos decidieron que la película no debía estrenarse. Al poco tiempo, la Iª Región Militar de Madrid comandada por Guillermo Quintana Lacaci, dictó el secuestro de todas las copias del filme y procesó a la directora de la película, Pilar Miró, por injurias a la Guardia Civil. Todo esto con el gobierno de la UCD de Adolfo Suárez en el Congreso.
“Me parecía importante recordar lo que pasó con la película de Pilar porque aquí se siguen censurando libros, se persiguen expresiones artísticas y se condena por tuitear. Conviene no olvidar”, opina Matellano.
“El poder es como la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, reflexiona el director de Regresa El Cepa. “Es más, siempre utiliza los resortes que tiene a mano para influenciar en determinados hechos y habitualmente por vía legislativa. Utilizaron vericuetos legales para prohibir la película de Pilar como ahora se utilizan para según qué intereses”.
Vuelve El Cepa... cuarenta años después
“El dilema es: ¿de qué trata El crimen de Cuenca? ¿De las torturas que la Guardia Civil cometió en 1913 o de las que perpetra en 1979 contra terroristas y delincuentes?”, escribía Emetrio Díez Puertas en su libro Golpe a la Transición: el secuestro de El crimen de Cuenca.
Una censura que supuso “un golpe a la Transición en el sentido de que es un acto involucionista por el que un sector de los militares quiere dejar sin efecto la libertad de expresión”, afirmaba el investigador y profesor de la Universidad Camilo José Cela,“además de imponer un silencio sobre la guerra sucia que el Estado practica contra el terrorismo”.
“El trabajo de Emetrio fue esencial para mi documental”, añade Víctor Matellano. El realizador cuenta que entre aquella investigación y su documentación consiguió un guion de setecientas páginas, cuarenta entrevistas y veinticuatro horas de material grabado hábil. Aquello se acortó en un montaje de cinco horas que posteriormente se convertiría en el documental de hora y media que ahora estrena.
En Regresa El Cepa, Matellano vuelve de la mano del actor Guillermo Montesinos, que interpretaba a José María Grimaldos en la película de Pilar Miró, a Osa de la Vega. Recorriendo con él las calles que vivieron la injusticia y luego el rodaje y recreación de la misma.
“Hemos contado hasta donde se podía contar, porque algunos de los protagonistas de la cuestión política y judicial ya no están vivos”, explica Matellano. “También por ser ecuánimes y ceñirnos a la cuestión probada, porque es verdad que tenemos algunas sospechas que no podemos probar”.
Cuando se le pregunta por dichas sospechas, Matellano no se muerde la lengua: “Asumimos que en torno a la película y al caso real hay mucha rumorología, pero tengo algunas sospechas que diría que son casi certezas, como que hubo un movimiento desde la política nacional para que la película no se premiase en Berlín”, afirma.
En 1980, la película se presentó en la trigésima edición de la Berlinale ante un revuelo sonadísimo, siendo imposible verla aún en España. “Me parece demasiada casualidad que justo le surgiese un viaje inesperado a Adolfo Suárez y tuviese una entrevista con Helmut Kohl el mismo día de la proyección de la película. O que en la rueda de prensa fuese el cónsul... había mucho movimiento para que, parece ser, no pasase como pasó con Viridiana [que ganó la Palma de Oro en Cannes] y desde la comunidad cinéfila internacional les metiesen otra vez ese golazo”.
Una cineasta ante militares
Con Regresa El Cepa, Víctor Matellanos reúne a muchos de los profesionales que participaron la película de Pilar Miró para hablar del rodaje, evaluar lo que significó su secuestro comercial durante años y cómo afectó al panorama sociopolítico del momento. Un ejercicio de síntesis a la vez que apertura de miras realmente encomiable.
Cuando por fin pudo verse, la cinta se convirtió en un fenómeno imparable. Fue la película más taquillera del año en España, con una recaudación de 376 millones de pesetas del 81. Superando, sin demasiado esfuerzo, a películas como Superman II, Aterriza como puedas o En busca del arca perdida. Ese mismo año, Tejero entraría en el Congreso de los Diputados a punta de pistola el 23-F. Aún se escuchaba el ruido de sables y Pilar Miró, de hecho, figuraba en la lista negra de personas a las que los golpistas militares querían eliminar.
Pero más allá de sopesar las razones que han llevado a que El crímen de Cuenca se convierta en un pedazo valiosísimo de historia de nuestro cine, también se significa como un merecidísimo homenaje a su directora.
“Es evidente que no vivimos en la España de hace 40 años, que existe una evolución positiva en muchos aspectos”, explica Matellano. “Sin embargo hay tres grandes temas que siguen vigentes: la cuestión de la tortura, la libertad de expresión en en nuestro país, y la presencia de la mujer en el cine”, explica.
Para el director de cine no es casualidad que la película que cabreó al régimen estuviese dirigida por una mujer. “Además, hija de militares”, remarca, “imagínate cómo se tomaría un juez militar en el 79 que una hija de un compañero, de izquierdas y mujer, hubiese rodado esta película...”.
“La cuestión de la mujer es absolutamente importante en este caso. Había muy pocas realizadoras entonces. Y creo que es necesario recordar a tres profesionales que lucharon por este proyecto contra viento y marea”, afirma el realizador, que enumera los nombres de Pilar, por supuesto, Sol Carnicero, directora de producción y Lola Salvador, que firmó el guion final y estuvo siempre decidida a hablar de las torturas.
Sin ellas no existiría El crimen de Cuenca. Ellas fueron quienes quisieron narrar la injusticia que sufrieron Gregorio y León. También quienes plantaron cara a la censura cuando la tuvieron delante. Conviene no olvidar, como dice el director del documental, porque el olvido a veces es de todo menos inocente.