Han filmado incansablemente las calles de Lieja (Bélgica) y sus alrededores. Han retratado vidas al límite, amenazadas por la pobreza, el desempleo o el racismo, a través de títulos como La promesa, El hijo o la reciente Dos días y una noche. Ahora, los hermanos Dardenne presentan en España su último filme hasta la fecha: La chica desconocida.
La acogida recibida en el pasado festival de Cannes, terreno amigo para estos dos realizadores (han recibido dos Palmas de Oro, entre otros galardones), fue más fría de lo esperado. Ambos han reaccionado con la preparación de un nuevo montaje, siete minutos más breve.
Esta multipremiada pareja de realizadores cumple 30 años de dedicación a los largometrajes de ficción, pero sus primeras obras fueron documentales donde trataban del movimiento obrero o la emigración polaca. Según explica Luc Dardenne en una rueda de prensa celebrada en la Filmoteca de Catalunya, que les homenajea con una retrospectiva, apostar por la ficción no fue una decisión política: “Provino del placer de trabajar con actores, del deseo de creación, de concebir personajes. Y también del deseo de encontrar una verdad nuestra, que es una manera de encontrar la verdad”.
Un naturalismo intenso
El cine de los Dardenne tiene sus coordenadas propias, pero ellos mismos se enmarcan en una tradición “que ha existido siempre y seguirá existiendo, la de un cine que remueve, que te permite descubrir cosas de ti que no habías descubierto, que te hacen ver las cosas de otra manera”. En sus obras, los realizadores no rehúyen los tiempos muertos, pero priorizan las escenas que aúnan el retrato de personajes y el retrato social con posicionamiento ético.
Por el camino, ofrecen algunos momentos de gran intensidad. Uno de sus clásicos, Rosetta, se iniciaba entre correrías. Su protagonista, crepitante de frustración y rabia contenida, transmitía una energía difícil de igualar.
Los dos últimos filmes de los realizadores belgas parecen especialmente aptos para alcanzar a un público más amplio. Dos días, una noche, con su planteamiento contrarreloj, acercaba la angustia por el futuro laboral al terreno del thriller. La chica desconocida se acerca todavía más a este género: el hallazgo de un cadáver es el propulsor dramático del filme. Una joven médico decide ignorar una llamada fuera de horario, y la persona que llama a su puerta aparece muerta.
No estamos ante un thriller de autor, sino más bien ante un drama vigorizado por una cierta intriga. Carcomida por la culpa, la protagonista pregunta a vecinos y conocidos hasta acabar llevando una especie de investigación paralela a la policial. Según los Dardenne, este planteamiento “no oculta la vertiente social. De hecho la mujer muerta es negra y sin papeles. Y eso nos lleva al tema de la inmigración”.
Ambos aspectos se entrecruzan: la identidad desconocida de la joven sirve para propulsar la trama, pero también impulsa los cambios interiores de la doctora. Y nos recuerda la existencia de personas invisibles como esa chica a la que nadie, en un primer momento, reconoce recordar.
También puede verse un simbolismo en esa puerta cerrada de la consulta médica, que hace pensar en esta Europa que cierra sus fronteras y, en ocasiones, sus servicios sanitarios. Una vez consumada la tragedia, solo queda intentar dotar a las víctimas de un nombre a través del cual localizar a sus allegados.
A lo largo del encuentro con la prensa, los Dardenne explicitan el paralelismo de la película con la realidad comunitaria: “El primer ministro italiano, Mateo Renzi, decidió utilizar una partida presupuestaria importante para recuperar los cuerpos del inmigrantes en el Mediterráneo y determinar su identidad. Es lo mínimo que se puede hacer”.
La culpa como motor
La doctora de La chica desconocida, interpretada por Adèle Haenel, se une al panteón de heroínas cotidianas de los Dardenne. Haenel ganó prestigio internacional con su interpretación en Les combattants, de Thomas Calley. En ese filme, la actriz encarnaba a una joven que perseguía el sueño de ser militar con un estoicismo autolesivo.
El resultado parecía simbolizar una cierta Europa actual, de runners que corren hacia la nada, porque el discurso dominante es de fatalismo neoliberal: no hay futuro, ni alternativas posibles que permitan construir uno.
Los Dardenne, en cambio, optan por abrir la puerta a una cierta esperanza a través de caminos peculiares. Su película supone una reivindicación del sentimiento de culpa como fuerza de cambio.
La apuesta parece ir a contracorriente en estos tiempos de xenofobias o machismos, viejos y nuevos, que reaccionan a la defensiva contra cualquier cuestionamiento. Jean-Pierre Dardenne no quiere hacer pronósticos sobre cómo puede reaccionar la audiencia, pero sí concede que “vivimos en un momento de miedo y de tendencia a encerrarse en uno mismo”.
Entre el realismo mágico de una transformación personal que lo soluciona todo y el fatalismo de mostrar unas acciones fútiles y sin efecto, los realizadores optan por un camino intermedio. La chica murió, pero su muerte genera cambios. El sentimiento de culpa no deviene parálisis, sino que impulsa la toma de conciencia y responsabilidad: la doctora lucha por descubrir la identidad de la fallecida, colaborando con las instituciones pero sin esperar pasivamente que estas actúen. Y con sus acciones contribuye a que otros personajes asuman sus propias culpas y errores.
Lo que queda de Europa
A lo largo del mes de marzo, la Filmoteca de Catalunya proyectará una retrospectiva completa de los hermanos belgas en su doble faceta de documentalistas y narradores de ficción. Algunos de los títulos permanecen inéditos comercialmente en nuestro país. Es el caso de Falsch, primer largometraje de la pareja, basado en una obra teatral de René Kalisky.
El título escogido para el ciclo, Lo que queda de Europa, remite a la tendencia de ambos cineastas a poner el foco en las zonas oscuras del proyecto europeo, abordar dramas como la explotación de migrantes y, a la vez, defender unos ideales abandonados o bajo cuestión.
No todo es crítica: los Dardenne reivindican logros como la sanidad pública, habitual en los países de la UE (“aunque se tenga que mejorar, evidentemente”). También elogian esa otra construcción europea, desvinculada del gran capital, que pasa por el intercambio de estudiantes: “Es una experiencia muy enriquecedora, de viaje y aprendizaje, para conocer otras culturas y otros lugares. Quizá es algo que le faltó a nuestra generación”, comenta Luc Dardenne.
A pesar de señalar los puntos débiles del Estado social, los realizadores siguen creyendo en la necesidad de un proyecto comunitario: “Somos europeos, queramos o no, con momentos buenos y momentos malos. Vamos hacia un destino común y ningún país puede salir adelante solo porque el mundo ha cambiado y se ha globalizado”.
En consonancia con lo planteado en La chica desconocida, remarcan que la ciudadanía debe empujar a las instituciones: “Nada cambia si no se protesta. Hay movimientos de la sociedad civil que están poniendo en tela de juicio a los partidos políticos, y eso está muy bien. Hemos de construir una Europa que no esté basada en el lucro y los beneficios”.