25 años de 'Dead man', un wéstern violento y bello al son de la guitarra de Neil Young
Para hablar de este filme, se ha citado repetidamente un fragmento del Macbeth shakesperiano donde se afirma que la vida es “un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.
Dead man, memorable western raro dirigido por Jim Jarmusch y protagonizado por Johnny Depp, podría definirse como la estupefacta duermevela de un hombre corriente enfrentado a través de situaciones extremas a ese absurdo de la existencia. Alguien que deviene asesino a su pesar. La película es una odisea somnolienta donde ese ruido y esa furia están muy presentes, pero son contemplados a través de una mirada distante, casi perpleja, que los vacía de épica.
Jarmusch se había iniciado con el cine indie agridulce de Permanent vacation o Stranger than paradise, y había ido expandiendo los temas y tonos de su filmografía mediante Bajo el peso de la ley, Night on Earth y Mistery train. Su sexto largometraje, estrenado en 1995, le acercaba a un género fílmico muy establecido como el western. A pesar de ello, Dead man suponía un nuevo acercamiento a la tradición de la road movie, que el realizador ya había explorado y a la que volvería posteriormente.
El trance de vivir y morir en el Oeste
El filme de Jarmusch trata de los deambulares de William Blake, un contable que emprende un viaje desde la costa Este norteamericana hasta los límites de la colonización, en busca de un empleo en una empresa siderúrgica. Ese trayecto en tren fija el enfoque contemplativo e inusualmente fragmentario de la narración, troceada en escenas que llegan a ser bastante breves. A menudo, terminan con el protagonista perdiendo la consciencia por el sueño acumulado, por el desmayo que provoca una hemorragia sostenida o por la ingesta de peyote.
En ese recorrido ferroviario también se fija una mirada radicalmente desmitificadora a la historia de Norteamérica, que no excluye el recurso del humor negro. Jarmusch comienza a sumergir al espectador en una cultura de la violencia que se recrea en la muerte: todo tipo de esqueletos son objetos decorativos, las pistolas son omnipresentes y cualquier motivo es bueno para usaras. Cuando el protagonista pregunta a una mujer porqué tiene un arma debajo de la almohada, ella le contesta: “Porque esto es América”.
Algunas escenas de violencia sin sentido, donde una discusión cualquiera puede acabar en un tiroteo, hacen que esta esencialización del wéstern se sitúe en la antesala del teatro del absurdo. El personaje interpretado por Depp parece sentirse tan fuera de lugar como la audiencia.
Inicialmente tímido y pacífico, este protagonista se ve zarandeado por el violentísimo mundo que le circunda y que empuja a emplear la fuerza para sobrevivir. Blake puede recordar a algunos individuos estupefactos que encarnó el actor Buster Keaton en clásicos como El maquinista de la general, aunque el no-héroe de Dead man carezca del arrojo insensato (e inconsciente) de aquellos.
El mismo título del filme insinúa la naturaleza fatal de esta road movie. El aparentemente prosaico viaje a un lugar de trabajo lejano acaba convirtiéndose en la (¿psicodélica?) historia de la huída de un tiroteo. Varios cazadores de recompensas siguen el rastro del protagonista y de su inesperado compañero: Nadie, un nativo americano que había escapado de una civilización forzada.
Este considera que Blake es la reencarnación del visionario poeta, ilustrador y grabador con quien comparte nombre: el autor de Augurios de inocencia. Los reverenciales recitados del co-protagonista acaban de marcar las connotaciones místicas del relato. “Algunos nacen para la Noche Infinita”, dice, mientras guía a su compañero hacia el final de su viaje.
La vida es más absurda en el Oeste
El recorrido ferroviario inicial es solo el principio de un peregrinaje extraño y bello, integrador de tonos múltiples que friccionan pero no colisionan. El torrente narrativo fluye a un ritmo particular, dada la abundancia de escenas mínimas y de aspecto banal, de tiempos muertos no demasiado prolongados que terminan rotos por estallidos abruptos de violencia y relámpagos de belleza.
El encargado de capturarlos es el director de fotografía Robby Müller, colaborador del realizador germano Wim Wenders en obras como En el curso del tiempo o Paris, Texas.
Las improvisaciones musicales de Neil Young, presididas por el sonido de su guitarra eléctrica, juegan un papel importante en el conjunto. Si Jarmusch apuesta por retratar los acontecimientos desde una cierta distancia irónica, Young contribuye a dotar las viñetas narrativas de una cierta emotividad. Sus letanías meditativas, a veces más cálidas y a veces más ariscas, acunan a los personajes a lo largo de su agónico periplo.
Dead man puede verse como una aportación artística de primera magnitud. Resulta un goce estético en el aspecto visual y sonoro. Proporciona una experiencia inusual que se relaciona de manera insólita con las convenciones del western, con la temática de la venganza o con el motivo de la muerte. Además, el relato nace de un cuestionamiento consciente de la historia nacional.
La mirada posmoderna del cineasta estadounidense pudo tener algo de ese humor resabiado, concebido desde una cierta sensación de superioridad, que ridiculiza al redneck arquetípico al representarlo como una persona zafia de gatillo fácil (¡e incluso caníbal!). Pero Jarmusch eleva una crítica articulada al conjunto de la colonización: no solo apunta a los tramperos que disparan innecesariamente a los búfalos, o a los pistoleros que atacan por dinero o por mera crueldad, sino que también incluye en la narración a enloquecidos empresarios extractivistas o a misioneros racistas gustosos de provocar la muerte de los indios.
Además, el filme trata con mimo a los personajes habitualmente secundarios en las películas del Oeste, y también a los antagonistas por defecto en el género. Para empezar, el protagonista no es un experto en la administración de la fuerza como tantos recios sheriffs, militares o cowboys, sino un hombre apocado. Y Jarmusch también nos habla de las mujeres que no podían permitirse soñar en ese mundo de hombres armados que destruyen y se destruyen. Lo hace a través del personaje de Thel, una antigua prostituta que vende flores de papel y que parece tener prohibido el ejercicio del libre albedrío.
Por supuesto, el director y guionista también intenta acercarnos a ese 'Otro', el nativo americano, que en bastantes westerns solo era un cuerpo que cae muerto ante la pistola de los héroes. La historia del Nadie, interpretado por Gary Farmer, recoge otras realidades más siniestras que las guerras más o menos abiertas con los colonizadores. Nos recuerda los asesinatos en masa a través del reparto de mantas impregnadas de viruela, o los experimentos culturales de secuestro y educación forzosa para convertir a ese supuesto salvaje que se decide a arriesgar su vida para proteger a un desconocido herido... aunque este nunca tenga tabaco para ofrecerle.
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