El cementerio de 'El bueno, el feo y el malo' está en Burgos y fue levantado por el Ejército de Franco
“El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas”, dice Rubio (Clint Eastwood) en una de las escenas más recordadas del séptimo arte. El duelo final de El bueno, el feo y el malo fue rodado en julio de 1966 en Santo Domingo de Silos, un pequeño pueblo de Burgos elegido por Sergio Leone para poner punto final a la histórica Trilogía del dólar.
Lo hizo durante la dictadura franquista, un régimen que incluso ofreció soldados para que actuaran como extras y construyeran el camposanto de 5.000 tumbas en el que tendría lugar el enfrentamiento. Hoy, más de medio siglo después, un grupo de vecinos ha logrado desenterrar la icónica localización tras tres años de arduo trabajo. Es la historia de la Asociación Cultural Sad Hill.
“Todo el mundo ha sido alguna vez fan de algo y por eso es imposible no conectar con esta aventura”, considera Guillermo de Oliveira, director del documental que desde el 19 de octubre lucha por hacerse un hueco en cartelera: Desenterrando Sad Hill. Lo que comenzó como el sueño de “unos pocos locos”, como se definen en el reportaje, ha terminado convirtiéndose en un proyecto con repercusión a nivel mundial.
El punto de partida para De Oliveria, aficionado a las localizaciones de cine, fue la llamada de un amigo en noviembre de 2014: “Escuchó en la radio que el cementerio de Sad Hill seguía existiendo y querían reconstruirlo. Todavía no habían hecho nada, simplemente estaban pidiendo los permisos para llevarlo a cabo”. Tras enterarse, no dudó en llamar a la asociación y desplazarse hasta la pequeña localidad. Era un día nublado, en el que apenas se podían distinguir los característicos círculos concéntricos en los que Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach se enfrentaron. Pero allí estaban, ocultos por la maleza y las rocas.
“A partir de ahí les empecé a seguir la pista durante meses”, indica el director, quien confiesa que en un primer momento pensó en su documental como un cortometraje. Sin embargo, la envergadura de la iniciativa sobrepasó las previsiones. A los testimonios de los miembros de la asociación se sumaron los de estrellas como Ennio Morricone, compositor de la banda sonora; James Hetfield, el vocalista de Metallica (que utiliza la escena del cementerio para abrir en sus conciertos); o incluso operadores de cámara que estuvieron a las órdenes de Leone. Y la gran estrella, el único de los tres vaqueros que continúa con vida: Clint Eastwood.
No fue fácil. De Oliveria tardó 10 meses en entrevistar al protagonista de Gran Torino, y lo hizo tras pasar por el filtro de diferentes representantes. Según el cineasta, “lo difícil es romper la barrera, que tu propuesta se la hagan llegar a él y decida si hace o no la entrevista”, ya que, una vez que llegara a sus oídos, “sería raro que no se interesaran más por el tema”.
Al final llegó, y su mensaje fue proyectado durante la quedada en Sad Hill para celebrar el 50 aniversario del spaghetti western. Todos los allí presentes, incluidos los vecinos de Santo Domingo de Silos que había participado en el desentierro, quedaron conmocionados al ver la cara un Rubio canoso hablando directamente al pueblo de Burgos. “No teníamos ni pensado guardarnos la sorpresa. Pero claro, como la respuesta de Clint llegó justo 6 días antes pues ya nos lo callamos”, reconoce el director.
Una leyenda levantada por el Ejército de Franco
Pero Desenterrando Sad Hill no solo bebe de las grandes estrellas. También se apoya en declaraciones de aquellos que ayudaron a alzar lo que después acabaría siendo un mito del séptimo arte. “La mayoría eran jóvenes vascos que fueron a hacer la mili en Burgos y un día de la noche a la mañana se los llevaron para participar en la película”, apunta De Oliveria, quien continúa diciendo que “en aquella época el régimen de Franco entendía que estas producciones internacionales contribuían a dar una imagen de apertura y por eso pusieron 1000 soldados a disposición de Leone”.
Como destaca el documentalista, hubo otro elemento fundamental: “La pasta que les pagaban”. La productora ofrecía entre 250 y 900 pesetas, una fortuna comparada con las 96 pesetas que establecía el salario mínimo interprofesional en el 66. La cantidad dependía tanto del rango del militar como de la función a desempeñar: hacer de muerto o montar el escenario. Otros, como destaca De Oliveria, tenían papeles todavía más llamativos: “Hubo uno, que no sale en el documental, que estaba desnudo en una bañera y le hicieron quedarse todo el día allí. Estuvo pasándolo fatal, pero por ese sacrificio le dieron un dineral”.
Además, llama la atención que El bueno, el feo, y el malo, dado la carga antibelicista de la cinta, fuera grabada en un país dominado por una dictadura. “Como era el Oeste pues colaban todo lo que de otra forma no habría pasado la censura”, señala el autor. Aun así, aunque estuviera centrada en un conflicto estadounidense, el eslogan era universal.
Reflejo de ello, como observa De Oliveria, fue la reacción del público en San Francisco durante su estreno en el 77: “En un momento de la película dicen algo como 'nunca he visto tantas vidas malgastadas por una guerra', y todos se levantaron a aplaudir. No por la Guerra de Secesión, sino por Vietnam”.
No importa la película, sino los sentimientos
A pesar de que Desenterrando Sad Hill está protagonizado por fans de El bueno, el feo y el malo, este no es un documental exclusivo para adeptos de Sergio Leone. En realidad, habla de sentimientos, de conseguir un sueño movido por pulsiones que en cada caso son diferentes.
Un voluntario que busca homenajear a su padre recién fallecido, un par de canadienses que hacen el Camino de Santiago y aprovechan para visitar el cementerio, cámaras de la película que se alegran de ver nuevamente aquel pedazo de historia… etc. “Creo que para darnos cuenta de la universalidad de este mensaje era necesario acompañarles durante la reconstrucción. Tienes que ver a Joseba sobrepasado, dejándose la piel en eso, para luego entenderlo todo cuando te cuenta lo que pasó con su padre”, aprecia De Oliveria.
No obstante, el documental cuenta con un enemigo: la cartelera. La mayoría de las críticas son positivas, pero es complicado encontrar salas de cine que lo proyecten. Actualmente, en el caso de Madrid, solo existe un pase a la semana en los Cines Renoir Princesa (sin saber lo que durará). “Lo presentamos en Sitges para aprovechar el ruido mediático del festival y llevarlo a los cines, a pesar de que ahora están todas las películas que quieren optar a los Oscar”, afirma el cineasta. Paradójicamente, fue más fácil en Japón, donde se estrenó el año pasado. “Son las circunstancias: cuando es una primera película dependes mucho de factores externos”, añade.