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Desnudarse a través de la ficción

Juliette Binoche estaba desnuda y sentada en la cama junto a Jeremy Irons. Le cuenta la cosa más horrible que le puede pasar a cualquiera: que alguien muera por ti. Termina y, con un gesto sobreactuado y seco, le dice que la gente herida es peligrosa. Esto era Herida, de Louis Malle, un impresionante melodrama en el que Irons se enamora de la prometida de su hijo (Binoche) y todo acaba mal. El sexo es violento, sucio, impulsivo y duele. Herida no fue la primera gran película de Binoche, esa es Rendez-vous de André Téchiné. Pero la cinta de Malle es mejor y más dura, y Binoche está más oscura y atractiva que nunca.

Han pasado más de 20 años desde aquella película y la actriz es mejor actriz, pero la industria le niega ya papeles de seductora. Hollywood es así de cruel. Ahora, en todo caso, ella es la seducida, el símbolo de la decadencia, el final de todo, lo que queda cuando no queda nada, el último paso antes de la vejez. En ese caso, Olivier Assayas ha encontrado un instrumento perfecto para su complejo (y terrible) juego de espejos titulado Viaje a Sils Maria, maltraducido del original Clouds of Sils Maria.

El título original tiene sentido. En otoño, en el centro de los Alpes suizos, ocurre una extraña formación de nubes que se van deslizando hacia arriba en forma de serpiente por los lagos italianos y a lo largo del pueblo Sils Maria. Maloja Snake es el nombre de este extraño capricho de la naturaleza. Y Maloja Snake es también el título de la obra de teatro que un día protagonizó el personaje de Binoche, Maria Enders. En esa obra de teatro que la catapultó ella era Sigrid, una joven que seduce al personaje mayor y desesperado, Helena, y la arrastra al suicidio. Han pasado 20 años y Enders, que está en la cima de su carrera, tiene que decidir si interpretar a Helena en una nueva versión de la obra.

Una obra de teatro dentro de una película dentro de la vida

Binoche ya no es la actriz francesa que más llaman en Hollywood (¿hay alguna película en la que no trabaje Marion Cotillard?). La industria se ha transformado y es difícil adaptarse: sólo hay remakes y superhéroes. En el filme de Assayas hay chistes sobre el supuesto dramatismo narrativo y la complejidad que hay detrás de estas obras que antes solo eran entretenimiento. Y la propia Viaje a Sils Maria compite con otro estreno llamado Jurassic World. Esta es la realidad.

La ficción solo es un reflejo. El personaje de Binoche también está cansada de rodar siempre colgada de unas cuerdas y delante de una pantalla verde. Ella tampoco se ha adaptado al nuevo giro de la industria. Pero hay más a parte del propio cine. La edad, el fin de la mejor época. La actriz que interpreta Binoche ensaya las frases del personaje de Helena, una mujer despojada de la virtud de la juventud, de su propia dignidad, perdida y asustada con el paso del tiempo, igual que Maria Enders. Por eso Enders odia ese personaje, porque se niega a asumir la vejez, porque todos queremos ser siempre Sigrid y detestamos ser Helena.

Viaje a Sils Maria es una versión laberíntica de Eva al desnudo. Binoche es una Bette Davis menos temperamental, más reflexiva y prudente, más natural, menos teatral. Y su Eva es Chloë Grace Moretz -Hit Girl en Kick-Ass-. la joven que interpretará a Sigrid y que es, por cierto, mucho más famosa de lo que fue nunca Binoche. Moretz halaga a Binoche pero sabemos que, en cuando se descuide, la devorará. Vive entre tornados de flashes, entrevistas, cotilleos de internet y mucho alcohol. Moretz es la nueva generación que devora a la antigua. Completa el triángulo Kristen Stewart, la joven que hizo de Bella en Crepúsculo -fuente de algún chascarrillo en el filme- y víctima real y permanente de su propia popularidad.

Assayas dice que vemos la película a través del personaje de Stewart. Ella es el agente de Binoche: le ordena la vida, la divierte, la sigue, la quiere, le enseña. Pero este es un descarado elemento narrativo que el director francés elimina de la película cuando ya no le sirve. Este excelente dominio de la metaficción que complica más todo que hace que en la película también se juegue a problematizar el endeble vínculo entre realidad y ficción.

Las palabras ya no sirven

Al final lo único que está claro es que la realidad es una farsa y la ficción es lo auténtico. A través de la ficción nos explicamos a nosotros mismos todo lo de fuera y también lo de dentro. En Persona de Bergman -filme con el que Viaje a Sils Maria tiene muchos paralelismos- Elisabeth (Liv Ullmann)  es muda por su propia decisión, no traicionarse significa estar en silencio porque hablar es decir cosas que no son las que pensamos. Pascal Mercier también reflexionaba sobre esto en Tren nocturno a Lisboa: “Y lo peor sucede cuando me escucho a mí mismo y me veo obligado a constatar que yo también digo eternamente las mismas cosas. Esas palabras están terriblemente gastadas y deterioradas, desgastadas por haber sido usadas millones y millones de veces. ¿Acaso tienen todavía algún significado?”

El personaje de Juliette Binoche solo dice lo que siente cuando ensaya y Assayas utiliza un encuadre más cerrado para esas escenas en las que Binoche escupe las terribles frases desesperadas de Helena. Es entonces cuando Binoche habla de verdad. Las réplicas se las da Stewart, que brilla incluso más que la actriz francesa. Ambas juegan al peligroso juego de esconder sus sentimientos detrás de los personajes de Helena y Sigrid y poco a poco son conscientes, como todos nosotoros, de que no hay nada como la ficción para vomitar lo que somos, para desnudarnos o para entender de qué va la vida.