En agosto 1970, la revista Time cubrió su portada con un retrato de Kate Millett. Por primera y última vez, la publicación destacó a una joven no tan famosa por una tesis feminista que más tarde se convertiría en un vademécum para la teoría de género: el libro Política sexual.
No era un número dedicado a ensalzar el movimiento de las mujeres y, de hecho, dentro había varios textos anónimos dedicados a lapidarlo. Pero fue la respuesta lógica al clamor que se alzaba desde las calles hasta las rotativas de los medios más conservadores.
Algo parecido ocurrió con la edición más importante de la misma revista en 2017: la que elige al personaje del año. En este caso fueron las mujeres que se atrevieron a denunciar a sus agresores sexuales quienes coparon la portada. No podía ser de otra forma, le gustase o no al accionariado republicano del Time.
Con casi medio siglo de diferencia, el me too se había convertido en el epicentro de una nueva ola feminista. Una que ponía el foco en los abusos sexuales y recuperaba ese sentimiento de hermandad que abanderaban las protagonistas de la segunda ola. Se necesitan años para calcular el impacto de una cuarta marea -si es que existe tal- y cierta perspectiva histórica para predecir sus resultados, pero los hitos de este último año son ya algo imborrable.
Netflix acaba de lanzar el documental Retratos del feminismo por si las fuerzas flaquean. Aunque los hombres del Hollywood machista vuelvan a las escenas, Brett Kavanaugh haya sido elegido para la Corte Suprema de EEUU y a veces parezca que los esfuerzos han sido en vano, el punto de inflexión es real. Igual que lo fue el de las feministas de los años 70 que exigían el derecho al aborto -aún no concedido en muchos estados- y la igualdad de oportunidades -también diezmada hoy en día-.
“Pensábamos que íbamos a cambiar el mundo”, dice con pena la actriz y cómica Lily Tomlin en un momento del documental. Les convencieron de que debían abandonar sus motivaciones particulares en favor del bien común. Pero también es importante recordar lo que llevó a cada una de estas mujeres a desobedecer en una década en la que no ser una “buena chica” te convertía en una paria.
Retratos del feminismo, titulado en inglés Feministas: ¿en qué estaban pensando?, hace un análisis inductivo en lugar de deductivo. Es decir, parte de la experiencia de una decena de feministas, ahora ancianas, para dibujar los méritos y las flaquezas de la segunda ola. Lo hace a partir de un libro de retratos tomados en los años 70 por la fotógrafa Cyntia MacAdams a las feministas del momento, pero también a mujeres anónimas que, en su opinión, “tenían una apariencia distinta debido al feminismo”.
Jane Fonda, la cantante de The Mamas and the Papas, Michelle Phillips, o la artista conceptual Judy Chicago se enfrentan a sus retratos (y a veces a sus desnudos) con orgullo y un ápice de tristeza por lo que aún queda por hacer.
Retratos del feminismo no pretende ser una genealogía de las manifestaciones ni de las performances artísticas de aquella época. Al revés: es un rosario de recuerdos de las mujeres más famosas del movimiento en EEUU que, en ocasiones, animan a las nuevas generaciones de feministas para continuar con la lucha.
Jane Fonda
La actriz ganadora de varios premios Oscar y Bafta ha sido desde su juventud una de las figuras principales del movimiento por los derechos de las mujeres en EEUU. Tal y como desvela en el documental, todo empezó con el suicidio de su madre, pero el despertar llegó más tarde, incluso después de protagonizar el desnudo inicial de la película Barbarella (1968).
“Es gracioso teniendo en cuenta lo poco que me gusta desnudarme. Pero no es nada comparado con otras cosas que he hecho sin querer por no saber decir que no. Hace apenas unos años que sé que un ”no“ vale como frase completa”, explica. Diez años más tarde, Fonda escribió junto a Colin Higgins el guion de Cómo eliminar a su jefe en homenaje a las mujeres oficinistas y como denuncia del machismo que sufrían. “La canción de Dolly Parton se convirtió en el himno de las secretarias”.
Margaret Prescod
Esta activista y presentadora de radio nació en una aldea de Barbados donde su madre le obligaba a encargarse de una anciana que vivía al otro lado del camino. Lo que al principio le parecía un fastidio, le enseñó una forma de vivir compartiendo lo poco que tenía que más tarde aplicó a la lucha feminista y antirracista transversal.
“Está bien que digas que estás a favor de todas las mujeres, pero tienes que escuchar a las mujeres negras y no pedirnos que dejemos de lado nuestros problemas raciales por un bien mayor”, dice Prescod, que explica que muchas cayeron entonces en el separatismo porque “no querían tener nada que ver con esas blancas que nos daban la espalda”.
Judy Chicago
El padre de Chicago fue un sindicalista perseguido por el mccarthismo que la crió en base a la tolerancia y a la igualdad. Unos años después de su muerte, ella inauguró The Dinner at the Party (1979) sobre el hogar desde la perspectiva femenina. Había maniquíes atrapados entre las baldas de la alacena, la cocina llena de pezones y una mesa gigante llena de vaginas. Senadores y políticos republicanos la humillaron en la cámara pública y la tildaron de pornografía asquerosa.
“En ese momento acudí a la tumba de mi padre y le dije que me había mentido, me había dicho que podía ser yo misma y que los demás me iban a amar”, desvela en el documental. Tras años después de entender que “nada de lo que hagas te convertirá en un chico”, Chicago comenzó a crear única y exclusivamente desde la femineidad y así se convirtió en el referente artístico de las feministas de EEUU.
Michelle Phillips
Antes de acabar el instituto, Phillips se casó con John, con el que más tarde formaría The Mamas and The Papas. Se marchó siendo una niña porque el cantante prometió a su padre que le enseñaría “todo lo que tiene que saber”. “Sí, claro”, dice con sorna ella cinco décadas después.
“Cobrábamos lo mismo, pero era muy ingenua, de hecho me echaron del grupo por mantener una relación extramatrimonial mientras que él también lo hacía. En ese momento me di cuenta de que no podía hacer nada sin John”, y así fue como la actriz y compositora luchó por salir adelante con un hijo en la soledad y la pobreza, y se volcó en la causa feminista de defender el patrimonio económico de las mujeres.
Phyllis Chesler
La catedrática y escritora se enamoró del pensador afgano Abdul Karim, que fue su primera pareja sexual“. ”Como buena chica judía, le llevé a casa y todo salió mal. Era de la religión equivocada, del color equivocado y del país equivocado y aún así me fui con él a Kabul“. Chesler vivió en sus propias carnes la opresión de las mujeres en otros países más conservadores que EEUU y eso amplió sus miras.
Sin embargo, no fue hasta que volvió a su país, donde empezó a dar diversas clases en la universidad y publicó un buen número de libros mientras estaba embarazada, cuando se convirtió en una feminista convencida. “Pedí que me cambiaran un poco el horario, porque me quedaba dormida en el aula. Y el decano de mi universidad me dijo: tienes que decidirte, ¿quieres ser profesora o madre? En ese momento abrí los ojos”.