Si Interstellar representa la ciencia ficción de gran presupuesto que se presenta a sí misma como inteligente, casi trascendente, El destino de Júpiter es su némesis, el Anticristo de los ‘blockbusters’ dirigidos por el autor de El caballero oscuro. Los hermanos Wachowski (Matrix) parecen haber movido ficha tras los tibios resultados de su fantasía espiritualista Atlas de las nubes. Esta vez, ensayan una estrategia opuesta a la ensayada por Christopher Nolan: en lugar envolver de solemnidad los temas que abordan, los sepultan bajo una sobredosis de acción clamorosamente orientada a un público adolescente.
Su nuevo filme cuenta con un presupuesto enorme que podría haber superado los 200 millones de dólares. Se incluyen un buen número de escenas de acción, alguna de ellas muy extensas. Se han diseñado innovaciones técnicas para dotar de mayor verosimilitud a las peleas aéreas, y se han creado mundos enteros a través de imágenes computerizadas. Pero, más allá de su despliegue visual, de su aspecto de Star Wars amenizada con intrigas palaciegas y luchas por herencias al estilo de El rey Lear (o de Dune), ¿qué explica El destino de Jupiter?
Tecnoespiritualidad para las masas
Tecnoespiritualidad para las masasLa mezcla de biotecnología y transmigración de las almas, ya tratada en Matrix y Atlas de las nubes, vuelve a aparecer en la nueva obra de los Wachowski. En esta ocasión, nos encontramos a Jupiter Jones, una joven inmigrante rusa que trabaja de limpiadora… y resulta ser la reencarnación de una reina intergaláctica fallecida. Este fenómeno provoca que sus herederos persigan a Jupiter con finalidades diversas.
Más allá de este cuento de hadas sobre una aristócrata imprevista, los cineastas insisten en advertir sobre los malos usos de la investigación genética. En Atlas de las nubes, fantaseaban sobre empresas privadas que creaban esclavos a través de la biotecnología. En esta ocasión, conciben prácticas tanto o más terribles, en la línea de la reciente Snowpiercer. En diversas distopías del siglo XXI, el ser humano ya no es siquiera un sujeto del que abusar: es material, tejido, fluido. Y aquí los autores trazan un paralelo entre estos escenarios de anticipación y la actualidad: la gran esperanza de prosperidad del personaje principal es vender sus óvulos.
Fantasía después del crash financiero
Fantasía después del crash financieroEl filme puede ubicarse dentro de la actual tendencia de blockbusters fantásticos, como Elysium o Desafío total, que aluden a la crisis económica. Por su tono marcadamente juvenil, el resultado se asemeja especialmente a In time, aquella Bonnie y Clyde cool para adolescentes amantes de los besos, los disparos y las persecuciones. Ambas películas comparten un relato de fondo: oligarcas todopoderosos que consiguen la inmortalidad de facto a través de la explotación. En sus negocios no hay lugar para la ética: “Vivir es consumir”, dice Balem, el más despiadado de los herederos Abrasax, criado para no sentir empatía por la base de una pirámide social que se convierte en pirámide de consumo.
La mezcla de gran empresariado y dinastía familiar parece diseñada para despertar una cierta antipatía en la audiencia estadounidense, más proclive a aceptar meritocracias (reales o aparentes) que herencias aristocráticas. La audiencia sólo se puede identificar con la princesa proletaria Jupiter Jones, nacida en la Rusia salvajemente liberalizada. Su primo tiene muy claro el funcionamiento del mundo: el dinero va hacia los que están bien situados, mientras los de abajo sólo reciben esos residuos que la protagonista limpia en lavabos ajenos.
Aun con estas vagas pinceladas de crítica social, el resultado puede decepcionar. En el Hollywood donde lo colectivo suele contemplarse como una amenaza, la filmografía de los Wachowski ha sorprendido por la frecuencia con la que incluye imágenes de revolución, sea en producciones que han dirigido o tutelado.
Aquí no hay lucha contra el sistema, ni menos aún la implicación colectiva que asoma en V de Vendetta: sólo una reina accidental puede garantizar el bienestar colectivo, usando los resortes previstos por el mismo sistema terrible que la quiere eliminar. Aunque sea por motivos argumentales, el miedo a la acumulación de recursos y poder no se combate mediante la redistribución, sino a través de una propietaria que renuncia a ejercer como tal. Un cierto antiindividualismo sobrevuela el ambiente, pero sin que se produzcan discursos explícitos como el de Somni-351, la mesías budista (¿y socialista?) de Atlas de las nubes.
Una heroína vulnerable
Una heroína vulnerableEl destino de Júpiter no es una película recomendable para aquellos que busquen mujeres aparentemente empoderadas. No hay rastro posible de feminismo pop como el que puede detectarse (o proyectarse) en Los juegos del hambre: Jupiter tiene mucho de damisela en peligro. Aunque posee cierto carácter, es rescatada repetidamente por su guardaespaldas volador, como Lois Lane era rescatada por el Superman interpretado por Christopher Reeve.
Los Wachowski no asumen el relato de la Cenicienta que puede convertirse en reina, pero tampoco invierten en todos sus términos. Algunos aspectos de la evolución vital de su personaje pueden considerarse reaccionarios. No queda muy claro si ella acaba aceptando su vida porque ha contraído una responsabilidad que la trasciende… o, sencillamente, porque se ha convertido en una reina enamorada. Su posible historia de toma de conciencia parece, por lo tanto, de alcance limitado.
Ruido y artificio
Ruido y artificioEn El destino de Júpiter, lo real suele ser un estereotipo. Es el tedio de una vida rutinaria como la que desasosegaba al Neo de Matrix, y también el contrapunto humorístico de unas discusiones familiares que rozan lo paródico. Sus creadores apuestan por la fantasía y lo hacen a lo grande, ofreciendo diversos estilos de arquitectura futurista a través de un diseño de producción espectacular. Por lo lo general, apuntes sobre ventas de óvulos al margen, la Chicago del presente es sólo un eco lejano en este sueño de evasión.
Más allá de la estética y de la vistosidad del 3D, la película se basa en un ruido sin demasiada furia y en una violencia sin apenas sangre, consumibles ambas por públicos amplios. Los espectadores más escépticos quizá considerarán excesivo el número de situaciones contrarreloj, de rescates en el último minuto. Además de victimizar a una heroína en riesgo constante de muerte, la sobreabundancia de clímax puede convertirse en rutinaria. Como subir una y otra vez en la misma cara, carísima, montaña rusa.