'Diamantes en bruto': irritante pero hipnótico retrato de un adicto al dinero y al juego

Pocos, sino ningún inicio del cine reciente, deja tan claras sus intenciones con una escena que violente más, por basta y zafia pero también por pasmosa, que los cinco primeros minutos de Diamantes en bruto.

El espectador se encuentra en algún lugar remoto de la costa atlántica de África. Un accidente en una mina ha destrozado el pie de un minero y una marabunta de obreros indignados reprochan a los capataces el trato que reciben. Entre el barullo, dos personas se escabullen para meterse en la mina y extraer una piedra singular. Una muy brillante y de tamaño considerable.

Entonces, la cámara se acerca tanto a la piedra preciosa que se adentra en ella, en su interior, atravesando moléculas y convirtiendo el hallazgo en un confuso tumulto de colores y formas. De repente, el entorno se vuelve más oscuro y repelente. Y la cámara sale a la luz de una consulta de un médico. Al personaje de Adam Sandler le están practicando una colonoscopia.

La riqueza de un mundo en las posaderas del otro. Dos polos opuestos de una terrible realidad. Dos formas radicalmente distintas de comprender el dinero, el privilegio y la humillación. Dos formas de capitalismo, al fin y al cabo. ¿De qué va todo esto?

Un thriller sin frenos ni (auto)control

thrillerHoward Ratner —Sandler— es propietario de una pequeña joyería del Diamond District de Nueva York, en el que se estima que trabajan 2.600 joyeros y se concentra casi el 90% del comercio con diamantes de todo Estados Unidos. El corazón mismo de otro tipo de especulación, a cuatro millas de Wall Street.

Este aranero de vocación acaba de recibir un ópalo gigante de gran valor. Un día, el jugador de la NBA Kevin Garnett —que se interpreta a sí mismo— entra en su local en busca de algo que le dé suerte para un partido importante. Inevitablemente queda prendado del ópalo. Ratner se lo presta con la intención de apostar dinero en ese partido, con la confianza de multiplicar su dinero. Pero las cosas no salen como estaban planeadas.

Los hermanos Safdie, que se apuntaron el tanto de dirigir la sorpresa indie norteamericana de 2017 con Good Time, vuelven con un retrato despiadado y descaradamente burdo de un sistema corrupto. Si en su anterior filme la chapuza inherente a la desesperación y un atraco con imprevistos se mezclaban con cierto ánimo crítico, esta vez el reproche se diluye en contradicciones que forman parte del fresco de una sociedad urbana tardocapitalista absolutamente despiadada. Una en la que no existe relación afectiva que no esté mediada por la compra-venta. Una en la que los seres humanos son piezas del capital, esclavos de sus voluntades.

Adam Sandler, que sigue enfrentándose al desdén popular pese a haber demostrado su talento a manos de realizadores de la talla de Noah Baumbach o Paul Thomas Anderson, interpreta mravillosamente a un hombre atrapado por su propia naturaleza. Cicatero, ambicioso, ludópata, machista, padre de familia judío blanco y heterosexual.

Sobre sus hombros, los Safdie construyen en primer término un retrato de un hombre de mediana edad en crisis. Alguien a quien sus hijos no respetan, de quien sus clientes se mofan y del que sus socios ya no se fían. Alguien que paga con su mujer su frustración, mientras vive un romance con una joven que es prácticamente un objeto sexual para él.

Y en segundo, una aproximación a una comunidad judía bastante depauperada en sus valores —colectivos judíos, de hecho han denunciado a la película por antisemita—. Una persona a la que sería fácil despreciar y con la que, sin embargo, se construye el mecanismo de empatía que sostiene la trama de Diamantes en bruto.

Fucking Money Man

Fucking Money ManHace unos meses, Rosalía lanzaba un doble tema que podría, de forma insólita, resumir la ambivalencia que habita en el discurso de Diamantes en bruto. Con el EP Fucking Money Man, la cantante catalana discurría en su primera canción sobre la fascinación por el dinero a ritmo de “jo sé que he nascut per ser milionària” [yo sé que he nacido para ser millonaria], para acto seguido maldecir las consecuencias de esta en el siguiente tema: dio$ no$ libre del dinero.

Diamantes en bruto juega exactamente la misma carta. Critica la obsesión por el parné y el prestigio, la mercantilización del deporte, la falta de escrúpulos de las casas de apuestas y la superstición como estrategia de venta capitalista. Pero al mismo tiempo, inevitablemente enaltece su poder de seducción. Los Safdie se sienten fascinados por cómo corrompen los cuarto, al tiempo que disfrutan dejándose corromper.

Es esta, en definitiva, una película tan tosca como incómoda, tan fascinante como repugnante. Un título que encuentra en su discurso, y sus profundas contradicciones, un equilibrio inaudito. En el juego entre sentir empatía por personas terribles y la recreación pretendidamente veraz —adulterada con el implacable tempo de un thriller espídico— de una realidad sucia, los Safdie encuentran su propio lenguaje y lo hacen brillar.

Diamantes en bruto no es solo su mejor película, es un ejercicio de hipnosis por una puesta en escena opresiva y un magnífico retrato de personajes al límite. Incómoda en fondo y forma. Tal vez por eso resulta tan atractiva. Ya lo decía aquel refranero catalán que rezaba que “els enemics de l'ànima són tres: diners, diners i diners” [Los enemigos del alma son tres: dinero, dinero y dinero].