Alberto Salvá y el cine “imperfecto y sucio” de un catalán que triunfó en Brasil
El 13 de abril de 1938 nació en una Barcelona acosada por las bombas franquistas Alberto Salvá. Cuando falleció dejó cerca de una veintena de películas dirigidas, siete guiones inéditos, varios premios y una fama de autor maldito. Pese a ello ninguno de sus títulos es conocido en Cataluña ni en España. Y es que toda su carrera cinematográfica transcurrió en Brasil.
Para aquel hijo de padre mallorquín y madre catalana, los límites entre vida y cine se desvanecían. Como recuerda su hija, Melanie Salvá, “el cine lo era todo para él; creció viendo cine, sufría abstinencia si no iba al cine”. Su encuentro con ese mundo de luces y sombras tuvo lugar siendo un niño en la Barcelona de posguerra. Allí la familia Salvá buscaba el calor de las salas para combatir el frío invernal. Desde entonces, todo para él estuvo marcado por el séptimo arte.
Sin embargo, cuando en 1952 llegó a Rio de Janeiro con 14 años, nada auguraba que haría de aquella pasión su forma de vida. De hecho, sus primeros trabajos fueron de albañil y pintor junto a su padre. Luego pasó más de cinco años como oficinista en una compañía tabaquera. Hasta que un día vio un anuncio que le permitiría dejar aquel rutinario empleo: un curso de fotografía. Será en 1962 cuando su vida dé un giro. Aquel año fue seleccionado para el curso que el documentalista Arne Sucksdorff impartió en Rio y que sería clave en su biografía. El cine le abría las puertas. Y pronto llegarían sus primeras colaboraciones.
Del Cinema Novo al malditismo
El encargo determinante vino en 1964: participar como fotógrafo en Nossa escola de samba, un documental con carga social de Manuel Horacio Giménez. El filme, junto con otros tres documentales, acabó integrado en el largometraje Brasil Verdade (1968), uno de los títulos de referencia del Cinema Novo. Sin embargo, las inquietudes de Salvá no coincidían con el movimiento de Glauber Rocha. Al contrario, nunca ocultó sus diferencias. El Cinema Novo, afirmaba en 1971, “fue importante, pero no se comunica con el público, es para una minoría. Tiene buenas imágenes pero es rebuscado, nadie lo entiende”. Su aspiración era hacer películas comerciales, “pero no de una manera rastrera”.
Su primer trabajo como realizador fue Paixão de Aleijadinho (1965), un premiado documental sobre el escultor barroco de Minas Gerais. El salto a la ficción llegó en 1968 con Como vai, vai bem?, para cuya producción el cineasta promovió el Grupo Câmara, la primera cooperativa cinematográfica brasileña. Se trataba de una comedia de ocho episodios de los que Salvá dirigió tres. En ellos contaba la historia de un joven que trataba infructuosamente de quedarse a solas con su novia, la de un hombre que se travestía por las noches y la de un voyeur obsesionado con su vecina; temas arriesgados para el Brasil de la época donde no faltaron voces que tacharon el filme de inmoral. La fama de “maldito” comenzaba a gestarse.
Tras aquella película sería contratado para dirigir la comedia erótica A cama ao alcance de todos (1969) y Vida e glória de um canalha (1970), una película policiaca con fuerte carga erótica. Estos y otros proyectos, como Ana, a libertina (1975), Inquietações de uma mulher casada (1976) o S.O.S. Sex Shop (1983), le colgarán la etiqueta de autor erótico e incluso la de ser un referente de la pornochanchada, género brasileño equivalente al destape español de los 70.
Otros proyectos reflejarán mejor la sensibilidad de su mirada. En 1971 estrenó su mejor película: Um homem sem importancia. En ella se ve su admiración por el neorrealismo, cuya huella ya se había dejado sentir en Brasil con películas como Rio, 40 graus (1955), y Rio, Zona Norte (1957) de Nelson Pereira dos Santos. Sin embargo, la película de Salvá evita los ambientes marginales para contar la historia de un hombre anónimo con no pocas dosis autobiográficas.
En 1972 regresa al género policiaco con Revólveres não cospem flores y se adentra en el cine infantil con As quatro chaves mágicas, una producción con la que obtuvo varios premios. También comienza por entonces a colaborar en TV Globo. Sin embargo, Salvá no logrará en la televisión la estabilidad económica y su vida será una lucha por sacar adelante películas. Tampoco la concibe de otra forma.
Esa inestabilidad marcó también su vida privada. “Monógamo en serie”, como se autodefinía, fueron muchas las mujeres con las que compartió una relación sentimental, por lo común breve. Además, por aquellos años se dejó arrastrar por el espíritu hippie, incluyendo experiencias con las drogas y una gran atracción por el esoterismo y el espiritualismo oriental. “Mi padre era el tipo con menos prejuicios y el espíritu más libre que he conocido. Su cabeza era como un ventilador que giraba constantemente”, recuerda su hija.
Sexo y psicología en el Brasil de los ochenta
Su actitud abierta hacia el sexo se refleja en sus películas, que no pocos tildarán de pornográficas. Pero Salvá pretendía ir más allá de las escenas sexuales; quería profundizar en la psicología de los personajes, en los conflictos que se esconden tras el deseo y las pasiones a contracorriente. No en vano, además de su pasión por el cine de Hollywood, seguía con interés el trabajo de Bergman, o muy especialmente el de John Cassavetes.
También el cine español. No es difícil descubrir el rastro buñueliano de Belle de jour en su Ana, a libertina. Así mismo le atraen Carlos Saura y Pedro Almodóvar, aunque será Bigas Luna su director español preferido. De ellos le fascina su libertad para abordar historias transgresoras. Por el contrario, él en Brasil se siente muy limitado para hacer el cine que le gusta. “Le ponían la etiqueta de pornográfico, de desgarrado”, comenta su hija. “Él se enfadaba y decía: Bigas Luna es crudo y todo el mundo aplaude; Almodóvar es osado y todo el mundo sale del cine maravillado… ¿Y yo no puedo ser osado? ¡Oigan, que también soy español!”.
De hecho, aunque nacionalizado brasileño en 1961, el cineasta siempre arrastró una crisis de identidad. “Solía decir que se sentía como un ruso que aprende griego y vive en China. No se identificaba con nada, era un animal extraño y desarraigado”, recuerda Melanie Salvá. Para ella, su padre seguía ligado a España y Cataluña, hasta el punto de confesarle a los 70 años que todavía pensaba en catalán. No es extraño por ello que su breve visita a la España de los 80 le impactara. “Pasó meses hablando de aquel viaje, entusiasmado con la explosión cultural que vio. Era como si Drácula hubiera regresado a Transilvania”. De hecho, a juicio de su hija, aquel sustrato español marcaba su actitud creativa: “era su identidad como artista. Tenía alma española, cruda, osada. Y eso molestaba aquí”.
A pesar de ello en 1987 llegó su gran éxito: A menina do lado. La película explora la relación amorosa entre un periodista cuarentón y una adolescente. El filme tuvo una gran acogida de público y conquistó varios premios. Pero también fue tachado de pederasta pese a que, como el propio director subrayaba, era una historia inocente comparada con Lolita de Nabokov.
La crisis en que se hundió Brasil con el gobierno de Collor de Mello truncó aquel momento dulce de Salvá. Si producir una película ya era un milagro, tras la debacle económica de los 90 fue un imposible. En esa coyuntura impartirá cursos de guion para ganarse la vida, aunque aquella actividad le aburría. “Mi padre entraba en depresión cuando no podía hacer una película”, comenta su hija.
Por fin, tras algunos cortos, en 2008 dirigirá Na carne e na alma, una película de bajo coste rodada en video. El filme relata la historia de un estudiante mujeriego y una joven de buena familia que le adentra en una relación que oscila entre la ternura y la crueldad. Pero Salvá chocará contra un muro: la falta de distribución. Afectado por un cáncer, el cineasta fallecerá sin ver su película estrenada en un cine. El 13 de octubre de 2011 Alberto Salvá recibía su último adiós en Rio de Janeiro entre lecturas de Osho, aplausos de familiares y amigos y una música muy especial para él: Un pont de mar blava, el poema de Miquel Martí i Pol interpretado por Lluís Llach.
Si en España Salvá es un desconocido, en Brasil es un olvidado. Él mismo se lamentaba de que su obra fuera subestimada en su país de adopción. Y ello a pesar de la singularidad de su filmografía. Como destacaba un crítico brasileño a propósito de Na carne e na alma, su cine es “imperfecto y sucio, pero tiene algo que le falta a muchas películas: alma”.
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