El Juego de Ender es el gran libro de ciencia ficción para adolescentes que no leen ciencia ficción, principalmente porque no habla de robots sino de niños contra adultos. Ender Wiggin es el tercero de tres hermanos en una sociedad que sólo permite tener dos y su existencia es tolerada por el Gobierno a cambio de ser reclutado a los seis años en la Escuela de Batalla, una academia donde aprenderá a luchar contra una raza de alienígenas sedientos llamados Insectores. Allí están ya sus dos hermanos y otros niños superdotados preparándose para una gran guerra donde se decidirá el destino de la humanidad.
Lo tenía todo para arrasar entre los adolescentes: un “elegido” de buen corazón (pero de brazo implacable), un mundo paralelo y exclusivo (con reglas opuestas a las del mundo real), muchos gadgets molones y un conflicto generacional con adultos carcas que no lo pillan. Como todos los grandes héroes de internado antes y después que él, Ender participa en intrigas colegiales, se pelea con su némesis (un hermano malvado y celoso inspirado en el hermano de Nefi en el primer Libro de Mormón), protege a su adorada hermana de los abusones y lucha contra su lado oscuro, cada vez más dominante.
Del otro lado –el de los adultos– están los profesores, una vieja gloria envilecida (que fue Ender antes que Ender) y un comandante controlador y totalitario. Aunque el eje del libro es la violencia, su representación es simulada, tan exenta de mutilaciones como una partida de Quidditch (o el entorno gráfico de los drones). El juego al que juega Ender es un videojuego. Y hasta aquí puedo leer.
Hacia un Harry Potter intergaláctico
Era el libro perfecto para reconstituir la franquicia Potter, ya terminal. ¿Hay algo más irresistible para un adolescente que un mundo donde los adultos necesitan tanto a los niños que toda su existencia gira en torno al desarrollo de sus habilidades mágicas? En la Escuela, los juegos y cacharros no son distracciones sino herramientas indispensables para la supervivencia (y un entorno tecnológico que prefigura la Red con más clarividencia que cualquier cosa escrita por William Gibson). Ender es un niño sensible que se transforma en el futuro dictador de una sociedad militarizada. Es como un Hogwarts interestelar o, para ser más cronológicamente exactos, Hogwarts es una Escuela de Batalla ludita donde la magia y la estética victoriana de Oxford sustituyen a la tecnología, los dementores a los insectores y el sadismo desaparece en favor de malignidades de recreo. Hasta los escuadrones han sido transformados en las cuatro casas del internado mágico.
Pero Ender es un libro oscuro, más cercano en su brutalidad a El señor de las moscas que Los juegos del hambre. Para suavizarle los bordes, Lionsgate invirtió en una nueva camada de niños actores (el relevo de los ahora inalcanzables Daniel Radcliffe y Emma Watson), contrataron actores oscarizados para el claustro (Ben Kingsley, Viola Davies) y llamaron a Harrison Ford para cargar el peso dramático, un actor cuya sonrisa todavía derrite glaciares e ilumina agujeros negros. Inevitablemente, la parte científica comparte las incongruencias del libro, pero todo habría salido bien si no fuera porque Orson Scott Card, el mormón ultraconservador, homófobo, chovinista y racista que escribió el libro, tiene un blog.
Algunos inconvenientes de adaptar a los clásicos
Scott Card piensa que aquellos que entran en los oscuros pasillos de la “sociedad homosexual” han sido sufrido abusos de pequeños y sólo pueden “jugar a papás y mamás”. Tiene un lobby que presiona para mantener el sexo entre homosexuales en el Código Penal “para ser usado cuando sea necesario mandar un mensaje claro que aquellos que violan flagrantemente las normas sociales de conducta sexual no pueden ser ciudadanos aceptables en esa sociedad”. También piensa que Obama está montando una milicia de matones por contratar a negros y chicanos en el cuerpo de policía. Cuando no está amenazando con destruir el Gobierno por legalizar el matrimonio homosexual, está comparando a Obama con Adolf Hitler o declarando que la guerra de Vietnam fue un ejercicio de puro altruismo.
El problema es que su actividad mediática ha llamado la atención sobre ciertos aspectos del libro que se nos habían escapado. Como que los chicos usan con ligereza la palabra “negrata” (nigger), que los malvados alienígenas se llaman “buggers” –traducido en España como insectores pero que significa “bujarrones” o “mariquitas” en jerga norteamericana– y que las únicas mujeres que aparecen en la historia son una madre desnaturalizada, una hermana virginal que traiciona al protagonista por pura debilidad mental y una colega (Petra), que protagoniza la única misión fallida del libro.
Cuando le preguntaron por qué había eliminado la palabra nigger de las últimas ediciones de El juego de Ender, Scott Card contestó:
“Mientras que las viejas obscenidades que tenían que ver con el sexo y los excrementos han sido desatadas por el público, las nuevas obscenidades han pasado de ser indecorosas a ser pecado. Lo que joder y mierda fueron en su día, ahora lo es negrata. Y al igual que había mojigatos que chillaban de indignación y exigían que cualquier libro que tuviera esas palabras fuese prohibido, ahora tenemos un nuevo grupo de mojigatos que tienen idénticas exigencias con aquellos libros que contienen la palabra prohibida. Hoy en día, esa palabra es negrata.”
Por suerte para él –y para todos nosotros– las llamadas al boicot han caído en el saco roto de la taquilla: Ender recaudó 28 millones de dólares el fin de semana de su estreno. También es verdad que su competencia directa era Jackass Presents: Bad Grandpa.
El Juego de Ender es el gran libro de ciencia ficción para adolescentes que no leen ciencia ficción. A diferencia de la Fundación de su contemporáneo, Isaac Asimov, no habla de robots sino de niños y de violencia: Ender es el tercero de tres hermanos en una sociedad que sólo permite tener dos, cuya existencia es tolerada por el gobierno a cambio de su vida. A los seis años deberá unirse a la Escuela de Batalla, una academia del genocidio donde aprenderán a luchar contra una raza de alienígenas llamados Insectores. Allí fueron sus dos hermanos, también superdotados y allí están otros niños especiales preparándose para una gran guerra donde se decidirá el destino de la humanidad.
Ender tenía todo lo necesario para arrasar entre los adolescentes: un elegido de buen corazón (pero de brazo implacable), un mundo paralelo y exclusivo (con reglas opuestas a las del mundo real), muchos gadgets molones y un conflicto generacional con adultos carcas que no lo pillan. Como todos los grandes héroes de internado antes que él, Ender participa en intrigas colegiales, pelea con un hermano eclipsado y celoso y protege a su adorada hermana de los abusones. Del otro lado -el de los adultos- está la vieja gloria envilecida (el que fue Ender antes que Ender), un comandante controlador y totalitario (que en la película es Harrison Ford) y mucha violencia, aunque su representación es siempre es virtual o infantil, tan exenta de mutilaciones como una partida de Quidditch. El juego al que juega Ender es un videojuego. Y hasta aquí puedo leer.
¿Hay algo más irresistible que un mundo en el que los adultos son necesitan tanto a los niños que su existencia está limitada a servir de plataforma para el desarrollo de las habilidades infantiles? Los juegos y cacharros no son distracciones sino herramientas indispensables para la supervivencia y Ender está destinado a la grandeza, un futuro dictador en una sociedad militarizada. La Escuela de Batalla es como un Howarts interestelar o, para ser más cronológicamente exactos, Howarts podría ser una Escuela de Batalla ludita, donde la magia sustituye a la tecnología, los dementores a los insectores y el sadismo seco que caracteriza la primera desaparece en favor de malignidades de armario.
Era el libro perfecto para llevarlo al cine y así lo hicieron. Lástima que su creador sea un mormón homófobo y racista quiere mantener las penas contra el sexo entre homosexuales “para ser usada cuando sea necesario mandar un mensaje claro que aquellos que violan flagrantemente las normas sociales de conducta sexual no pueden ser ciudadanos aceptables en esa sociedad”. Card piensa que la aquellos que entran en los oscuros pasillos de la “sociedad homosexual” han sido molestados de pequeños y sólo pueden “jugar a papas y mamas”. Cuando le preguntaron por qué había eliminado la palabra nigger (negrata) de las últimas ediciones del juego de Ender, Scott card contestó:
Mientras que las viejas obscenidades que tenian que ver con el sexo y los excrementos han sido desatadas por el público, las nuevas obscenidades han pasado de ser indecorosas a ser pecado. Lo que joder y mierda fueron en su día, ahora lo es negrata. Y al igual que había mojigatos que chillaban de indignación y exigían que cualquier libro que tuviera esas palabras fuese prohibido, ahora tenemos un nuevo grupo de mojigatos que tienen idénticas exigencias con aquellos libros que contienen la palabra prohibida. Hoy en día, esa palabra es negrata.
Es habitual que las adaptaciones de un autor vivo generen conflictos en el plató, pero no tanto que el autor (y productor) de la película se convierta en su propio troll. Cuando no está amenazando con destruir el gobierno por legalizar el matrimonio homosexual, está comparando a Obama con Adolf Hitler o declarando que la guerra de Vietnam fue un ejercicio de puro altruismo. Semanas antes del estrebo aparecieron páginas llamando al boicot desde asociaciones de Gays y Lesbianas. http://skipendersgame.com/