Ser aventurero, así tal cual, era considerado casi como una profesión a mediados del siglo pasado. Si además sabías pilotar un avión, tu vida seguro que iba a ser trepidante y estaría plagada de historias que contar. Con estos ingredientes, tampoco era raro que terminases siendo escritor.
Antoine de Saint-Exupéry vivió muchas historias y siempre nos quedará la duda de cuántas contó alguna vez y cuántas otras se guardó para sí mismo. No son muchos los que saben que en repetidas ocasiones, el piloto francés tuvo que lidiar a punta de pistola con militares marroquíes para liberar a aviadores apresados. Tampoco es demasiado conocido el hecho de que antes de incorporarse al Ejército del Aire, había conseguido experiencia como aviador siendo cartero internacional: volaba con aviones ligeros que ya entonces se consideraban anticuados e incluso peligrosos. Ni que después de haber dejado el Ejército, se quiso volver a alistar aun sabiendo que superaba la edad máxima permitida. Eisenhower le dio un permiso especial, aunque debido a sus limitaciones físicas nunca llegó a pilotar como antes.
Cierto es que algo de todo aquello nos contó en relatos como El aviador, Correo del Sur o Vuelo nocturno, pero pocas anécdotas de su vida se conocen más que su accidente en el desierto del Sahara.
Aunque se había estrellado en varias ocasiones, ningún susto le marcó tanto como el que sufrió un 30 de diciembre de 1935, ocho años antes de publicar El Principito. Justo la edad que algunos estudiosos han dicho que tendría el personaje del título. Saint-Exupéry se encontraba participando en una carrera junto con su colega André Prévot cuando el avión desfalleció. El aeroplano quedó destruido y cubierto de arena en medio del Sahara. Allí estuvieron a punto de morir ambos, hasta que les rescató un beduino, cuatro días después del aparatoso accidente. Lo contó en Tierra de hombres, pero entonces se quedó en lo superficial, en lo que se podía contar después de haber sobrevivido a aquello.
Mark Osborne, a los mandos de esta nueva adaptación cinematográfica de El Principito, parece comprender que del hecho traumático viene el gen de la narración con la que arranca el libro. Un sosias del propio Saint-Exupéry se encuentra con un misterioso niño que le pide que le dibuje una oveja. En realidad lo que le pide es que, para sobrevivir, tiene que pensar como un niño. Lo esencial es invisible a los ojos.
El Principito como nunca lo habías visto
El PrincipitoTal vez estemos ante la primera adaptación que es realmente fiel al espíritu de la narración del piloto francés. Y, a la vez, es la primera que no se basa completamente en el relato en sí mismo, sino que más bien lo utiliza como hilo conductor.
La historia de esta película no es la del relato sino la de una niña que acaba de mudarse a una gran ciudad. Vive con su madre, que le exige que invierta su verano en estudiar y en seguir una agenda estricta de quehaceres que la harán entrar en un colegio privado. Pero todo se complicará cuando conozca a un vecino muy particular: un viejecito adorable que es piloto de aviones y que le contará que un día conoció al Principito.
La película, plantea pues un punto de partida interesantísimo a la hora de tratar un clásico de semejante calibre. No en vano, estamos hablando de uno de los libros más leídos de la historia. Así que... ¿Por qué contar lo que todos conocen? El Principito de Mark Osborne no va de El Principito de Saint-Exupéry. Lo que busca es intentar captar lo que han sentido o imaginado los 140 millones de lectores del libro. Algo que no sólo es original, sino una demostración de arrojo bien mezclado con talento.
Para conseguirlo, la línea argumental básica, la historia de la niña y el viejecito, está realizada con animación 3D como la grandísima mayoría de películas actuales. El formato, pues, se ha convertido en la realidad con la que narrar cualquier historia. Mientras que todo lo que tiene que ver con el relato de Saint-Exupéry está hecho mediante animación stop motion, trasladando la capacidad de asombro y la potencia visual a otro plano distinto y memorable.
El resultado es una imaginativa reinterpretación para todos los públicos de una historia sobre lo que significa la infancia, la edad adulta, y los límites entre ambas. Pero también es una prueba eficaz de un tipo de cine más preocupado en contar sensaciones que historias. ¿Recuerdas lo que sentiste al leer el original? ¿No? Pues lo harás con esta película. Lo esencial es invisible a los ojos, así que lo que vas a ver no es lo más importante, tenlo en cuenta.
Otros principitos de la pequeña y la gran pantalla
Dentro de lo difícil que es adaptar una obra tan inadaptable como la que nos ocupa, resulta poco sorprendente descubrir que han sido bastantes los que lo han intentado antes que el director de Kung Fu Panda. En 1974, Stanley Donen, el director de Cantando bajo la lluvia y Siete novias para siete hermanos, se embarcó en un musical que sobre el personaje. El experimento no salió del todo mal, pero tampoco del todo bien y hoy se resiste al olvido como un extraña película casi “de culto”. Tal vez la recordemos hoy porque en ella aparecía el recientemente fallecido Gene Wilder que, aunque parezca extraño, hace de el Zorro del cuento. Él fue el primero en pronunciar una de las frases más memorables: “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”.
Poco después, se hizo una serie televisiva que adaptaba muy libremente la historia. Era una serie de anime japonés que Kôji Yamazaki y Takeyuki Kanda quisieron convertir en algo más que una extravagancia. Lo cierto es que se considera un fracaso y ninguno de los dos creadores ha logrado hacerse un hueco en la historia.
Otra adaptación que se tomaba todas las libertades que hiciesen falta fue la producida France Television y Sony en 2010. Se trataba de una serie de animación que contaba las aventuras del joven habitante del asterioide B612 y su zorro luchando contra la serpiente, que estaba empeñada en apagar todas las estrellas que pudiese. En nuestro país la emitió Disney Channel, y tampoco llegó al corazón de los espectadores. Han tenido que pasar muchos años hasta ver una adaptación ciertamente digna, y resulta que no se trata de una adaptación literal. Tal vez en eso reside su secreto.