Elena López Riera cuestiona los ritos en torno al matrimonio y la maternidad en un brillante corto “seco y violento”

Javier Zurro

Cannes —
19 de mayo de 2024 22:39 h

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A Elena López Riera le obsesiona la fotografía que muestra a su madre el día de su boda. Ella sola. La mirada hacia abajo, el gesto congelado. ¿Había en ella felicidad?, ¿tristeza? A través de esa fotografía comenzó a escribir textos hace 20 años en donde se planteaba cuestiones sobre la maternidad, el matrimonio, las convenciones sociales y los ritos, otra de sus obsesiones como muestran sus primeros cortometrajes y su fascinante debut en el largometraje, El agua. ¿Se puede escapar de ellos?, ¿cuánto hay de elección personal en lo que hacemos?

Con 42 años, y en plena crisis personal, aquella foto la atrapó de lleno. Se encontraba en una situación que distaba mucho de la que tenía su madre a su edad. Era una mujer sin pareja, sin hijos. “Lo que te devuelve la sociedad cuando tienes esta edad”, dice la directora desde una playa de Cannes donde ha mostrado por primera vez el trabajo donde todas esas reflexiones han quedado plasmadas. Aquella obsesión en un momento tan duro, de “crisis bastante fuerte”, hizo que se mirara en el reflejo de su madre, pero también “en el de todas las mujeres que vinieron antes”. Se preguntaba en qué se parecía a ellas y en qué se diferenciaba. Eso le hizo pedir y buscar imágenes de mujeres en bodas y hablar con ellas. 

El resultado es Las novias del sur, un brillante e inteligente trabajo donde habla de nuevo de madres e hijas, de convenciones sociales, de cárceles en forma de matrimonios y de resistencia. La de esas mujeres a las que entrevista y que se abren en canal para hablar de sus maridos, de su primera vez, del deseo y de sus cuerpos. A la vez que las escucha, Elena López Riera lee esos textos que ha ido escribiendo todos estos años y clava el cuchillo en una nueva generación de mujeres. Un corto que “quería alejarse de lo cuqui y ser seco y violento”.

Un trabajo de 40 minutos que tiene también algo de freudiano. “Al ver la cara de mi madre pienso, soy yo, pero no soy yo. Y no sé si eso es terrible o hermoso. Hay algo ahí que siempre me ha obsesionado, y me da mucha alegría y mucho miedo al mismo tiempo”, dice recordando una frase que se oye en este mediometraje que se proyecta en la Semana de la Crítica de Cannes y que la confirma como una de las voces más personales, diferentes y únicas del nuevo cine español.

A pocas horas de enseñar su corto se muestra nerviosa y feliz, también por estar en un año donde géneros y formatos se rompen. El mediometraje de López Riera se une a los cortos de Godard y Leos Carax, mostrando que hay cineastas para los que la duración no es una cuestión de ego, sino de qué quieren contar. “Es significativo que se abran espacios para películas con otro formato, con otra envergadura, con otra fabricación y que salgamos un poco de esta dualidad del cortometraje hasta 30 minutos y lo demás, largometraje. También salir de esa idea de que parece que pesa más un largo”, opina.

Con la boda, la mujer es un cuerpo que deja de ser individual para pertenecer a la sociedad. Es un cuerpo que va a dejar de pertenecerte a ti porque va a ser esa noche desflorado y utilizado

Para López Riera los ritos hablan de nosotros, y por eso son tan importantes. “En todas mis pelis está la pregunta de cómo se articula lo individual con lo colectivo. El ritual, por definición antropológica, tiene que tener una dimensión colectiva, y luego tú repites un gesto que se ha repetido cientos y miles de veces durante años. Entonces, ¿qué margen tienes tú para cambiar eso?, ¿lo haces de manera inconsciente? Por eso la gestualidad me obsesiona mucho y es algo que se ve en las fotografías de las bodas, que todas son iguales, parecen la misma mujer, hay algo en esa gestualidad que tiene una parte de inconsciente y una parte de construcción”, reflexiona

De aquella foto de su madre también recuerda conversaciones posteriores con ella. “Ella me ha dicho mil veces, con todo el orgullo del mundo, que se casó virgen. Ella se casó en el año 80, cuando en Madrid estaban haciendo la movida. Hay una cosa muy particular en la imagen del matrimonio de esa generación. Seguramente no todas eran vírgenes, pero la idea es que fueran vírgenes. En esa imagen aparecen ellas solas, es como la imagen de ese cuerpo recortado de todo lo demás. Hay una imagen con el novio y 250 de la novia. Es un cuerpo que deja de ser individual para pertenecer a la sociedad. Es un cuerpo que va a dejar de pertenecerte a ti porque va a ser esa noche desflorado, utilizado. Va a servir para fabricar hijos. Yo no tengo una instantánea del día que follo por primera vez, pero ella sí. Es como una prueba fehaciente de eso. Incluso a nivel físico y corporal, eso queda fijado en una imagen. Es estético y político”, opina.

Los testimonios que consigue -con esa mujer de 104 años que merece una película ella sola- van describiendo cómo aceptaron casarse sin plantearse que hubiera una opción, pero de alguna forma al liberar la palabra se dan cuenta de esa herencia patriarcal heredada, algo que para la cineasta era “la cuestión política más interesante de esta película”. “Haciendo esta película me he dado cuenta hasta qué punto son mil veces más inteligentes que nosotras, que tenemos toda esta revisitación feminista posterior. Hicieron de esa cárcel, de ese lugar de opresión del patriarcado, también un espacio de resistencia. Me parece lo más inteligente y para mí la lección más importante. Las pusieron en ese lugar terrible, pero no son víctimas. Y han vivido cosas muy chungas que he decidido dejar fuera, pero son mujeres que pese al lugar que la sociedad les ha dado han sido capaces de encontrar sus lugares de gozo y disfrute, y para mí esta es una lección política increíble”.

Las novias del sur también habla del consentimiento. Estas mujeres que nunca supieron que podían decir que no. “Hay algo del derecho de pernada que parece que da el matrimonio. Algo de ese terreno resbaladizo de cómo se construye el deseo y el consentimiento que es muchísimo más complejo de lo que puede parecer”, apunta López Riera, a la que no le costó que estas novias del sur le contara esas intimidades gracias a una “necesidad también de de exorcizar esa palabra que ha sido muy secreta, muy íntima”. Un tema como el deseo femenino que hasta hace poco todavía seguía siendo tabú: “Yo tampoco soy tan mayor y de la masturbación o del orgasmo no se hablaba ni con las amigas. Se creó un efecto de luz de gas y tú no sabías que lo que te pasaba a ti le estaba pasando también a las demás”. Ahora las mujeres hablan, se cuentan y se las escucha, y directoras como Elena López Riera convierte sus palabras en trabajos como este, capaz de resultar tan hermoso como doloroso a la vez.