Elia Suleiman se rebela contra las etiquetas. Desde que triunfara en el Festival de Cannes con Intervención divina deja claro en cada entrevista que le molesta la de ‘cineasta palestino’. No porque no lo sea, sino porque la considera reduccionista respecto a sus películas. Como si esa categorización le hiciera responsable de la representación de un país siempre en el centro de las noticias. A pesar de ello, Palestina siempre está en el centro de sus películas, ya sea como trasfondo o como marco poético de un cine que bebe de Jacques Tati y en el que uno ve posible un mundo mejor. Hay humanidad, ternura y una fina ironía en su cine. Puede que no haya respuestas, pero sí la sensación de que en el fondo todo podría ser más fácil si la gente mirara el mundo con las gafas de pasta de Suleiman.
Si durante décadas se le ha preguntado por Palestina, con la situación actual de Gaza el tema era indudable que saldría en las entrevistas que dio en su visita a Madrid por el ciclo que le organiza Filmoteca Española. Suleiman imponía un muro o de silencio o de respuestas serpenteantes para no tener que aceptar esa etiqueta que siempre ha odiado, la de ‘cineasta palestino’. Cree que poco a poco ese término va siendo cada vez menos representativo, “pero no es suficiente”. “En los últimos años soy menos un ‘cineasta palestino' y más un ‘cineasta’”, explica.
Ahí comienza a levantar la barrera ante las preguntas que puedan venir. “Incluso hoy, con la prensa, todavía estáis viniendo con ese discurso colonial…”, lanza anticipándose. “Normalmente la última pregunta siempre me la hacéis sobre Gaza o algo así, porque debe ser exótico para algunas personas que yo provenga de una zona de guerra y eso funcionará en sus revistas o televisiones. Antes solo me preguntaban por Palestina y ahora logro desviarme y responder como te estoy respondiendo ahora”, comienza.
Reconoce que no siempre responde igual, y que depende “de la persona”. “A veces es muy molesto y condescendiente. Es agresivo e insistente. Hoy me ha pasado con una persona y lo que he hecho es muy simple, parar la entrevista. Si no eres sensible y entiendes que no me apetece pasar por esto quizás es mejor que no estés conmigo en este momento. ¿Por qué vivimos en un mundo donde yo debería sentir más dolor que tú respecto a cualquier injusticia o sufrimiento?, ¿por qué no abordas tú el tema y quieres que yo lo haga? La nacionalidad no tiene nada que ver con la justicia, así que hacerme a mí esa pregunta es excluirse de la responsabilidad hacia uno mismo y hacia la humanidad y atribuírmela a mí por mi nacionalidad. Hay algo inherente e inconscientemente racista en eso. Y ahí termina mi respuesta a la pregunta”, zanja.
El compromiso ético del cine
Elia Suleiman vive su profesión con “distancia” respecto a sí mismo. Los premios y los reconocimientos le siguen pareciendo extraños y se considera “un cineasta poco conocido”. “Siempre me sorprende un poco cuando me paran en la calle y la gente me habla o cuando estoy tomando un café y algunas personas de forma tierna me dejan una nota, sin saber siquiera quiénes son, para que el camarero me la dé cuando se han ido, pero no pienso particularmente en eso. No soy tan arrogante. Me hace feliz cuando alguien me dice que una de mis películas le hizo cambiar algo en su vida, o que hicieron cine inspirados por una de mis obras. Eso es muy gratificante”, reconoce pero también explica el problema de su profesión: la soledad. “Vives solo y vives tu día a día sin pensar en quién eres en relación con aquellos que admiran tú trabajo y preguntándote si mereces este tipo de atención”.
¿Por qué vivimos en un mundo donde yo debería sentir más dolor que tú respecto a cualquier injusticia o sufrimiento? Hay algo inherente e inconscientemente racista en eso
Más allá de los premios, para él hay algo que siempre ocupa su atención, y es “pensar en lo que hay que hacer”. No se refiere a su siguiente película, sino al deber de qué contar en cada historia: “Me refiero al tipo de responsabilidad ética de cada uno de nosotros respecto al mundo en el que vivimos”. “¿Qué es el arte si no la creación de una imagen para dejar un lugar mejor, para que vivamos nosotros y las próximas generaciones? Pero también tengo una posición además de la ética, porque también siento un deseo compulsivo de brindar placer con mis películas, especialmente cuando son tiempos difíciles. Esa sensación de consuelo que puedes brindar a un grupo de personas sentadas que ven tu película para mí es algo bastante importante. Cuando el público se ríe siento que he logrado mi objetivo por un momento”, dice sobre su compromiso como cineasta.
Respecto al cine actual no es tan optimista, y en una frase resume su impresión de forma más que contundente. “Muchas veces siento bastantes náuseas y asco por el mundo del cine”. “Para algunas personas solo va de ganar dinero. Pero también me molesta y me repugna el oportunismo de ciertos cineastas que solo piensan en la fama, el dinero y el reconocimiento y no en el bien del espectador para el que hacen las películas. De hecho, prefiero ver una película consumista que sé que es basura en lugar de una película que pretende ser arte. Eso me molesta aún más, porque lo encuentro más engañoso”, zanja.
A pesar de que la gente le diga que sus películas les hicieron cambiar algo en su vida sabe que esos cambios “no son suficientes” para que el cine cambie el mundo, “y las fuerzas del mal son mucho más poderosas”. Por ello define el presente como “frustrante y aterrador” y concluye que “el cine no cambia el mundo, solo algunas pequeñas cosas”. O al menos, no por ahora: “Quién sabe qué ocurrirá en los 100 años próximos, pero de momento, en los primeros 100 años del cine no veo que haya cambiado mucho”.