Pilar López de Ayala llevaba siete años sin rodar una película. Su ausencia muestra la dureza de una profesión de la que solo se ve la punta del iceberg. Una punta que, además, suele venir acompañada de flashes, alfombras rojas y premios. Los parones, los tiempos de espera, los proyectos que se caen, eso no suele contarse, aunque son la tónica habitual. En tiempos de redes sociales, se vende el éxito en vez de lo cotidiano. La rutina de un actor o de una actriz no son las premieres, ni los rodajes, sino todo lo que ocurre entre medias.
La ausencia de Pilar López de Ayala sorprende porque no hay duda de que es una de las mejores actrices de su generación. Lo demostró pronto, en aquel fenómeno adolescente llamado Al salir de clase que se convirtió en cantera inesperada del cine español. Lo confirmó también pronto, de la mano de Vicente Aranda con una descarnada interpretación de Juana la Loca que le dio el Goya a la Mejor interpretación protagonista.
No tiene explicación que alguien que ha trabajado con cineastas fundamentales del cine reciente como Jose Luis Guerin o Manoel de Oliveira pueda pasarse siete años sin rodar, pero así ha sido. La actriz le quita importancia. Lo explica con naturalidad y con esa timidez que rompe cualquier prejuicio que uno pueda tener hacia los intérpretes. Su esperado regreso viene de la mano de otra vuelta, la de Javier Rebollo, autor responsable de varios de los títulos más arriesgados del cine español reciente como La mujer sin piano o Lo que sé de Lola.
Lo hacen con En la alcoba del Sultán, un filme único, mitad aventura de Tintín, mitad homenaje a los pioneros del cine gracias a la historia de Gabriel Veyre, uno de los operadores de cámara de los hermanos Lumière que viajó por todo el mundo grabando con el invento que lo cambió todo. López de Ayala aporta el misterio, la magia y la ternura de la pareja del protagonista demostrando, otra vez, que es una de las actrices más especiales del cine español.
La primera pregunta es casi obligada, lleva siete años sin estrenar una película, ¿dónde ha estado?
Bueno, viajando y también en Madrid, que es donde vivo actualmente. Empecé a viajar un poco buscándome la vida porque no estaba recibiendo proyectos en España. El primer sitio al que fui fue Buenos Aires. Después fui a Brasil, y como vi que no se dio demasiado bien, pues decidí ponerme a estudiar. Entonces estuve estudiando una carrera también de cine en una universidad pública de EEUU. Así han pasado bastantes años. Bastantes, porque yo lo he vivido como si hubieran sido toda la vida.
¿Cómo gestiona eso una actriz?
Bien, y la gente me pregunta y me preguntan con extrañeza. Yo lo entiendo, porque es verdad que hay parones en esta profesión y hay que contar con eso también. El éxito no dura muchos años seguidos. Es una profesión llena de altibajos, de incertidumbres, de cambios. Y hay que acostumbrarse también a eso. Pero la mía, por desgracia, ha durado demasiado tiempo. Los parones han sido demasiado largos. Esta profesión es muy complicada, pero yo creo que ha sido una mezcla de circunstancias. Pero para mí hay dos claves. La primera es que no me han llegado casi proyectos. Y la segunda es que los que sí que me han llegado de alguna forma no me ha parecido que fuera necesaria mi participación en ellos.
¿Es difícil decir que no cuando se encuentra en un momento de parón?
A mí los proyectos me tienen que, no sé si enamorar, pero me tienen que transmitir algo o modificar de alguna manera, hacerme reflexionar o conmover. Yo no hago proyectos por motivos exclusivamente económicos. Puedo hacer otros trabajos por dinero, pero respeto mucho mi profesión y me parece algo serio. Tiene algo muy lúdico y de disfrute y en eso consiste ser actriz, en trabajar con eso. Pero no acepto proyectos exclusivamente económicos.
Parece que compramos el modelo de Hollywood, la alfombra roja, el glamour, y no mostramos la cara B, el que es difícil mantenerse. ¿Habría que reivindicar esa cara más cotidiana del intérprete?
A mí siempre me ha interesado el cine de autor, el cine independiente, es decir, el cine que me hace disfrutar mi condición de espectadora. Y he tenido muy buena suerte porque durante años he estado enganchando personajes y proyectos que a mí me transmitían algo como de cine con arte, con verdad dentro. Que indagan en los personajes, en la condición humana. Quizás estoy un poco malacostumbrada, porque hay algo un poco de exigencia, de no aceptar cualquier cosa.
¿Como actriz también es exigente hacia sí misma?
Sí, y soy muy perfeccionista. Yo hasta que no tengo algo muy trabajado no me relajo.
¿Cómo le llegó el guion de Javier Rebollo? Es una coincidencia bonita que él también llevaba mucho tiempo sin rodar.
Sí, creo que él ha estado muchos más años que yo. Pero él es director y se lo puede permitir. También da clases. Tiene otros trabajos. El guion me llegó a través de Lluis Miñarro. Recibí una llamada, me dijo tengo este proyecto con Javier. Es una película artística, creativa, muy especial y después hablé con Javier. Lo sigo desde Lo que sé de Lola. Me ha gustado siempre su cine y pues nada, leí un personaje fascinante y enseguida me apeteció formar parte.
¿Conectaron pronto?, ¿es importante sentir esa conexión con el director?
De alguna forma, sí. Para mí el director es el centro de una película y el trabajo de actor consiste un poco en adaptarte a la personalidad de un director durante un rodaje. No solo la personalidad. Tienes que entender qué notas toca la historia con tu personaje, qué es lo que se quiere transmitir a través de él. Él es una persona tan fácil de trato, tan elegante. Ha sido todo facilísimo y nos hemos entendido desde el principio. Tiene una cosa, y es que te va dando indicaciones durante la toma, que es algo que no había vivido hasta ahora y me ha gustado experimentar y ha sido muy fácil. Hemos ido construyendo el personaje juntos y luego si haces algo impensable, también te lo compra.
La película es una carta de amor al cine, a los que lo hicieron en sus inicios, a los artesanos.
Sí, y hay un poco de metacine también. Es curioso, es una película, como te decía, artística y con pinceladas de humor, pero también es una historia de aventuras de un inventor que se trasladó a Marruecos para instruir a un sultán sobre el funcionamiento del cinematógrafo. Es una historia que indaga también sobre los inicios del cine como industria y cómo imaginan los autores que fueron esos inicios, pero al mismo tiempo es muy entretenida y divertida. O sea que lo tiene todo.
¿Tiene algún momento fundacional de amor al cine o una película que dijera ‘esto me cambia la vida’?
Yo creo que fue a raíz de empezar a trabajar con directores que a mí me transmitían todo lo que yo sentía viendo las películas cuando decidí dedicarme a esta profesión, que son películas europeas. Yo he nacido viendo ese cine, porque en mi casa había ese gusto por ese tipo de cine. Yo creo que fue en ese momento en el que nos sentábamos todos alrededor de la televisión a ver películas clásicas cuando desarrollé mi gusto por ese tipo de cine.
¿Y el momento en el que supo que quería ser actriz?
Yo lo que quería era proveer a mis padres de un futuro mejor. Y quería ser vista también.
Es curioso porque normalmente los intérpretes tienen un relato tipo, 'cuando vi a Bette Davis'. Es una respuesta muy sincera.
No lo sé de siempre. Ha sido después indagando. Yo creo que quería ser vista y también que viviéramos todos mejor.
¿Cómo lleva lo de ser vista? Porque usted empezó además en una serie como Al salir de clase que fue un fenómeno adolescente. Entre ser visto y ser tan visto quizás hay diferencia.
Al salir de clase fue una época muy bonita. Yo empecé en esa serie siendo adolescente, pero no empecé ahí. Debuté antes con Ricardo Franco en una serie que se llamaba Yo, una mujer.
Menudo debut.
Sí, sí. Además, fue alguien que me cuidó mucho y que supo entender la niña que yo era todavía y que me trató con mucho amor. Entonces tengo muy buenos recuerdos de él y de Concha Velasco. Al salir de clase fue una etapa muy interesante por varias razones, porque me dio a conocer muy pronto y yo soy muy tímida, siempre lo he sido. Esos choques de timidez y popularidad a veces no son fáciles de digerir. Pero me dio muchas tablas y oficio y me enseñó que esta profesión que había elegido tiene sus efectos secundarios y que debía aprender a encararlo con la mayor naturalidad posible y aprender a convivir con ello.
¿Le ha costado hacer convivir esa timidez con semejante exposición?
Yo creo que hay muchos actores que somos muy tímidos y creo que es una profesión ideal para los tímidos porque se trata de convertirse en otra persona. No hay nada mejor para un tímido, porque nos escondemos muchas veces en otros personajes. Es terapéutico y te ayuda a conocerte.
¿Cómo lleva una persona tímida las alfombras rojas, los Goyas…?
Pues lo mejor que se puede. No eliges esta profesión por las alfombras o yo no, pero te pones el traje de profesional y lo afrontas. Se aprende porque forma parte de este trabajo. No puedes eludir esa responsabilidad, y los periodistas sois fundamentales y completamente imprescindibles para que nuestro trabajo llegue a la gente. Yo respeto mucho el trabajo del periodista. Si se hace con honestidad y rigor es un trabajo que te ayuda. Creo que te hace ser más crítico y ser más sabio con todo lo que te rodea. Y luego ya sabes que cuando estás de promoción, pues tienes que atender a todo tipo de revistas y programas, pero siempre que sea con dignidad y buen gusto, yo encantada de participar en eso.
Ha mencionado al periodismo, quizás tampoco ayuda que nosotros hablemos siempre del éxito de una película. El éxito de crítica, de público, de premios… como que quizás contribuimos a que solo se hable de esas grandes películas en vez de sobre las que pueden estar en los márgenes.
Para mí el éxito está muy relacionado con la satisfacción personal, con ir alcanzando las metas que te vas marcando y que sean metas alcanzables, y no tanto con la repercusión de la película. Si de repente tiene tantos espectadores a mí no es algo que me produzca ningún efecto, para mí lo importante está en el recorrido y en disfrutar del recorrido. El éxito para mí no es una meta.
Ganar el Goya tan joven puede ser visto por muchos como un éxito, ¿qué significó para usted, cómo lo vivió?
Pues curiosamente hubo un parón después del Goya de Juana la Loca y estuve como tres años, me parece, sin acceder a un proyecto que me interesara. El siguiente creo que fue Obaba, de Montxo Armendáriz, y era un personaje en una película muy coral, pero hasta entonces no había leído nada que me pudiera interesar. Entonces mi carrera se ha dado así, con este tipo de pausas. Quisiera que hubiera sido de otra manera, pero bueno, es un aprendizaje también.
¿En algún momento pensó dejarlo?
Sí, claro. Se te pasa de todo por la cabeza porque es mucho tiempo y de pronto te entra una crisis de identidad. Los actores, si no actuamos, no sabemos quiénes somos. Entonces piensas, ¿pero yo soy actriz o qué soy? Si no estoy haciendo nada, si no me llaman, ¿qué está pasando?, ¿por qué no me interesa este proyecto, tengo algún problema?, ¿soy yo o es que no son interesantes? Te haces muchas preguntas y se te pasa de todo por la cabeza. Pero aquí seguimos peleando.
¿Piensa en el futuro como actriz?
No, yo me tomo las cosas según van viniendo. No me proyecto tan a largo plazo. Cuando tienes cierta experiencia, también tienes otras armas para moverte. No estoy tan preocupada como antes por el trabajo, y menos ahora que voy a estrenar dos películas [también estrenará próximamente El Molino]. Pero eso también te lo da la vida, las experiencias.
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Vídeo: Nando Ochando y Javier Cáceres