Son las cinco de la tarde y el sol de agosto parece abrasar los muros de la Sala Mirador, en Madrid. Al fondo, rebañando la única sombra del patio, un grupo variopinto ríe en círculo mientras bebe para combatir la insoportable subida del termómetro. Hay policías, personal de limpieza, jóvenes con atuendo veraniego y otros con traje y maletín. Podría parecer una improbable estampa callejera en el céntrico barrio de Lavapiés, hasta que aparece el actor Raúl Arévalo con un guión en la mano. “¡Juan, a retocar el maquillaje!”. Una voz reclama a Juan Diego Botto desde una suerte de hangar, donde se ha improvisado un taller de 'chapa y pintura' digno de las bambalinas de Cabaret. Una hora más tarde, las pértigas de sonido, los equipos de grabación y varias caras conocidas del cine nacional transforman las calles en un peregrino set de rodaje.
Lo que se está cocinando es la comedia dramática Hablar, el primer largometraje español de 80 minutos rodado en un único plano secuencia. Pero el motor del proyecto no fue el reto técnico, sino la necesidad de plasmar un momento histórico de la forma más sincera posible. La película tiene nombre y apellidos desde 2008, pero la idea de hacer algo que ahondase en el compromiso humano se remonta al rodaje de Sin vergüenza, donde coincidieron la mentora Cristina Rota y el director Joaquín Oristrell. “Me dijo, 'me gustaría hacer una película sobre sentir'”, recuerda Rota, rodeada de la vorágine que soñó hace más de una década.
El siguiente paso era rescatar a algunos de sus antiguos alumnos y darles la libertad de escribir lo que mereciese ser contado. “Convocamos a muchos actores para que hiciesen lo que quisiesen, el texto que realmente sintiesen”, y así, con la ayuda de su maestra y de Oristrell, uno de los estandartes del humor español de finales de siglo, surgió el guión de Hablar. “En un principio iba a reflejar las angustias de las personas en relación a la soledad”, indica María Botto, involucrada desde el primer momento junto a su madre -Cristina Rota- y su hermano Juan Diego. “Todo el mundo se implicó en la primera llamada”, agradece el holgado ganador de los últimos Premios Max, que afronta sus nuevos proyectos con el optimismo contagiado de Un trozo invisible de este mundo.
Estrellas bajo el mismo plano
Marta Etura llega vestida de verano y sale del hangar convertida en toda una elegante mujer de negocios. Antonio de la Torre, en cambio, aparece en el patio de la Mirador con camiseta, bermudas, chanclas y pelo largo por exigencias del guión. Todos ellos han creado, con más o menos ayuda, un personaje que retrate la situación actual, “y eso irremediablemente implica hablar de la crisis”, admite de la Torre. La comunicación por redes sociales, el amor homosexual, la precariedad laboral o las adicciones inconfesables son algunos de los temas elegidos para ser encadenados en este largometraje.
“Cada ser humano tiene una angustia existencial diferente” resume María Botto, que interpreta a una madre soltera en el paro que lucha por paliar el hambre de su hijo y salir adelante. Por otro lado, Juan Diego Botto ríe en el rodaje con su compañera, no así en la ficción, donde es un empresario que no paga a sus empleados. Esta y otras 'historias de la crisis' nos acercan en mayor o menor medida de tragedia a la realidad del día a día. “Yo me fijé en esta generación de jóvenes muy preparados a los que su país desdeña”, dice Marta Etura, que traslada sobre la pantalla a una protagonista de la fuga de cerebros.
Pero también hay otros extractos que hablan del amor y el sexo. En solitario, como la de Miguel Ángel Muñoz y Carmen Balagué, y su conversación sin tapujos sobre la adicción al porno; o en compañía, como la de Raúl Arévalo y Álex García, que hablan sobre el amor libre y las fronteras de Internet. “El actor es un ser comprometido con la sociedad, debe tener unas convicciones y una cosmovisión de lo que pasa en el mundo”, sostiene Cristina Rota, orgullosa de “ver crecer y posicionarse” a sus antiguos pupilos.
Porque para la maestra no existe un término medio en cuanto al compromiso, se está a un lado o a otro de la trinchera. “Todos somos fruto de nuestro tiempo y al final uno termina queriendo contar lo que está viviendo”.
El reto técnico
Desde que Oristrell grita '¡acción!', se suceden 80 minutos de rodaje sin descanso y el mundo se paraliza, pues la presión para que salga el plano secuencia en dos días es máxima. “Es como si planteáramos una obra de teatro, pase lo que pase no puedes interrumpir”, explica Miguel Ángel Muñoz. A esto se le añade el carácter pionero, pues aunque la propuesta de relatos cortos recuerde a Una pistola en cada mano de Cesc Gay o a Vidas cruzadas de Robert Altman, nunca antes se había abordado la producción en estas condiciones.
“Entran ganas de dejarlo”, dice Balagué, pero luego admite que no soportaría no haber participado en el proyecto. “El reto es muy apetitoso, es algo que solo puedes hacer una vez en la vida”. La gran incógnita es la distribución, pero la primera idea es presentarlo en esta edición del Festival de San Sebastián. “Lo bueno es que no necesita una labor de edición, quizá algún retoque en el sonido que no llevará más de dos semanas”, revela Juan Diego.
Todos coinciden en que este desafío técnico es solo un valor añadido y más cuando se trabaja en un ambiente distendido. “Es maravilloso ver lo felices que se encuentran trabajando en grupo. Creo que si el ser humano aprendiera a corporativizarse, nos iría mejor”, añade Cristina Rota. Comienza la última etapa de la maratón y la Sala Mirador enmudece para escuchar. Aplausos. La aventura concluye con el mismo pensamiento optimista en todos los presentes: parece que fue ayer.