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La extraña amistad entre un mediador con ETA y su espía del CNI

En los juegos de espionaje nunca se sabe dónde acaba la realidad para convertirse en ficción. Ni siquiera cuando el juego ha terminado y las máscaras deberían caer al suelo. Eso le ocurrió a Juan Gutiérrez con su querido amigo Roberto Díez, a quien conoció en Euskadi dos años después de que ETA perpetrase su atentado más sangriento, el del Hipercor de Barcelona.

Gutiérrez era por entonces mediador entre el grupo terrorista y el gobierno socialista de Felipe González, y Roberto se había presentado como periodista de investigación de una agencia de noticias. Pronto, ambos se convirtieron en colegas inseparables y confidentes, al menos por parte de Juan, porque años después supo que Roberto ni era Roberto ni era reportero. Era un agente del servicio de inteligencia CESID (ahora CNI) destinado en San Sebastián para espiarle a él, a su familia y a su Centro de Estudios por la Paz.

Veinte años después de aquella revelación, la hija de Juan presenta Mudar la piel, un documental que indaga en la figura de estos dos hombres y en su increíble amistad, sobre la que a pesar de todo prevalece la lealtad. Ana Schulz y su compañero, el director Cristobal Fernández, llegan ahora al Festival de Cine de Donosti desde Locarno, donde estrenaron la película a nivel mundial la semana pasada.

Algunos pensarán que criarse rodeada de estas tramas rocambolescas le ha facilitado el trabajo a Schulz, pero ella misma asegura que ha sido “un camino de lágrimas”. Ana recuerda a Roberto como una presencia constante en su casa cuando era niña, muy atento a las palabras de su padre. Excesivamente atento. Pero, ¿fue su amistad parte de la farsa?

En 1997, Roberto desapareció de sus vidas con la excusa de estar atravesando una crisis personal. En realidad, la revista Tiempo había sacado un espinoso reportaje que destapaba la supuesta agencia de noticias donde trabajaba como una tapadera del CESID para investigar las negociaciones con ETA. Era cuestión de tiempo que la gente empezase a atar cabos sobre este hombre escurridizo que casi nunca se dejaba fotografiar.

La siguiente vez que Juan tuvo noticias de él fue en 2007 porque el CESID le acusó de vender información confidencial a los rusos y su detención fue retransmitida en todas las cadenas de televisión nacionales. La opinión pública le reconocía como el “espía traidor”, pero no así Gutiérrez, que comenzó a visitarle de forma asidua en la cárcel para retomar su amistad.

La intención inicial de Mudar la piel era reunir a Juan y a Roberto (ya absuelto) por primera vez delante de una cámara para tratar sus temas pendientes, sin máscaras ni mentiras. Al principio el exespía se mostró colaborador, pero pronto el miedo se apoderó de sus buenas intenciones y empezó a poner trabas al proyecto. Decía que le estaban pinchando el teléfono tanto a él como a la familia de Gutiérrez y que estaba siendo hostigado por los servicios de inteligencia. Y, una vez más, Juan lo entendió, apoyó la postura de su amigo y continuó solo (con su mujer) en el documental de su hija.

“Si estuviese en esta entrevista, mi padre estaría defendiéndole. Si lo piensas bien un mediador debe tener esta actitud, no puede juzgar al otro. Pero una cosa es pensarlo y otra ejercerlo en su propia vida”, dice Ana Schulz a eldiario.es.

Esta última fuga no es lo peor que Roberto le ha hecho a Juan y a su familia: se infiltró en su hogar y en su trabajo, se ganó su confianza hasta el punto de que iba a ser el sucesor de su Centro de la Paz y derivó conversaciones enteras y detalles de su vida a altas esferas del CESID. Y aún así, el mediador nunca se ha sentido traicionado o utilizado.

“Era lo que tenía que hacer en ese momento. Yo aposté por Roberto como tipo y me salió bien la apuesta”, dice Juan, de 86 años, en Mudar la piel. “Esa es la enseñanza que puedes sacar de la película. Es su lección de vida porque él siempre ha afrontado así el conflicto, y la historia de Roberto es una entre cientos que podría contar”, asegura la cineasta.

Porque, además del drama de las amistades peligrosas, lo realmente fascinante de la película son estos dos hombres, sus profesiones y su contexto. El mediador y el espía funcionan como cebo para que Mudar la piel haga un ejercicio de memoria histórica ejemplar y a la vez atrape como un buen thriller policíaco.

Más Juanes y menos Rodrigos

¿Cómo llegó Juan Gutiérrez a ganarse la confianza de un bando y otro en el conflicto de ETA? La pregunta sobrevuela durante el documental hasta llegar a la entrevista con su hija, que ríe asegurando que muchas veces le preguntan que dónde se estudia eso.

Ingeniero procedente de una familia de alta cuna de Santander, Gutiérrez emigró a Alemania para licenciarse en Filosofía mientras impartía charlas sobre Karl Marx y comunismo. En un coloquio sobre El Capital conoció a su esposa, Frauke Schulz, y juntos tuvieron a su hija Ana antes de regresar a España en 1983, específicamente a Donosti. Atraído por el clima político y antifranquista del País Vasco, Juan se hizo un hueco entre los abertzales gracias a una vinculación con la izquierda que más tarde le facilitó su labor de mediador.

“Él explicaba que hay dos modelos de mediación: el modelo del norte, donde el mediador es externo y neutro, y el del sur, donde es una figura de confianza. Además de con la izquierda abertzale, con la que compartía cierta ideología, con el PP estaba familiarizado por su educación conservadora y su herencia familiar. Conocía las maneras de tratar de esta gente, aunque terminó renegando de ellas”, cuenta Ana Schulz.

De hecho, hubo dos momentos importantes de su carrera íntimamente ligados a esto. El primero fue cuando consiguió reunir a los representantes de todos los partidos de la política vasca durante diez días en una universidad estadounidense para dialogar, una imagen que no se ha vuelto a repetir. “Terminaron confraternizado. De hecho, mi padre contaba que los que mejor se entendieron fueron los de HB con los del PP porque todos eran jóvenes y salían de fiesta”, relata la hija del que lo instigó.

Fue entonces cuando saltaron las alarmas en el CESID y destinaron a un exguardia civil, parte del equipo de desarticulación militar de ETA, a espiar a Gutiérrez por haber promovido esos encuentros secretos. Aquel agente era Roberto.

El otro gran hito fue la relación que inició con el ministro del Interior Jaime Mayor Oreja, y cuyas conversaciones privadas terminaron filtradas en El Mundo, algo que dinamitó gran parte del trabajo de Juan Gutiérrez y le hizo dimitir como mediador. “Sorprende ver a Mayor Oreja decir esas frases con tanta lucidez y moderación, y eso el PP no se lo podía permitir”, explica Schulz.

Un boicot por parte del Estado que recuerda a las zancadillas que prefieren poner muchos políticos actuales antes que alcanzar un entendimiento. Según ella, respecto al conflicto catalán, “Juan lo que más subraya es en el hecho de que en Euskadi siempre se insistía en que para dialogar tenía que acabar la violencia. Ahora en Catalunya hay una no violencia ostentativa y alegre y se sigue igual. Es decir, no es que hubiera violencia y por eso no se hablaba, es que no se habla porque no se quiere hablar”.

Solo cabe preguntarse, ¿habrá un Juan Gutiérrez luchando por el entendimiento entre la Generalitat y los partidos del Gobierno? “Seguro que sí, pero sobre todo lo que habrá son Robertos metidos en todas partes, y quizá ese sea el problema”.