Ana Estuardo fue la primera soberana de Gran Bretaña. Accedió a la corona por motivos de fe. Debía reinar su padre, Jacobo II, pero al no declararse protestante perdió el derecho real que recayó en sus hijas. Fue coronada el 23 de abril de 1702, tras morir su hermana sin descendencia. Ella tampoco dejaría ninguna: enterró un total de diecisiete hijos, todos fallecidos al poco de nacer o nacidos muertos.
Se enfrentó a la Guerra de Sucesión española posicionada del lado del archiduque Carlos de Austria y consiguió para su reino los territorios de Gibraltar y Menorca. Además, capeó el temporal de conflictos legislativos que, finalmente, culminaría con la unión de Inglaterra con Escocia bajo uno solo nombre: Gran Bretaña. Aquejada de distintas dolencias, se dejó asesorar durante años por Lady Sarah Jennings, esposa de John Churchill, antepasado de Winston y amiga de la infancia que tenía una influencia increíble sobre la reina. Su relación se deterioró con la llegada a palacio de Abigail Masham, prima de Sarah. Ana murió de gota, con un cuerpo tan hinchado que se dice que fue enterrada en un ataúd dos veces más grande de lo normal.
Ahora Yorgos Lanthimos ha reunido a tres actrices gigantes para retratar su reinado. Olivia Colman interpreta a la reina Ana, Rachel Weisz a su consejera Sarah Jennings, y Emma Stone a Abigail. Tres actuaciones brillantes para una película tan retorcida como inteligente sobre el poder, la corrupción moral y física y la lealtad.
Tres mujeres para un trono
La nueva película del realizador de Langosta es, más que la recreación de un momento histórico o un biopic clásico, la exploración de un triángulo de relaciones: el que forman Colman, Weisz y Stone. Una ficción que se divierte con un relato que zarandea al espectador en mitad de una lucha de autoridad en la que la pieza más débil es la situada en la cúspide. Mientras que en la parte inferior se desata una despiadada batalla por el control psicológico del poder.
Lanthimos vuelca así muchas de sus tesis sobre lo despiadado que es el ser humano, incapaz de salir de su ensimismamiento, de desembarazarse de la egolatría. Y a su vez muy capaz de herir a quienes le rodean si así ve cumplidas sus aspiraciones.
Esta vez, eso sí, manejando un desarrollo que se siente cómodo en el tono de comedia negra. Que se construye a base de diálogos inteligentes soltados como dardos con locuacidad. De aquella que hace que una amenaza de muerte resulte graciosa.
En ese juego, La favorita se puede leer desde distintos ángulos según con quien se empatice. Es la historia de una progresiva corrupción moral y física -esa enfermedad creciendo desde la pierna hasta el cuello- del poder absoluto. La venganza de una menospreciada clase burguesa dispuesta a todo por ser algo más. Y es también la caída en desgracia de quién cree que obra justamente para con los demás, cuando realmente solo se mira el ombligo. Lo maravilloso, en esta ocasión, es que no tienes que elegir ninguna interpretación. Todas son válidas gracias al trío protagonista.
Intriga palaciega como nunca la has visto
Hasta la fecha, Yorgos Lanthimos no había hecho una película de época. Sin embargo, su cine solía discurrir alejado de espacios y tiempos concretos. Ya fuese la extraña contemporaneidad con ecos de tragedia griega de El sacrificio de un ciervo sagrado, la distopía de Langosta o el universo cerrado a cal y canto de la casa en la que vivían los protagonistas de Canino.
Sin embargo, ahora el realizador griego nos traslada hasta principios del siglo XVIII, no sin mediar su particular estilo en la ambientación. Así, La favorita nos sitúa en una época oscuramente deliciosa que quiere dejarle claro al espectador que quien la mira, quien la filma, es alguien del siglo XXI.
Una apuesta formal que sitúa a la película entre la iluminación naturalista de Barry Lyndon y los guiños a una modernidad cercana al espectador en la estela de las célebres zapatillas Converse que Sofia Coppola engarzó en Maria Antonieta, a ritmo de I Want Candy.
En lo visual, Lanthimos se esfuerza en crear una sensación de extrañamiento muy particular. La utilización del ojo de pez, que deforma espacios en los que habitan mentes deformadas, grandes angulares que dan la medida de las distancias psicológicas entre los personajes... Mientras que en lo narrativo, el lenguaje resulta perspicazmente moderno: no faltan las últimas tendencias en insultos, los bailes más propios de una discoteca que de un salón real, ni las reacciones absolutamente extemporáneas -ese parlamento británico de hace siglos en el que no cuesta imaginar a un John Bercow haciéndose viral por dar gritos-.
Todo está dispuesto para crear una sensación de actualidad imposible, que convierte el visionado en estimulante reinterpretación del drama histórico, tan alucinada como estimulante.
Retroceder un paso para avanzar dos
En la primera escena de La favorita, dos doncellas liberan del peso de una gigantesca capa a la reina Ana que interpreta Olivia Colman. Acto seguido, le retiran la corona enjoyada que debe llevar por ser reina. Y ella mueve el cuello molesta y dolorida. Ser reina conlleva una gran responsabilidad. Un peso que sostiene por derecho, pero también por imposición.
De la misma forma, Yorgos Lanthimos parece haberse liberado en La favorita de un peso que le complicaba la vida y el movimiento. Aquel que irritaba sin temor a gran parte del público -y crítica-, con la creación de mundos regidos por normas muy específicas en las que la fantasía y el surrealismo se colaban por la puerta grande.
Para acercarse al gran público, el realizador podría haberse alejado de sí mismo. Podría haber sacrificado parte de su sello personal mediante la construcción de una comedia negra que si bien funciona a las mil maravillas, no cuenta con la capacidad de asombro que provocaban películas como Langosta.
Pero esto, que bien puede verse como un acto de contención o concesión al gran público, también puede ser visto como una última y perversa broma. El realizador podría estar jugando al mismo juego que su película, pues en La favorita subyace un cruel discurso sobre la seducción del poder y lo que estamos dispuestos a hacer por agradarle. En su film vemos los resultados de un halago con segundas. Así que, por ahora, no podemos por menos que seguirle el juego.