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'Fe de etarras', un petardo ruidoso pero inofensivo contra los límites del humor

'Fe de etarras', la nueva comedia producida por Netflix

Mónica Zas Marcos

San Sebastián —

En Fe de etarras hay una escena que resume muy bien las intenciones de la película de Borja Cobeaga y Diego San José, pero sobre todo de ese polémico cartel que tanto polvo ha levantado.

Javier Cámara, que interpreta al jefe de un comando dispuesto a reventar el alto al fuego de ETA, va a un Todo a Cien con sus dos compañeros y pide 200 petardos. Los más ruidosos. Quieren dar un golpe el día en que España juega la semifinal del Mundial de Sudáfrica, algo tan memorable que les haga abrir el telediario.

El día D, Cámara llama a la policía para advertir de que ETA va a actuar esa noche. Lo que no dice es que el temible atentado no son más que unos fuegos artificiales saliendo de una papelera. Un espectáculo para los que rodean la cinta policial, que aplauden eufóricos libres de todo peligro. Como ocurrió en la promoción de Fe de etarras, al final ha sido mucho ruido y pocas nueces.

Así es la segunda película original que financia Netflix en España. Una comedia bien hilada que no pretende ofender a nadie. Los publicistas han cumplido su labor con el cartel, y Cobeaga y San José pueden apuntarse su segundo tanto en el marcador. El primero fue cuando la Fiscalía archivó la denuncia de la Unión de Guardias Civiles contra Netflix por “humillar a las víctimas del terrorismo”. No había perversión en esos “Yo soy español, español, español” tachados del cartel, pero la hay aún menos en el propio largometraje.

Hoy se ha estrenado en San Sebastián frente a una audiencia de 2.600 personas, y la reacción ha sido la esperada. Risas y ovaciones. Es cierto que este proyecto podría ser calamitoso si los chistes hubiesen caído en el absurdo, pero no por el honor de las víctimas, sino por el de la comedia. Fe de etarras no se limita a hacer una parodia del grupo terrorista, también la hace de la ridícula obsesión del ser humano por encajar en un patrón y de la intolerancia general de la sociedad española.

Las banderas: un deporte de riesgo

Son tiempos difíciles para la libertad de expresión, así que no extraña que el recorrido de la película se haya seguido con lupa. De esta forma, los que pretendan sacar puntilla a la cosa también verán desde bien cerca una crítica más actual.

Este fin de semana, los políticos han animado a desplegar banderas de todos los colores, a ver quién la tiene más grande. Cifuentes ha dicho a los madrileños que presuman de la española con la intención de afrentar a los independentistas catalanes. En España, utilizar banderas con esa intención es un deporte nacional.

Esos alardes de españolidad recuerdan a algunas de las escenas más hilarantes de la película, como cuando los etarras compran una bandera de España para disimular entre los vecinos y termina siendo una carpa enorme con el dibujo del toro.

Borja Cobeaga dice que este don de la oportunidad no fue premeditado y, de hecho, el guion de Fe de etarras se escribió mucho antes que el del pelotazo Ocho apellidos vascos, solo que nadie se había atrevido a financiarlo. Mucho se habla de Netflix y HBO como el futuro de la producción de contenido de calidad. El presupuesto, la libertad y el coraje que abanderan estas plataformas dibuja un horizonte sin límites para la ficción española y para el humor, que es el primero en morir por la censura, como decía Darío Adanti.

Fe de etarras ha sido la primera en beneficiarse de otro acto de fe: el de Netflix. Pero solo a nivel económico, porque el público ha demostrado tener la piel más gruesa y mejor sentido del humor que algún ministro. Los que se ofendieron con el juego de palabras quizá sigan pensando que la película tiene una gracia burda y de mal gusto. Pero solo serán ellos. Los demás descubrirán una reflexión sobre la soledad, la aceptación y el rechazo a la violencia, sin llegar a la profundidad de Negociador pero tampoco a la frivolidad de un sketch de Vaya Semanita.

El humor del topicazo no falla

El comando formado por Javier Cámara, Gorka Otxoa, Miren Ibarguren y Julián López, un etarra de Chinchilla (Albacete), hace cualquier cosa en nombre de Euskal Herria. Ya sea cambiar la bañera por un plato de ducha a la vecina, ver la final del Mundial con el tipo racista del tercero o comerse unas croquetas de cocido y un bacalao al pil pil.

“Hace años, en ETA se comía de la hostia. Mira que he ido a restaurantes buenos, pero nunca mejores que los pisos francos”, dice Cámara a sus subalternos cuando le confiesan que no saben cocinar. Porque cualquier vasco que se precie sabe cocinar. Igual que todos los musulmanes son terroristas y todos los españoles, unos paletos enganchados al fútbol. Fe de etarras se asienta sobre los prejuicios más escuchados en nuestro país y los hila con soltura para no parecer un monólogo del Club de la comedia.

Y esa es una de sus principales virtudes. Aunque estira el humor hasta rozar el absurdo, no deja de bucear en temáticas universales y de las que no se habla suficiente en la comedia. La soledad, representada por el etarra nómada de Javier Cámara, o el rechazo de la violencia a través de “atentados” sin dinamita urden la leve complejidad de Fe de etarras. “Reírse de eso no implica frivolizar”, recordaba esta mañana Borja Cobeaga en la rueda de prensa. Y esa es la gran asignatura pendiente del humor español, pero sobre todo de aquellos que quieren ponerle un cerco.

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