El fútbol tiene cierto grado de misticismo, los jugadores se santiguan, señalan al cielo cuando marcan, los aficionados rezan esperando ese gol en el último momento. Tiene gracia que muchos se comuniquen con Dios a través del fútbol. El deporte rey es también cultura y desde hace poco se está sofisticando, intelectualizando. Al menos es así cuando se analiza a sus héroes caídos, su pasado, su épica. También es poesía, sobre todo en la derrota. Algo tienen las derrotas que rebosan lirismo. Por eso This Is England ’86 mantiene su clímax en los cuartos de final del Mundial de México entre Argentina e Inglaterra cuando Maradona marca el Gol del Siglo con La mano de Dios y por eso cuando el cine cuenta la historia del mejor entrenador de todos los tiempos, Brian Clough, recurre a su único fracaso en The Damned United. La tragedia es fotogénica, quizá por lo inesperada, porque siempre pensamos en ganar, ganar y volver a ganar.
El brasileño Sergio Oksman ha dirigido una película sobre un padre que abandonó a su familia, su padre, y un hijo que fue abandonado, él, que deciden asistir a una fiesta a la que no han sido invitados, el último mundial de Brasil. Se reúnen en Sao Paulo y realizan un viaje interior donde no hablan de casi nada, solo de un fútbol que ya no existe, el que les une, el de los ’70. Mientras, el calendario de partidos avanza. El guión que Oksman realizó con Carlos Muguiro es pura ficción pero la realidad es inesperada y el padre, Simão, va al hospital por un malestar y muere. Y entonces Brasil pierde 7-1 contra Alemania. Y es entonces también cuando la poesía triste de la derrota invade O futebol, una película inteligente y muy dura sobre la relación de dos personas que no se conocen y que deciden hablar de fútbol para decirse otras cosas.
El primer encuentro
Simão se fue de su casa cuando Sergio era pequeño. Y cuando Sergio de mayor estaba a punto de separarse decidió hacer una película de archivo, el director del maravilloso documental Una historia para los Modlin, ganador de un Goya, comenzó una película con material de su propia familia como una forma de exorcizar a los hombres que abandonan. Pero decidió que no, que no quería hacer otra película de archivo. Quería rodar.
Sergio es un tipo que habla rápido, es directo, brillante y su español es mejor que su portugués porque lleva tantos años aquí que ya es más de acá que de allí. Nos encontramos en una sala grande y vacía de la Casa de América para hablar sobre O futebol. “En 2013 voy a Sao Paulo y estoy con mi padre varios días y hablamos mucho del pasado, pero el tema que más volvía era el fútbol. El sentimiento familiar estaba vinculado al fútbol y es muy bonito que un tío con el que no conviviste durante 40 años comparta tus mismos iconos futbolísticos, de los 70, los dos lo mismo”.
Este primer encuentro fue la semilla para el documental que comienza con una imagen de ese 2013 en el que ambos se prometieron volver a verse en Sao Paulo. “Decidimos hacer una película sobre un padre y un hijo que se encierran durante un tiempo muy definido para ver fútbol, para perder el tiempo juntos. Es una película sobre el tedio, que es lo más bonito que puede haber entre un padre y un hijo, algo que yo no había tenido”.
Sin embargo, O futebol no es una película autobiográfica, la intención no fue hacer terapia. Es un documental donde conviven la realidad y la ficción, donde la clave es “lo que hay entre control y azar”. La película está muy pensada, muy construida formalmente pero pasan cosas, la muerte, y ese Brasil en un momento histórico en el que según el director, el tiempo está suspendido casi en un eclipse. Es época de mundial.
El hombre de los crucigramas
La mayoría de las escenas ocurren en un coche. Lo más parecido a un hogar en la película es el coche en el que los dos protagonistas van a ver los partidos, al bar o a las afueras del estadio. Como en esa maravillosa escena donde aparcan a las afueras del campo y sin radio tienen que adivinar lo que ocurre en el terreno de juego a través de los gritos, lejanos, de la grada. La película tiene momentos sobrecogedores. La cámara no deja de enfocar a Simão y este sabio del fútbol que anuncia al comienzo de la competición cuál será su final, no el suyo, el del Mundial, tiene escenas sublimes delante de esa cámara espía.
Oksman y Muguiro habían hablado de esta película como una despedida definitiva sin saber lo que iba a pasar: “No es cine directo, es una película construida en montaje, estuvimos un año decidiendo qué película hacer”. Y entonces resuelve: “Es una película sobre la muerte”. Sobre la muerte y el fútbol, el deporte que se ha convertido en la mitología de Brasil. Un álbum de cromos aparece en el film como una especie de Biblia, de objeto mítico. “Es la mitología de un país reciente, que está gateando y donde los reyes son Roberto Carlos y Pelé”.
Y casi sin que el espectador sea consciente, el fútbol, el tedio y la muerte están siempre visibles, siempre en los planos en los que ambos van en coche. Un plano que es un rectángulo, dividido en dos equipos, el centro del campo entre el padre y el hijo. Un plano que siempre es fijo, como el punto de vista de la muerte. La gente sale y entra, y la vida sigue ahí, el mundial no se para aunque se haya ido Simâo. El hombre que tras su muerte solamente dejó crucigramas, un montón de palabras y de letras, pero ninguna frase completa. “Su vida era acumulación de datos”, dice . Los datos futbolísticos que compartió en este último encuentro con su hijo.