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Obituario

Godard, el hijo de la burguesía que abrazó el comunismo y cambió el cine para siempre

Javier Zurro

13 de septiembre de 2022 23:30 h

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Sábado, 18 de mayo de 1968. El Festival de Cannes se desarrolla con aparente normalidad mientras a pocos kilómetros los estudiantes queman contenedores y se manifiestan contra un sistema que no les ofrece ninguna alternativa. El cine se mantenía anestesiado, mirando hacia otro lado mientras las nuevas generaciones pedían dinamitar todo. El show debía continuar, pero Jean-Luc Godard, fallecido este martes a los 91 años, acompañado de la plana mayor de la Nouvelle Vague no pensaba igual. Aquella misma mañana llamaron a Roman Polanski, presidente del jurado, y le dijeron que Cannes debía mostrar su apoyo a las manifestaciones. No les hicieron caso. 

Pocas horas después, la imagen quedará para la posteridad. Godard, Truffaut, Carlos Saura y Geraldine Chaplin se colgaban del telón del Palais des Festivals para detener la proyección de Peppermint Frappé, que dirigía el mismo Carlos Saura, que no dudó en apoyar la cancelación de un certamen que podría haber supuesto su primera Palma de Oro. Las gafas de pasta de Godard volaron de un manotazo, se iniciaron tumultos y apelotonamientos, pero lograron su cometido, detener el festival. Delante de todos, incluso de las cámaras de los informativos, Godard soltó una frase lapidaria: “Nosotros hablamos de solidaridad con estudiantes y trabajadores y vosotros de primeros planos y travellings. ¡Sois unos idiotas!”.

Una frase que define a la perfección el compromiso político del cineasta. Un compromiso político que fue formándose en él y que fue abrazando poco a poco, según fue introduciéndose en las élites culturales francesas. Nadie pensaba que el pequeño Jean-Luc, nacido en Suiza en una familia burguesa protestante, hijo de médicos y nieto de banqueros, revolucionaría las normas establecidas en el acartonado cine de los 60 y terminaría realizando un cine marcadamente político y con mensajes maoístas.

Muchos consideraron que sus primeras películas eran sólo divertimentos, los caprichos estéticos de un burgués jugando a ser artista. Vieron Al final de la escapada como una vuelta de tuerca al 'noir' que tanto inspiró a Godard y sus compañeros. No se daban cuenta que lo que Godard proponía era una enmienda a la totalidad del cine del momento. Era 1960, y Hollywood marcaba las normas. El cine era tal y cómo ellos decían, con un marcado academicismo que no permitía explorar todas sus posibilidades. Truffaut, Varda, Resnais, Godard y compañía dijeron que no, que el cine podía ser tan libre como ellos quisieran. 

Los mensajes eminentemente políticos de Godard llegarían después, pero nada más antisistema que desafiar a EEUU y toda su maquinaria. Godard siempre despreció a Hollywood, de hecho ni siquiera fue a recibir el Oscar honorífico que le otorgaron en 2010. Su rechazo a Hollywood tenía un motivo claro, era la cabeza visible de un imperialismo que imponía una forma única de hacer las cosas. “El imperialismo es un grupo de personas que quieren obligar a otras a hacer las películas como ellos quieren”, dijo en la primavera de 1968 en EEUU, en unos encuentros con universitarios que recogió Claire Clouzot, nieta del mítico cineasta y que publicaría posteriormente Sight and Sound.

Una declaración que dejaba claro que antes de colgarse de aquel telón, la política ya estaba presente en sus películas. No hay que esperar a la evidente La Chinoise (1967). Sus mantras estaban claros desde que en 1959 dijera aquello de que “un travelling es una cuestión moral”. Si un solo movimiento de cámara respondía a una decisión ética, y no estética, una película era, siempre, una cuestión política. Una declaración de intenciones del autor.

Su segunda película, El soldadito (1963), fue prohibida por la censura francesa por atreverse a hablar del conflicto con Argelia cuando estaba más candente. En Los carabineros (1963) denunciaba de nuevo las injusticias de la guerra a través de un conflicto ficticio en el que se viaja de la idealización de los jóvenes que se alistaban a un mensaje claramente antibelicista; hasta en El desprecio (1963), una de las mejores películas de ‘cine dentro del cine’, soltaba un sopapo a los productores americanos que querían controlar a los directores. Todo mientras destruía las normas establecidas del cine tal como se conocía entonces. 

Godard nunca escondió sus orígenes dentro de una familia adinerada. “Yo era un cineasta burgués, y después un cineasta progresista, y después ya no fui un cineasta, sino simplemente un trabajador del cine. Escapé de una familia burguesa para meterme en el 'show business'. Y entonces descubrí que el show business era una familia burguesa todavía más grande que la mía. Ha sido más difícil tratar de escapar de mi familia del show business que de mis padres”, decía en el libro Jean-Luc Godard en Jean-Luc Godard. Pensar entre imágenes (Editorial Intermedio). 

Yo era un cineasta burgués, y después un cineasta progresista, y después ya no fui un cineasta, sino simplemente un trabajador del cine

La burguesía del 'show business' la rompería con cada filme, aunque sus inclinaciones comunistas, y más concretamente maoístas, comenzaron tras su ruptura con Anna Karina y al comenzar su relación con Anne Wiazemsky en 1967, una estudiante que por aquel entonces tenía 17 años y que se encontraba en medio de la ebullición de todos los movimientos estudiantiles que explosionarían un año después. Una relación que se describiría en Mal genio (Michel Hazanavicius, 2017). 

En 1967 se estrenan sus dos obras más eminentemente activistas, Le week-end, crítica a la alienación de la clase burguesa a la que él parecía condenado a pertenecer y La Chinoise, un manifiesto comunista de forma claro que cuenta, con un punto irónico y de mala leche, la historia de un grupo de estudiantes activistas en una Francia que vivía los momentos previos al mayo del 68. Un grupo de jóvenes que hablan sobre la guerra en Vietnam o las tensiones entre la Rusia soviética y leen textos maoístas. Quieren acabar con el sistema, con el capitalismo, pero su posición sobre tomar las armas les divide. 

La Chinoise trata principalmente sobre la juventud francesa. Durante tres o cuatro años había querido hacer una película sobre un tipo específico de juventud, los estudiantes, la juventud del conocimiento. Poco a poco los acontecimientos de China cobraron importancia y la Revolución Cultural fue la chispa que desencadenó La Chinoise. Así que también se trata de la juventud comunista”, diría Godard sobre su propia película.

“Teníais una idea preconcebida de lo que debería ser una película política”, les dijo Godard los estudiantes de EEUU en 1968. “Vuestras dificultades provienen de la falsa idea que tenéis de que las personas en una pantalla están hechas de carne y hueso, mientras que lo que ves son sombras y les reprochas a estas sombras no estar vivas. Lo que está vivo no es lo que está en la pantalla, sino lo que está entre tú y la pantalla”, zanjaba sobre lo que para él es el cine político.

La noticia de que la muerte de Jean-Luc Godard no se ha producido por una enfermedad, sino porque estaba “cansado”, porque así lo ha deseado tomando la decisión de recibir suicidio asistido, es la muestra definitiva que lo personal es político, y que para el cineasta no sólo el travelling era una cuestión moral.