Hay pocas películas que tengan su propia religión. La Fuerza y los avatares propios de La Guerra de las Galaxias inspiraron el Jediismo, una autodenominada religión que en 2001 apareció como credo alternativo que representaba al 0,7% de la población del censo de Inglaterra. La estética ciberpunk y el subtexto mesiánico del Matrix de las hermanas Wachowski generó el culto del Matrixismo. Pero no hay ninguna como la de El gran Lebowski: el Dudaísmo. Se trata de una 'religión' con convención anual y cientos de miles de fans en Estados Unidos, que intenta pregonar las enseñanzas de El Nota -The Dude en la versión original-.
A principios de los noventa, los cambios en la configuración del antes conocido como sistema de estudios de Hollywood propició dos vertientes acusadas en sus realizadores más destacados: la madura asimilación de las leyes del gran espectáculo de Spielberg, James Cameron e incluso Scorsese, y la libertad poética con la que David Lynch, Jim Jarmusch y los hermanos Coen trabajaban por aquel entonces. Estos últimos, responsables de una suerte de lectura posmoderna de la historia norteamericana a través de la misma industria de los sueños en Barton Fink, el hampa con Muerte entre las flores, el capitalismo corporativo en El gran salto y el ruralismo en Fargo.
Con El gran Lebowski reinterpretaron su herencia del noir en una suerte de comedia surrealista que arranca con un malentendido: dos matones confunden a El Nota –fantástico Jeff Bridges- con alguien, como a de Cary Grant en Con la muerte en los talones. Después de meterle la cabeza en el inodoro y de miccionar en su alfombra El Nota reclamará a ese alguien -un millonario filántropo-, una alfombra nueva. Sin embargo, pronto se verá envuelto en una maraña de entuertos muy parecidos a los de Humphrey Bogart en El sueño eterno, que le complicarán la vida sobremanera.
Solo que él no es Philip Marlowe, ni Sam Spade. Ni siquiera es el gran Lebowski. Él es El Nota. Puedes llamarle Nota, Su Notísima, el Noti o el Notarino, pero él solo quería justicia por una alfombra meada que daba ambiente a la habitación. Y sin embargo, su forma de afrontar los avatares de la vida, superando las adversidades de una enrevesadísima trama llena de engaños, secuestros y una estricta dieta de drogas y alcohol, ha inspirado tratados de filosofía y reinterpretaciones del taoísmo que llevarían al Dudaísmo.
Su filosofía sigue muy viva veinte años después, de la misma forma que El gran Lebowski -como film-, sigue sin envejecer lo más mínimo. ¿Cuál es su secreto?
Acepta el sinsentido de la vida
La vida es simple hasta que deja de serlo. Un buen día estás en pijama comprando leche en el supermercado, tranquilamente, hasta que llegas a casa y dos matones te dan una paliza y te exigen un dinero que no tienes porque te confunden con alguien que sí. De pronto, te ves haciendo de intermediario en un intercambio para solucionar el supuesto secuestro de la mujer de ese alguien, pero sale mal y te quedas con el dinero que iba a salvar a la persona secuestrada. Y luego te roban el coche en el que tenías la pasta y, para colmo, cuando la policía lo encuentra solo te han dejado cintas de los Creedence.
Además, resulta que la hija de la persona con la que te confundieron te quiere pagar por recuperar ese dinero que no tienes, y que se supone que tiene un chaval que catea un curso en el instituto y te robó el coche una noche de fiesta. Pero el chaval no suelta prenda sobre dónde ha escondido el dinero y andan detrás de ti tres alemanes muy agresivos que graban películas porno y que exigen el dinero que no les diste en el intercambio. Y tú no tienes ni idea de nada y te sientes desgraciado porque todo te pasa a ti. Pero, ¿qué sentido tiene?
Según nuestros ilustres académicos de la lengua, un sinsentido es una cosa absurda que no tiene explicación. Y todo lo que le pasa a El Nota no tiene explicación, como tampoco la tiene cómo se resuelven cada uno de los conflictos en los que se ve envuelto. Pero él acepta, como lo hace siempre, que es incapaz de solucionar todos los problemas en los que se ve envuelto.
Acepta que vive en un sinsentido perpetuo, como su mera existencia, y se deja llevar sin calentarse la cabeza, sin culparse a sí mismo. “Había muchas cosas del Nota que no tenían mucho sentido para mí”, nos dice el narrador de esta historia, imagen del vaquero texano por excelencia interpretado por Sam Elliott. Un narrador omnisciente que casi parece una deidad absurda y que nos sitúa en la aceptación de lo desconocido, del sinsentido.
No te fíes de Los Ángeles
“Y lo mismo pienso de la ciudad donde vivía”, sigue el personaje de Elliott. “Tal vez sea esa la razón por la que aquel condenado lugar me pareció tan interesante. Lo llaman la ciudad de Los Ángeles, pero a mí no dio esa impresión”, comenta quien nos está guiando por este laberinto surreal.
Los Ángeles es el escenario por excelencia del noir autoconsciente surgido de un Hollywood al que le gustaba mirarse el ombligo. Allí vimos sucederse El sueño eterno de Howard Hawks, el Testigo accidental de Richard Fleischer, la Gardenia azul y Los sobornados de Fritz Lang, hasta la Perdición de Billy Wilder. Es el hogar del Marlowe de Raymond Chandler. Incluso fue allí dónde conocimos a Doc Sportello, el intrépido y colocado detective interpretado por Joaquin Phoenix en Puro Vicio, hermana sentimental de El gran Lebowski.
Es, en definitiva, la quintaesencia del sueño americano que esconde una farsa de cartón piedra y neón a la que es mejor tratar con cuidado. “Supe que estaba llegando a Los Ángeles por el olor. Olía a rancio y a viejo, como una sala de estar que lleva demasiado tiempo cerrada”, escribía Raymond Chandler en una de las aventuras más desconocidas del detective Phillip Marlowe, La hermana pequeña. “Pero las luces de colores daban el pego. Eran unas luces preciosas. Deberían hacerle un monumento al tío que inventó las luces de neón. De mármol macizo y quince pisos de altura. He aquí un individuo que de verdad hizo algo a partir de la nada”.
Hay otras formas de combatir el poder
Cuando El Nota va a pedirle al Lebowski rico, la persona con la que le han confundido, que le compense por haber recibido una paliza y una micción en su nombre, lo que está haciendo es protestar. Reclamar sus derechos y hacerle saber que se sintió oprimido por culpa suya. Sin embargo, su exigencia cae en saco roto cuando se la plantea a un hombre conservador que combatió en la Guerra de Corea y que representa, en manos de los geniales Coen, el resurgir republicano de Nixon y compañía tras los sesenta, adiós político figurativo al movimiento hippie.
“No puedo resolverle sus problemas. Solo usted puede. Su revolución ha terminado, señor Lebowski. Mis condolencias: los parias perdieron. ¡Los parias perderán siempre!”, le gritará enloquecido Jeff Lebowski, mientras le asegura que no piensa recompensarle por haber sufrido una agresión.
¿La solución? El Nota opta por algo que aquí conocemos bien: la picaresca. Esta puede y debe ser otra forma de rebelión en manos de quien se siente explotado, de quien se ha quedado sin recursos. Porque discutir con el poder, a veces, no tiene demasiado sentido. Pero jugársela con inteligencia y perspicacia sí.
No tengas miedo al feminismo
“¿Le incomódan las formas femeninas, señor Lebowski?”, le pregunta Maude, el personaje interpretado genialmente por Julianne Moore. Alguien que se declara feminista y que resulta ser la persona más inteligente y racional de todo el plantel de necios y tarados que copa el universo de El gran Lebowski. “Mi arte ha sido descrito como fuertemente vaginal, lo cual molesta algunos hombres. La misma palabra incomoda a algunos: vagina. No les gusta oírla y no se atreven a decirla. Mientras que sin inmutarse lo más mínimo hablan de su polla, de su rabo o de su tranca”, reflexiona Maude.
De hecho, hay quien ha interpretado El gran Lebowski como una alegoría del miedo a la pérdida de autoridad y privilegio masculinos: a la castración psicológica. Referencias falocéntricas no faltan: desde amenazas de robos de tranca variadas al mítico “nadie le toca los huevos a Jesús”, pasando por sueños con los que Freud se pondría las botas.
La artista Keely Julietta analizaba en un interesantísimo videoensayo cómo El Nota de los hermanos Coen explora diversas teorías propias de Jacques Lacan, según las cuáles el motor del desarrollo de este film sería la transición de la complacencia infantil a un mundo insatisfactorio adulto lleno de tóxicas representaciones simbólicas de la masculinidad.
Rodeado exclusivamente de hombres, y dejándose contaminar por personas absolutamente tóxicas como su amigo Walter -un excombatiente del Vietnam propenso a la violencia interpretado magistralmente por John Goodman-, El Nota no hace más que meter la pata. Sólo cuando abra su mente y se deje contaminar por ideas femeninistas de su partenaire, alcanzará a vislumbrar y resolver claro el asunto en el que está metido. Y encontrará el balance entre sus escasas virtudes y abundantes defectos para aceptarse a sí mismo.
Acepta que nunca serás un héroe
Más allá de una reinterpretación de los códigos del noir que los Coen también harían en Fargo y en El hombre que nunca estuvo allí, existe otra línea discursiva en su cine: muchos de sus films son diálogos y subversiones del monomito del viaje del héroe propuesto por Joseph Campbell.
Unas veces desde la ironía como esa bastarda lectura de la Odisea de Homero que es Oh Brother!, otras desde la alucinación como el mito de Orfeo en Barton Fink, y otras desde la seriedad y emoción como el Sísifo que protagoniza A propósito de Llewyn Davis. El gran Lebowski, en ambas líneas de discusión, es un falso culpable hitchcockiano pero también un héroe más o menos trágico. Porque según el narrador de Sam Eliott: “A veces hay un hombre. No diré un héroe porque qué es un héroe. Pero a veces hay un hombre… que es el hombre de ese momento y ese lugar. Está en su sitio”.
Ese es El Nota, alguien que simplemente está pero que sabe que con su presencia altera lo que le rodea. Acepta el principio de incertidumbre asimilando que nada se puede predecir porque al vivirlo introducimos una variable de indeterminación que lo cambia todo. Porque si aceptamos que nunca seremos héroes, que ni nuestro devenir está escrito desde hace siglos ni podemos cambiarlo, podremos ser libres para protagonizar nuestras historias.
Relájate y aguanta
No son pocas las similitudes entre ciertas filosofías zen y lecturas del budismo con el pensamiento vital de El Nota. Rusos blancos y boleras aparte, la actitud del personaje de Jeff Bridges también se vehicula mediante su forma de enfrentar los problemas. De aceptar que no lo puede entender todo -“Lo creo porque es confuso”, diría Arrabal-, y que no puede cambiar a los demás – “Bueno, esa es tu opinión” es una de sus frases fetiche-, pero puede aceptar lo que vive tal como viene. Aunque eso le suponga problemas.
En The Dude and the Zen Master, un libro escrito a cuatro manos por el propio Jeff Bridges y maestro budista Bernie Glassman, leíamos que “una de las primeras enseñanzas del Buda es que vivir es sufrir”. Sin embargo, según Glessman “no se refería sólo a aspectos dolorosos, traumáticos, sino a algo más básico. No importa lo buenos y felices que seamos, hay pequeños lances cotidianos que trastocan nuestra vida lo suficiente como para cabrearnos o deprimirnos. Por eso la película empieza con el sufrimiento de El Nota al ver que alguien ha orinado en su alfombra”. Sin resignarse a la aceptación mansa, El Nota no lucha contra las adversidades: las surfea. “El Nota aguanta”, dirá en su última línea de la película.
Veinte años después, el actor que daba vida al Lebowski millonario, David Huddleston, ha fallecido. También lo ha hecho su ayudante interpretado por Philip Seymour Hoffman, así como el hombre que metía a nuestro protagonista en más de un problema, Ben Gazzara. Sin embargo, la historia de El Nota sigue más viva que nunca: el culto que se le profesa reúne a miles de personas anualmente en el Lebowskifest, se siguen publicando libros sobre los Coen, y este año veremos un spin-off del film centrado en la figura de Jesús Quintana, el genial personaje de John Turturro, que la protagonizará y dirigirá. El gran Lebowski sigue aguantando lo que le venga, tomándose los problemas con filosofía, vestido de aquella manera y con un ruso blanco en la mano.
Porque hay muchos entuertos que no tienen solución, pero Nota no hay más que uno.