La II Guerra Mundial vivida junto a Humphrey Bogart

Ignasi Franch

4 de febrero de 2022 22:20 h

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Una nueva película protagonizada por Humphrey Bogart, uno de los rostros icónicos del Hollywood clásico, llegó a las pantallas estadounidenses en enero de 1942. Tras el éxito de El último refugio y El halcón maltés, A través de la noche parecía un pequeño paso atrás profesional para el intérprete. Al fin y al cabo, recordaba aquellos papeles de gángster que le habían supuesto un cierto encasillamiento. Dirigida inicialmente por John Huston y completada por Vincent Sherman, la película era una curiosa mezcla de comedia y film noir que encajaba en ese Hollywood que acababa de asumir el antinazismo como causa troncal.

Tras años de reticencias, Hollywood estaba cabalgando el nuevo clima bélico con la furia del converso. Solo tres o cuatro años antes, películas como Bloqueo (una producción independiente) o Confesiones de un espía nazi (un filme de Warner Brothers) habían incomodado a una industria audiovisual que deseaba mayoritariamente seguir exportando sus producciones a los mercados controlados por una Alemania nazi en conquista constante de territorios. Con el paso de los años, cada vez más profesionales, desde guionistas de izquierdas a cineastas europeos huidos del III Reich y sus ocupaciones, se mostraban preocupados, lo que comenzó a traslucirse en cada vez más películas. Con todo, varios senadores republicanos intentaban formar un comité de investigación alrededor del filme El sargento York antes del ataque japonés a Pearl Harbor. Consideraban un exceso propagandístico que se persuadiese al público de la necesidad de enfrentarse otra vez al ejército germano a través del retrato de un héroe (inicialmente objetor de conciencia) de la Gran Guerra.

Las bombas caídas en Pearl Harbor supusieron el fin de las tensiones entre intervencionistas y aislacionistas, pero A través de la noche se había terminado de rodar unas semanas antes de ello, en octubre de 1941. Quizá eso provocó que la obra tomase la forma de noir cómico, que combinaba los secundarios supuestamente graciosos y la abundancia de chistes con los malvados crueles del cine negro (y con algunas potentes imágenes en claroscuro características del género). Tanto Charles Chaplin (El gran dictador) como The Three Stooges ya se habían acercado al horror nazi a través de la comedia, y los responsables de este filme cruzaron el humor con la consabida historia de infiltración y sabotaje.

A pesar de rodarse antes de la entrada de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial, A través de la noche no enmascaraba su advertencia política. No había metáforas ni sobreentendidos, sino que señalaba sin disimulo la procedencia (alemana) y la adhesión (nacionalsocialista) del enemigo. Un grupo de apostadores y pícaros neoyorquinos arriesgaban sus vidas para desbaratar un complot alemán. Bogart encarnaba al líder del grupo y advertía a un empresario de la noche renuente a intervenir: “Te dirán qué tienes que comer, qué tipo de ropa puedes llevar y qué puedes beber. Incluso te dirán qué periódico tienes que leer”. El miedo a perder libertades individuales era el nexo que unía a los diversos personajes. La propuesta parecía tener un cierto componente de desafío a la audiencia. Si unos individuos de actividades sospechosas actuaban contra el totalitarismo, ¿cómo no iba a hacerlo un ciudadano de bien?

El estrellato absoluto llegó cantando 'La marsellesa'

La siguiente película de Bogart, A través del Pacífico, también trataría de espionajes y sabotajes, esta vez con el imperio japonés como antagonista. El actor encarnó en esa ocasión a un militar que, tras ser apartado del servicio, es abordado por un agente que quiere conseguir información sobre las medidas de seguridad de las bases estadounidenses en el Pacífico. La narración de intriga, parte de la cual tiene lugar en un barco, parece una versión visualmente más cuidada de los misterios de raíz pulp protagonizados por el detective Charlie Chan u otros homólogos.

Curiosamente, A través del Pacífico iba a relatar un intento de atacar Pearl Harbor (de eso trataba la historia que llevaba a la gran pantalla, publicada por entregas en el semanario The Saturday Evening Post). Finalmente, la acción se trasladó al canal de Panamá. No sería ni mucho menos la primera película en adaptarse sobre la marcha a circunstancias de la actualidad. En esa ocasión, no hubo alegatos políticos sino una especie de antifascismo banal que fue bastante habitual en el periodo: había que combatir a Japón, o a Alemania porque eran los enemigos, sin entrar en detalles sobre sus prácticas genocidas, su supremacismo racial o su uso masivo de mano de obra forzada.

El viaje fílmico de Bogart a Panamá sería su primer periplo antinazi fuera del territorio estadounidense. Como tantas estrellas de Hollywood, comenzando por compañeros de los estudios Warner como Errol Flynn (memorable Robin Hood cinematográfico, lucharía contra el adversario alemán en ficciones localizadas en Noruega, en Canadá y donde hiciese falta) o John Gardfield, acumularía muchos puntos de vuelo en sus viajes por el globo. De hecho, el intérprete tardaría tres años en participar en un filme que no aludiese a la II Guerra Mundial. Encadenaría seis papeles protagonistas en películas sobre esta, y tres cameos en espectáculos de variedades propagandísticos.

La siguiente parada de la vuelta al mundo con Bogart fue nada menos que en Casablanca. La intrahistoria de la obra homónima se ha difundido incansablemente a lo largo de las décadas. Era una entre tantas producciones del Hollywood en guerra que pretendían aunar lo comercial con un fuerte componente discursivo, pero acabó destacando por encima de las expectivas de los implicados. Un café ubicado en el norte de Marruecos servía de punto de encuentro de exiliados que huyen del terror nazi, de franceses dependientes del gobierno colaboracionista de Vichy, de soldados germanos… Se trataba de un cuento ejemplar de amores y desamores en tiempos de guerra. Bogart ponía rostro y cuerpo a un antiguo antifascista cínico y algo alcoholizado, un exhéroe caído en el desencanto. Regenta un bar donde vive sin comprometerse con nada ni con nadie, pero se reactiva cuando la mujer a quien amó le necesita.

Los responsables del proyecto incorporaron iconografía poderosa. Hacen referencias a los campos de concentración y muestran la persecución de un personaje por su talante de librepensador y disidente político. Por el camino, consiguieron una emocionante escena de exaltación de la libertad cuando los clientes del Rick's Café confrontan a los invasores con un emocionado canto de La marsellesa. El filme ganó los premios Oscar a la mejor película, el mejor director y el mejor guion. Y acabó de aupar a Bogart al estrellato absoluto. El éxito empujó a los estudios Warner a intentar replicar la fórmula, con el mismo actor protagonista, en dos películas más: Pasaje a Marsella y Tener o no tener.

En todos los frentes de la guerra

Los implicados en Casablanca proliferaron en Pasaje a Marsella, comenzando por el director Michael Curtiz, Bogart y compañeros de reparto como Claude Rains y Peter Lorre. De nuevo, se planteaba una doble historia amor a la democracia parlamentaria y a la mujer querida. Y de nuevo se relataba una conversión: un personaje desengañado, quizá como muchos estadounidenses aislacionistas que lamentaban la intervención en la I Guerra Mundial, se reactivaba política y patrióticamente. La diferencia principal de Pasaje a Marsella con Casablanca, cuya historia pivota alrededor del espacio único pero diverso del Rick’s Café, es la variedad extrema de espacios y peripecias. Se multiplican los flashbacks (¡dentro de flashbacks!) que explican los pasados personales del protagonista y sus compañeros, todos ellos expresidiarios huidos de una tétrica colonia francesa. El resultado llega a parecer un compendio de películas posibles reunidas en una sola. Incluye naufragios, motines y evasiones, además de tiroteos y bombardeos.

Tener o no tener, en cambio, se acercó más al modelo Casablanca. La acción principal, inspirada en un libro de Ernest Hemingway, se concentra en pocos días. Un hotel en la isla Martinica (que sustituye a la Cuba de la novela original) toma el lugar del bar de Casablanca como espacio de encuentro entre personas diversas. La necesidad de huir de territorios ocupados por los nazis es una parte principal de la trama. Y Bogart vuelve a ejercer de héroe escéptico que vuelve, casi a su pesar, a tomar parte de la resistencia a la tiranía nazi.

El protagonista de El bosque petrificado volvería al norte de África en Sáhara, una historia motivacional de supervivencia y heroísmo militar más allá del deber. Un reducido grupo de soldados estadounidenses, británicos y franceses, supervivientes de varios ataques alemanes en el frente africano, dejan atrás las rivalidades históricas de sus países para cooperar… siempre bajo liderazgo del rescatador estadounidense. Bogart ejerce de soldado duro pero justo que incluso se gana la lealtad de un prisionero italiano receloso de Hitler. Al estilo de la clásica aventura militar colonial La legión perdida, de John Ford, el desierto y la falta de agua son representados como el enemigo principal en esta muy competente película de acción bélica dirigida por el europeo Zoltan Korda.

Bogart también ejerció de protector de un convoy de suministros para el ejército soviético en Acción en el Atlántico Norte. Sería su único acercamiento fílmico, y desde la lejanía, al frente ruso y a la representación hollywoodiense de la colaboración con la URSS durante la II Guerra Mundial. Los productos más estridentes fueron una serie reducida de largometrajes concebidos para mejorar la imagen pública del nuevo aliado (incluso se llegó a retratar a Stalin como un gobernante exitoso y afable en Misión a Moscú). Acción en el Atlántico Norte era una propuesta bastante más inofensiva. Su guionista fue John Howard Lawson, uno de los pioneros del Hollywood antifascista (escribió la ya mencionada Bloqueo, un llamamiento desesperado a la defensa internacional de la III República española), que fue represaliado por su ideología comunista. También los guionistas de Casablanca sería investigados (los hermanos Epstein) o vetados (Howard Koch, que trabajaría durante varios años en Europa) por su pensamiento político.

Entre viaje y viaje fílmico por los diferentes frentes de la escalada bélica, Bogart también apareció en la retaguardia. Mientras daba una ficticia vuelta al mundo en sus papeles como protagonista, tuvo tiempo de hacer cameos en extraños entretenimientos como Adorables estrellas o Hollywood canteen. Ambas son amables comedias ingenuistas, plagadas de números musicales sobre amor, espectáculo y actos a beneficio del Ejército o sus soldados. Actores, actrices y directores aparecían (a menudo interpretándose a sí mismos) como pobladores de una edulcorada visión de la meca del cine como espacio de diversión y (a menudo sobrevenido) compromiso político.

Y después de la paz vino otra guerra

Tras la capitulación japonesa, Bogart encarnaría en Callejón sin salida y Secuestrado a veteranos de la II Guerra Mundial que se veían envueltos en intrigas más o menos vinculadas con su rol en el conflicto bélico. La primera de ellas era una historia de regreso a casa. El capitán Murdock y el sargento Drake vuelve a los Estados Unidos de manera precipitada. Cuando Drake descubre que va a ser condecorado, huye ante la estupefacción de Murdock, que pide permiso para intentar localizarlo de manera extraoficial. Murdock-Bogart descubrirá que Drake se alistó en el ejército para huir de una investigación por asesinato.

El escenario bélico no sirve de mucho más que de coloreado para dotar de actualidad a un noir de trama enrevesada y ejecución visual competente a cargo del realizador John Cromwell (que también tendría bastantes problemas por su izquierdismo) y su equipo. Una cantante de clubes nocturnos, aparentemente coaccionada por un emprendedor del juego ilegal, estuvo detrás (¿voluntaria o involuntariamente?) de la caída en desgracia de Drake. Mientras el protagonista intenta limpiar el nombre de su antiguo compañero de armas, no deja de observar a la mujer tentadora desde una sospecha permanente. Y le regala algún discurso francamente machista que, al parecer, el actor usaba en la vida real.

Quizá más discreta en sus resultados artísticos, Secuestro (también conocida por su título original, Tokyo Joe) resulta interesante por su contenido político. Algunas imágenes de exteriores tienen cierta cualidad documental, al haber sido rodadas en el Japón posbélico convertido en un protectorado estadounidense con ecos coloniales. El protagonista del filme es un veterano que vuelve a la capital nipona para intentar retomar el control del garito que regentó antes del conflicto militar.

Como en tantas películas del Hollywood posterior a Pearl Harbor, tan gustoso de las tramas de espionaje e infiltración por parte de los adversarios geopolíticos del país de las barras y estrellas, Bogart y compañía desbarataban una complot. Esta vez, los antagonistas son antiguos mandatarios japoneses deseosos de recuperar el poder. El resentimiento local ante la imposición de una tutela foránea se identifica con estos malvados indistinguibles de los gángsteres del noir. De una manera un tanto inverosímil, estos ultranacionalistas están inspirados y dirigidos por comunistas. El mismo molde que se usó para advertir del peligro fascista se adaptaba a una nueva era de miedo al rojo de Casada con un comunista y demás filmes. Al fin y al cabo, Hollywood seguía en guerra, aunque la guerra fuese fría.