Es curioso cómo las dos franquicias creadas por LucasFilms (y ahora propiedad de Disney) han tomado la misma decisión en un momento crucial de su historia. Si Star Wars reordenaba las piezas con El despertar de la fuerza, un ejercicio nostálgico tras la decepción entre los fans de la segunda trilogía (los episodios I, II y III), Indiana Jones se enfrentaba ahora al mismo problema. Tras una cuarta entrega, Indiana Jones y la calavera de cristal, que por primera vez encontró las fauces de la crítica y no dejó calado en el público, Disney decidía apostar por una quinta película con la que revitalizar la franquicia, al menos, un episodio más.
Indiana Jones y el dial del destino tenía la complicada misión de complacer a los fans. No nos engañemos. Indiana Jones no es una saga tan intergeneracional como Star Wars. Los chicos de ahora conocen más a Tadeo Jones que a Indiana Jones; y su presencia en el imaginario popular, aunque incuestionable, no se ha convertido en nuevos fanáticos que pagarían una entrada por ver al arqueólogo con el rostro de un Harrison Ford que ya tiene 80 años. El reto era, por tanto, convencer a los antiguos fans para que volvieran a enamorarse del personaje y, de paso, que la maquinaria promocional de Disney alcanzara a unos cuantos nuevos espectadores.
La nueva película, que se ha presentado como el evento más multitudinario (hasta que llegue Scorsese) del Festival de Cannes, es a lndiana Jones lo que El despertar de la fuerza fue para Star Wars. En aquella ocasión, J.J. Abrams tiró de nostalgia y usó los mimbres ya conocidos para entregar la película que querían exactamente los fans. La hizo con tiralíneas. Era una reproducción hasta en estructura del primer filme, solo que introduciendo nuevos personajes y apelando, constantemente, a aquello que en 1977 hizo sentir la película a los espectadores que la convirtieron en un fenómeno.
El dial del destino juega a lo mismo. A rehacer los errores del pasado a golpe de nostalgia. Unos errores que pasan por solucionar entuertos narrativos, como la incorporación de un hijo de Indiana Jones con los rasgos de Shia Labeouf en la cuarta película que fue un fracaso a todos los niveles. Es una aventura nueva que no desprecia la anterior, pero que se las apaña para obviarla casi todo el tiempo. Lo que han hecho los guionistas Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y David Koepp ha sido una vuelta a los orígenes del personaje. Tanto, que hasta comienza con una larga y espectacular escena en la Alemania nazi con un Indiana Jones rejuvenecido con ordenador.
La introducción es puro espíritu aventurero del mejor. Persecuciones, los deus ex machina socarrones marca de la casa, el regreso de los nazis como villanos… un festín para los fans sin ser café para los muy cafeteros. Tras la escena inicial, la película vuelve al presente narrativo de la saga —un 1969 con la carrera espacial como telón de fondo—, a un Indiana Jones cascado, que se hace viejo, que se jubila y no está para más correrías. La llegada del personaje de Phoebe Waller Bridge, su ahijada a la que hace años que no ve, le pondrá en marcha para recuperar un artefacto que, según dicen, puede manejar el tiempo.
El tema de la película queda claro desde el comienzo: la lucha entre lo nuevo y lo viejo. Entre los viejos héroes y los nuevos. Entre la tecnología y lo tradicional; Indiana Jones escapa en un caballo por las vías de un metro y toda la acción se desarrolla en los prolegómenos del viaje a la Luna. Como tantos blockbusters recientes, de alguna forma Indiana Jones y el dial del destino es, en esa defensa de lo viejo sin renunciar a lo nuevo, una defensa a ultranza de las salas de cine. De ir a disfrutar de escenas de acción más grandes y espectaculares, de estremecerse con los acordes de John Williams. Todo frente a la experiencia limitada de la televisión del hogar. La moraleja es clara: no hay que añorar el pasado, pero hay que luchar porque las cosas importantes no se pierdan.
Todo lo hace en una película que, como viene siendo habitual en los últimos blockbusters de Hollywood, es excesivamente larga. Todo podría tener un tijeretazo que aligerara la sensación de atasco que sufre en su nudo. La parte media parece una sucesión de set pieces metidas con calzador, diseñadas para epatar sin que aporten nada a la historia. Mangold tiene mano para ellas, pero tampoco el talento como narrador que se desprendía en cada escena de los filmes de Spielberg. Confirma su saber hacer como artesano y no se arriesga. Juega sobre seguro para no meter la pata. Una decisión tan correcta como poco valiente.
Una de las claves, sobre todo de cara a un posible futuro de la saga, era ver cómo se integraban los personajes nuevos, y ahí todos los ojos estaban en Phoebe Waller-Bridge, creadora de Fleabag, pero actriz opuesta a los cánones hollywoodienses. En ella residen varios de los mejores momentos de la película. Despliega carisma, encanto, flema británica, ironía y química con Harrison Ford. Su entrada como estrella es también una declaración de intenciones de la saga. No quieren una estrella adolescente, quieren a alguien con la personalidad suficiente para, en caso necesario, poder seguir explotando la gallina de los huevos de oro. Queda por ver qué decide Disney: si intentar estirar el chicle o dejarlo como está, con una escena final emotiva, preciosa, que tiende puentes con el inicio de la saga y que termina con un plano que podría ser un cierre perfecto para la saga.
Las lágrimas de Indiana
El paso por Cannes de Harrison Ford no solo ha sido el más mediático sino que, de momento, ha sido también el más emotivo. El actor, normalmente serio y hasta arisco, ha estado emocionado y con lágrimas en los ojos desde que pisara el Palais de Festival para la primera proyección del filme. Allí se le entregó una Palma de Oro honorífica por sorpresa que recogió visiblemente tocado. “Dicen que cuando te vas a morir, ves la vida delante de tus ojos. Yo acabo de verla”, dijo reaccionando al increíble vídeo recopilatorio de su carrera, que tiene en su haber varios de los personajes más emblemáticos del cine.
Me encanta mi trabajo, solo quiero trabajar, contar historias, y que sean buenas, y he sido muy afortunado en mi vida de tener estas oportunidades
También se emocionó en casi todas las preguntas de la rueda de prensa. Explicó que con esta entrega la condición para hacerla estaba clara: “Quería una buena película, que se redondeara la historia, quería que en esta película se viera el peso de la vida en el personaje y que tuviera una relación profunda con alguien, pero no un flirteo”. El paso del tiempo, uno de los temas centrales del filme, también se convirtió en uno de los asuntos tratados en las preguntas, y Ford explicó que en este filme todos se juntaron para apoyarle en sus “días como persona mayor”: “Me encanta mi trabajo, solo quiero trabajar, contar historias, y que sean buenas, y he sido muy afortunado en mi vida de tener estas oportunidades”.
La importancia de los papeles del actor se vio en cada pregunta. “Gracias por existir”, se escuchó en la sala, y otra vez Ford se emocionó. Calificó como “magia” cuando las cosas funcionan en una película, y como “pesadilla” cuando no lo hacen. “En esta película hay magia, y ha surgido de la colaboración, la ambición y la voluntad de todos por hacerlo posible. Nunca he visto a unos actores darse tanto unos a otros”, dijo.
Aunque la película parezca un broche perfecto a la saga, la pregunta era evidente. ¿Por qué dejar al personaje? Harrison Ford tiró de ironía. “¿Es evidente, no?”, lanzó haciendo referencia a su edad. “Amo este personaje, pero necesito sentarme y descansar”, zanjó. También fue clara la productora Kathleen Kennedy cuando se especuló con la posibilidad de que la tecnología de rejuvenecimiento digital —usada en la primera escena del filme— pudiera provocar nuevas entregas con un Indiana Jones con menos edad. “No”, dijo de forma clara y concisa marcando que, probablemente, Indy haya colgado su gorro y su látigo para siempre.