'Las inocentes', un asunto de mujeres

Las monjas son una figura eminentemente cinematográfica. El vuelo coordinado de sus hábitos da muy bien en escenas de bandada y la presunta mística de una vida por consumar hacen de ellas bichos adecuados tanto para un roto como para un descosido: lo mismo te visten de jolgorio erótico una escena de maitines que te amargan la existencia como cenobitas del terror. Las inocentes, sin embargo, aunque en su tripa contiene trazas indistinguibles de sexo y violencia, se presenta a años luz de esas dos encarnaciones festivas y recurrentes.

Interior de un convento

Inspirada al parecer en hechos reales que hoy se conocen por los diarios que escribió el sobrino del personaje que conduce la película, la última obra de Anne Fontaine, responsable de títulos como Limpieza en seco o la más reciente Dos madres perfectas, se centra en la situación de emergencia física y moral que se vive en un convento de monjas polacas al término de la Segunda Guerra Mundial, donde las violaciones masivas por parte de soldados del Ejército Rojo están dando lugar a un montón de embarazos intramuros. Nada que ver con el Espíritu Santo.

Mathilde Beaulieu, una médica francesa destinada en Varsovia por la Cruz Roja para garantizar la repatriación de sus paisanos heridos en la frontera entre Alemania y Polonia, será requerida para asistir un primer parto en el monasterio. La joven doctora vencerá sus conflictos iniciales y, de manera clandestina e improvisando recursos, acabará comprometiéndose, más allá de la asistencia profesional, en la misión personal de recomponer una normalidad desgarrada por la guerra.

Las razones de la fe

Las inocentes juega a un único imprevisto, el de su sinopsis. El carácter prefiere llevarlo en la reflexión que va modulando sobre algo que podríamos llama la estricta observancia de la fe, un asunto que toma encarnaciones diversas en el idealismo del personaje protagonista, en novicias y madres superioras o en los ridículos nacionalistas que se crecen en tiempos de crisis.

La fe representada como convicción científica, como esperanza, como fanatismo ideológico y religioso o como simple clavo ardiendo. Una variedad de creencias ciegas que la película, en lugar de enfrentarlas a la razón, pretende coordinar en busca del entendimiento.

La película maneja otros conceptos de riesgo, entre ellos la vida como estrago o la paradójica –y habitual- circunstancia de la Iglesia como cómplice del horror, temas que sobrevuelan el metraje con una habilidad callada y eluden resolverse de manera expeditiva para, en su coexistencia, completar el fresco de confusión que es toda posguerra.

Las inocentes es de una solidez incontestable también en sus aspectos técnicos y hay que agradecerle que, pese a la abundancia de llantos de neonatos, rezos de religiosas y aullidos de parturientas que la pueblan, tome distancia del melodrama y se desarrolle sin efusiones emocionales, severa y al grano.

No son pocos los valores de esta historia de mujeres a la labor de reparar los daños de los hombres, una película que no se exhibirá en Rusia, muy justa con sus personajes y que se quiere femenina desde su equipo (un dato que se destaca en la promoción) hasta su sobrio discurso feminista.

Son varios sus valores pero finalmente carece de correa de transmisión, hay en ella algo de mero testimonio, de drama grave y en bruto al que es difícil adherirse y que la aproxima peligrosamente a las rutinas de un telefilme de alta gama.