Los mayores aplausos que se oyeron en el último festival de Cannes fueron para su película de apertura. Diez minutos de ovación prolongada saludaron a Inside Out, la nueva película de la factoría Pixar. Los responsables del certamen francés no se atrevieron a programarla dentro de la Sección Oficial; hubiera devorado a sus competidoras. Ya tuvo bastante con poner en entredicho todo lo que se viera durante los días siguientes en las idílicas riberas de la Costa Azul.
Dejemos clara una cuestión de partida: Inside Out, o Del revés, si nos decantamos por su título en castellano, no sólo es la mejor película de Pixar, superior incluso a Toy Story 3 (2010) o Up (2002), sino que posiblemente sea la mejor película del año. Insuperables tendrán que ser los nuevos proyectos de Woody Allen, de León de Aranoa, de Amenábar o de un Spielberg que cuenta como guionistas a los hermanos Coen, para poder quitar el cetro imperial a la novedad de la empresa de John Lasseter.
Los elogios están a la altura del proyecto más ambicioso y complejo del estudio. En Cannes, dijo Pete Docter, su director: “Queríamos hacer una película que pudiera hablar al mundo entero y al mismo tiempo hacer algo que no se hubiera hecho antes. Hemos trabajado mucho en las emociones desde el punto de vista científico y psicológico, sobre cómo funciona la memoria y el cerebro”.
La idea le vino a Docter, mente creativa de las originalísimas Monsters S.A. (2001), Wall-E. Batallón de limpieza (2008) y Up (2009), tras comprobar los drásticos cambios de humor de su hija de once años. Docter reflexionó mucho sobre el asunto, llegó a obsesionarse con el cerebro humano, y se volcó en su estudio y comprensión. Inside Out es el fruto de innumerables consultas científicas, de pormenorizadas investigaciones, que se tradujeron en la mayor labor de síntesis psicológica que haya conocido nunca el séptimo arte. Y en una tesis de matrícula sobre las dificultades del paulatino abandono de la infancia.
Una película con mayúsculas
La introducción presenta en sus trazos más señalados a los principales protagonistas, a la niña Riley, y a su emoción predominante, Alegría, que es la que condiciona su carácter. En un alarde de portento narrativo, Pixar explica con una sencillez abrumadora, que naturaliza hasta lo familiar, el universo de fantasía que presentará al espectador. Alegría estará acompañada por Ira, Asco, Miedo y Tristeza, cada una de un color y de una forma porque Docter le pidió a su equipo de animadores que las imaginara como energías “para que se parecieran a lo que sentimos”. Su inagotable expresividad está acorde con lo que representan. Ninguna se impone sobre las otras: todas cuentan con su momento de gloria.
Una idea tan fértil y tan rica, si bien llevada, puede originar situaciones extraordinarias. Las de Inside Out son de antología. El espectador experimentará exactamente las sensaciones que vea en pantalla, se emocionará por la manera tan lúcida en que se resuelven los acontecimientos. La compañía deja al espectador embelesado en cada escena, en cada más difícil todavía. La narración es perfecta de principio a fin.
La película no es lineal en absoluto. Bajo los sentimientos enfrentados de Riley a raíz de una mudanza que la aleja de su vida fácil y hecha en Minnesota y la confronta con otra nueva y aparentemente hostil en San Francisco, se oculta una historia sobre la soledad, la incomprensión, la superación personal. Temas, es verdad, que nos lleva contando Pixar desde sus orígenes, pero que jamás había logrado recrear con tanta potencia, con un ritmo tan infatigable, con un estado de forma tan envidiable. Inside Out se contagia del carisma de Alegría para mostrarse radiante.
Y de pronto, con esa naturalidad pasmosa con la que la introducción nos ha resumido de un plumazo once años de vida y de experiencias, la película nos coge de la mano para guiarnos entre el pensamiento abstracto, la imaginación, el subconsciente, el sueño. Pasamos de uno a otro con la boca abierta, maravillados por tanto alarde de fantasía, de inteligencia, de humor e ironía. Si alguna vez hubo una película de animación elegante, esta es, y será, Inside Out.
Cada encuadre es un guiño plagado de alusiones, y sus chistes, además de perfectamente insertados y brillantes, sinceramente graciosos, ayudan a asentar ese mundo tan luminoso y a la vez tan sombrío al que nos abisma Pete Docter. Hay giros de guión exquisitos que no rechinan como bisagras desengrasadas, y secundarios primorosos que son como rutilantes sonrisas. Bing, Bong, el amigo imaginario de la otrora niña Riley, con sus escasos pero trascendentales minutos, debería, si la vida fuera justa, optar al Oscar.
La personalidad de Riley, dividida en islas (Isla Payasada; Isla Hockey; Isla Amistad; Isla Honestidad; Isla Familia) se va “desmoronando” ante su nueva situación personal. Alegría y Tristeza se pierden por accidente en el complejo y fascinante mundo de la mente de la joven, que recorren en cooperación mutua y de circunstancias. Los personajes evolucionan porque están vivos, porque son coherentes consigo mismos.
Antes de este festín para los sentidos, de esta cumbre del séptimo arte, Pixar nos ha adelantado una sonrisa con su corto musical Lava, en el que un volcán cantarín clama por el amor. El corto juega con la fonética entre “love” y “lava” y ya no tiene ese gusto a entrañable experimento formal como solían ser antaño estos breves fragmentos: es un premio a lo que vamos a presenciar, esa erupción telúrica de sentidos e imágenes de nivel 9 en la escala Richter.
Todo ser humano tiene seis sentimientos básicos: Ira, Miedo, Alegría, Asco, Tristeza y Pixar. Ovación cerrada.