'La vida invisible de Eurídice Gusmão', enérgico melodrama sobre la sororidad en el Brasil del siglo XX

Guida y Eurídice son y han sido siempre uña y carne. Hermanas en una familia de clase baja de panaderos, se han definido juntas ante una sociedad -el Brasil de los años 50-, muy poco amable con las mujeres de su condición.

Eurídice quiere ser pianista y conseguir una beca para estudiar en Viena. Guida se ha enamorado de un soldado griego llamado Yorgos y se escabulle por la ventana de su habitación al caer la noche, para acudir a su encuentro. Ambas han compartido confidencias, vivencias y despertares. Entienden la vida juntas, sin más.

Pero cuando Guida escape de casa para vivir su romance adolescente, y vuelva poco después embarazada, su padre la echará de casa y la dará por muerta. Eurídice se pasará la vida buscando a su hermana.

Con La vida invisible de Eurídice Gusmão, el realizador brasileño Karim Aïnouz consolida su estilo, para ofrecer una vuelta a los orígenes del melodrama clásico mediada por una sensibilidad visual plenamente moderna. Adaptando con probada inteligencia emocional la novela homónima de Martha Batalha.

Melodrama de mirada innovadora

Como otros muchos realizadores y realizadoras, las inquietudes artísticas de Karim Aïnouz van más allá del cine. Terminó haciendo películas tras haber estudiado arquitectura en Brasil y en Nueva York, haberse pasado a Bellas Artes e intentado ganarse la vida con la pintura y la fotografía. También tras probar con el arte visual con cortometrajes como Paixao Nacional y O Preso, y siendo artista residente de New York Film Video Arts y del Centro Banff de las Artes de Canadá.

Su documental Seams se paseó por festivales de todo el mundo, y pronto pasó a ser ayudante de dirección de realizadores como Todd Haynes. Madame Satã fue un arriesgado salto al largo de ficción cuyo estilo se asentó en El cielo de Suely y sobre todo Praia do Futuro, película que le consagró como una de las miradas brasileñas más particulares del momento. Un drama sobre la homosexualidad de radical apuesta formal y estética.

En La vida invisible de Eurídice Gusmão, Karim Aïnouz firma su película más accesible y clásica en lo aparente. Un melodrama que abarca décadas de historia brasileña, y que plasma cambios sociales y políticos en el cuerpo y la vida de dos mujeres oprimidas por una sociedad tan tradicional como machista.

Pero si bien la película ganadora de la sección Un certain regard del pasado Cannes asume su naturaleza de melodrama, lo hace desde un prisma absolutamente contemporáneo en términos estéticos y narrativos. Pone el acento en los sentimientos y el patetismo de las vidas de estas dos hermanas, pero alejándose del formato de la historia original en su vocación de novela río, y construyendo una obra independiente que mantiene el espíritu del best seller de Martha Batalha.

La vida invisible de Eurídice Gusmão se fragmenta eficientemente para repartir el peso dramático y el desarrollo emocional de Guida y Eurídice. Mientras los pertinentes giros de guion foletinescos dialogan los unos con los otros. Lo que acontece en la vida de una de las hermanas -en una capa de la narración-, afecta al devenir de la otra sin llegar jamás a tocarse ni influenciar el relato de forma evidente. Y mientras todo ocurre, Aïnouz carga la narración de momentos líricos, henchida cuando no de escenas musicales de una belleza manifiesta.

Vivir con la ausencia

A lo largo de las generosas más de dos horas de su metraje, Aïnouz aprovecha sobradamente los momentos muertos, que se significan en años de cotidiano silencio en las vidas de sus dos protagonistas, para liberarse en lo formal. Para experimentar e ir un paso más allá de lo que se espera de un melodrama al uso.

Es entonces cuando luce el maravilloso trabajo de Hélène Louvart, responsable entre otras de la fotografía saturada y siempre en tensión con lo narrado de Lazzaro Feliz, la gran y olvidada película que Alice Rohrwacher estrenó el año pasado.

Todo sin por ello dejar de resultar creíble: el drama de estas dos hermanas recurre en ocasiones al subrayado, pero siempre es verosímil y se acerca al espectador desde la verdad de las interpretaciones de Júlia Stockler y Carol Duarte.

Aïnouz, además, asume una mirada limpia para acercarse a una historia netamente feminista. Las historias de Guido y Eurídice son las de muchas mujeres del Brasil del siglo pasado -esperemos que hoy la cosa haya cambiado-, en lucha constante contra la invisibilización de sus voluntades, y contra una violencia sistemática ejercida sobre ellas por el hecho de ser mujeres.

Guido debe enfrentarse a ser madre soltera, al tiempo que intenta subsistir sin terminar en la calle. Trabaja en una fábrica en la que se la trata con suspicacia por ser mujer, y solo encuentra asilo sentimental y material en los brazos de una mujer mayor racializada que, como ella, se ha enfrentado al patriarcado con los escasos recursos con los que contaba. Mientras Eurídice se ahoga en un matrimonio en el que el marido se opone a su realización personal: su marido la ama como ama de casa, no como pianista ni como mujer emancipada. Una fricción constante que no termina de estallar.

Con todo, lo más interesante de La vida invisible de Eurídice Gusmão es, precisamente, lo que no se ve de forma patente. Júlia Stockler y Carol Duarte trabajan excelentemente un desarrollo psicológico atado a la ausencia. En la separación, en la privación de afectos jamás correspondidos entre la una y la otra, ambas actrices redimen una historia no por más ordinaria menos hermosa.