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'It Follows': Sensación de vivir

'It Follows', el fin de la niñez

Rubén Lardín

El primer beso por ver a qué sabe, jugar a médicos entre primos, la visión accidental de una imagen pornográfica. Nos pasamos toda la pubertad tentando a la suerte hasta que ocurre. Y lo peor de todo será entender que lo habíamos estado deseando.

Imaginemos que el tránsito a la edad adulta fuera traumático, ni siquiera de un verano para otro sino cosa de sopetón. Que una primera relación sexual nos supusiera el abandono inmediato de nuestra zona de confort para de ahí pasar a habitar un territorio hostil, temible, de amenaza constante. El infierno mismo, tal y como H. P. Lovecraft definió esa etapa del hombre.

It Follows, que llega a la cartelera acarreando las prebendas y los gravámenes del hype (el fandom del cine fantástico es el más verdulero del mundo), atiende a la circunstancia de una chica de 19 años que lleva la existencia que llevan las chicas de su edad, al menos en las películas de terror juvenil usamericanas: acude a sus clases en el instituto, disfruta de fiestas en el lago y se fija en muchachos bien razonados por la madre naturaleza en los que deposita sueños e ilusiones. Y a partir de ahí, la floración. Mejor no saber más.

Esta segunda película de David Robert Mitchell un lustro después de The Myth of the American Sleepover es en cierto modo epílogo de aquella pero también podría resumirse como una adaptación apócrifa de Agujero negro, el soberbio tebeo de Charles Burns donde el tumulto hormonal de la adolescencia era representado con mudas de piel, mutaciones coloristas y tendencia a la alucinación. Pero que no huyan todavía los que declinan el terror gráfico. Como Burns, Mitchell trata la adolescencia en base a literalidades pero carece de imaginería, no agrede, y su método está más por la evocación y por contaminar el espacio. Como en Planeta prohibido, aquí el monstruo no se ve. Porque lo es todo.

Detrás de ti

Si en las viejas películas de campistas y asesino enmascarado de los años 80 los que primero morían eran los que zorregaban el trompo, sería por algo: porque el acceso a la sexualidad en el cine de terror juvenil ha sido siempre una equivalencia del descubrirse mortal.

It Follows sublima esa idea y se aventura, con andares modosos, en la revelación consecuente: que la vida adulta es una enfermedad venérea. Esto lo explicó mejor que nadie David Cronenberg en Vinieron de dentro de…, hermana mayor, grosera y audaz de esta película que también se mira de frente en otro paisaje, el de La noche de Halloween, donde John Carpenter prefiguraba y daba carta de ciudadanía a todas aquellas películas de asesino al acecho. It Follows cita y reencarna al gusto contemporáneo aquella tradición de terror ligero y con poso de los años 70 y 80 pero lo hace sin nostalgias, desde el respeto y la observación, como centinela de lo que fue una época dorada, casi de platino, para el cine género.

Como nosotros mismos, a lo que más teme el cine de terror es a la realidad, y ese miedo It Follows lo incorpora muy bien llevándoselo con determinación al terreno de la impostura. Ética, estética y metafórica. La película nos mece en un flujo de cámara ominoso que se hace manifiesto en el prólogo y ya no remite, en un tono general extrañado de anacronismos y en el retrato de una juventud algo inerte, pasmada, que sin manejar móviles ni ordenadores se corresponde rigurosamente con la nuestra, con la de ahora, porque la juventud de ahora, nos corresponda o no, va a ser siempre la nuestra porque es la que hay.

It Follows no se pretende cine subversivo pero tampoco es lo contrario pese a su primera capa de conservadurismo, y aunque para la posteridad le falta un hervor, de ningún modo es cualquier cosa. Es cine de miedo hipnótico para los aprensivos, estimulante para el debate y obligatorio para el fanático, que se confiará en su abundancia de alusiones y de repente se verá sorprendido en los detalles.

Próxima también al cine de paranoia, donde todo el mundo es extraño y en esa certeza se nos acaba señalando como al monstruo, It Follows no es terror psicológico sino intangible, del que te ronda. Está muy bien calibrada entre lo taciturno y lo protector, inquieta, te hormiguea las piernas, llega a dar miedo y en su poética podría definirse como la alegoría de una alegoría. La que pone al descubierto que estamos todos condenados, algo que sabemos de sobra pero siempre es reconfortante recordar.

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