Una silla vacía presidió la rueda de prensa de No Bears, la última película a competición por el León de Oro en el Festival de Venecia. Su director, Jafar Panahi, no pudo acudir a presentar el filme ya que se encuentra detenido en Irán por acudir a manifestarse por las detenciones de otros dos compañeros cineastas, Mohammad Rasoulof y Mostafa Aleahmad. No es la primera vez que detienen a Panahi, uno de los grandes autores del cine iraní y uno de los más críticos con su Gobierno.
Ya en 2010 fue condenado a seis años de prisión por “propaganda contra la república Islámica de Irán”. Panahi logró salir tras pagar una fianza de 200.000 dólares. Primero estuvo en arresto domiciliario, y más tarde se le permitió salir pero sin poder rodar debido a una condena que también incluía 20 años de inhabilitación para hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas. A pesar de todo, el realizador consiguió seguir rondando. Su necesidad de contar y de analizar su país hizo que siguiera haciendo películas en las que jugaba con sus propias limitaciones.
En Esto no es una película (2011) logró no salir de su propia casa; mientras que en Taxi Teherán (2015) se montaba en un coche para desafiar la prohibición de hacer cine y convertirse en conductor improvisado mediante el que se sucedían varias historias que definían el Irán del momento. Tras Tres caras, por la que ganó el premio al mejor guion en Cannes, llega su cuarta película rodada en la clandestinidad con la que se convierte en un claro favorito al León de Oro del Festival de Venecia.
Ante la imposibilidad de estar en el festival, Panahi ha mandado un escueto mensaje que el director de la Mostra de Cine leyó en el acto 'Cineastas bajo ataque: Haciendo balance, pasando a la acción'. “Somos cineastas, para nosotros vivir es crear. El trabajo que creamos es libre, por lo que algunos de nuestros gobiernos nos ven como criminales. A algunos cineastas se les prohibió hacer películas, a otros se les obligó a exiliarse. Sin embargo, la esperanza de volver a crear es nuestra razón de ser”, decía el director en su escueto comunicado.
En esas palabras se resumen perfectamente el espíritu del cineasta, que vuelve a demostrar con No Bears que es capaz de superar cualquier tipo de adversidad y lograr emocionar y conmover. Logra una de sus grandes películas y lo hace construyendo un artefacto narrativo donde realidad y ficción se confunden y mezclan, y donde el mensaje está claro: el miedo es el arma de cualquier régimen para atar a sus ciudadanos.
El trabajo que creamos es libre, por lo que algunos de nuestros gobiernos nos ven como criminales
La película comienza con una pareja de iraníes que habla sobre huir del país. Ella ha logrado un pasaporte falso, pero él no. Discuten sobre separarse y escapar o esperar a poder irse juntos. De repente la cámara se aleja, sale del portátil de Panahi y ahí le vemos a él, el director que se convierte, como en sus últimas películas, en personaje y cronista del filme. Dirige desde la distancia, desde un pequeño pueblo cerca de la frontera con Turquía, donde se encuentran los dos intérpretes, ya que no pueden rodar en Irán. Una matrioska de historias que se abre y que comienza a revelar nuevas capas, ya que esos actores también quieren, en su vida real, huir de Turquía.
El título hace referencia a la forma de asustar a la gente del pueblo donde Panahi se encuentra para que no crucen la frontera. Allí él se ve envuelto en un suceso al fotografiar a una pareja de enamorados. Ella se encontraba prometida desde que nació debido a una tradición en la que el cordón umbilical de la mujer se entrega desde niña al hombre con el que se casará sin posibilidad de negarse. Esto lo aprovecha el director para realizar una crítica a las tradiciones de un país antiguo, reaccionario y que asusta a cualquier que quiera libertad.
Ambas historias se entrelazan, se juntan y se retroalimentan de forma inteligente. La cámara de Panahi juega y se convierte en un personaje más, pero nunca como un capricho del director, sino siendo coherente en cada momento. Un prodigio que es, además, un nuevo puñetazo del director al régimen iraní. Una crítica bestial, directa y sin contemplaciones, pero no una crítica simplona, sino entregada en un juego en el que uno nunca sabe si lo que está viendo es la verdad de los actores o una ficción que les interpela directamente. Porque en Irán todos están, de alguna forma, metidos en una situación parecida. No hay frontera entre persona y personaje, porque todos quieren huir y nadie puede hacerlo.
No Bears contiene una de las escenas más potentes vistas en este Festival de Venecia, cuando la protagonista detiene una escena que rueda para romper la cuarta pared, hablar al propio Panahi y, de paso, al espectador mirándole directamente a los ojos. ¿Cuánto debe sacrificar?, ¿tiene derecho a tener miedo?, ¿y si uno se cansa de luchar? Una obra potente e imprescindible que cobra todavía más fuerza sabiendo que Panahi se encuentra entre rejas mientras se ve en Venecia y que puede ser la última de una de las miradas fundamentales del cine iraní reciente.