En 1996 el cine europeo se rindió a dos cineastas belgas: los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Aunque ya habían rodado dos largometrajes antes, fue La promesa la que los colocó en el foco gracias a una historia dura que mostraba el trato inhumano de un explotador de la construcción a sus trabajadores, inmigrantes ilegales. Un retrato descarnado que mostraba las miserias de una Europa racista, que maltrataba a los extranjeros, a los que condenaba a la miseria y los márgenes. Desde entonces, no han cesado en un estilo que ha marcado el cine social posterior. Su cámara, pegada a los cogotes de sus protagonistas, sus apuestas austeras, secas, pero siempre usando el fuera de campo para aportar dignidad, para no recrearse.
Tres años después, ganarían su primera Palma de Oro —luego lograrían otra— con Rosetta, que señalaba a la precariedad de una joven de 17 años que solo buscaba un trabajo digno. Una película que incluso provocó cambios en las legislaciones laborales belgas, mostrando el poder del cine en general, y el de los Dardenne en concreto, para levantar ampollas y poner la lupa en donde nadie quiere mirar y donde las instituciones deberían hacerlo.
Han pasado más de 20 años, y los Dardenne no han perdido mordiente. Europa sigue hecha trizas, quizás incluso peor. El sueño europeísta ha dejado a muchas personas por el camino. La receta de la austeridad ha generado una brecha enorme y las políticas fronterizas han provocado miles de muertes. La extrema derecha ha usado ese descontento para extender el racismo y atacar derechos que parecían intocables hace diez años. Por eso, el cine de los Dardenne —como el de Ken Loach— sigue siendo tan importante. Quedaba claro al ver la reacción del público en el pasado Festival de Cannes de su nueva obra, Tori y Lokita, que ya se puede ver en cines y con la que vuelve a sacar los colores a los países occidentales.
Los Dardenne vuelven a la inmigración -esta vez, a los menores migrantes- criminalizada por la ultraderecha. Sus dos protagonistas dicen que son hermanos. No se sabe, a priori, si lo son de forma real, pero sí que lo son en la forma en la que se ayudan, se tratan y se acompañan en una Bélgica que no tiene un hueco para ellos. Duermen en un centro de menores que no les hace caso, pero durante el día trabajan en un restaurante italiano que es una tapadera para el trapicheo de drogas. Son dos niños que lo que quieren es cantar, pero que lo que hacen es traficar para sobrevivir.
Con la austeridad que los caracteriza, muestran la explotación y las vejaciones que sufren. Un maltrato físico y psicológico. Por supuesto de las mafias que los utilizan. También del resto de sociedad. Los Dardenne rompen clichés sobre estos menores y terminan con un puñetazo que es una acusación: si alguien los hubiera ayudado, todo sería diferente. Los hermanos belgas acudían al pasado Festival de Cine de San Sebastián con su película y no negaban que hubiera mafias y “una parte que son redes delictivas que generalmente les hacen trabajar en el ámbito de las drogas y la prostitución”, pero dejaban claro que “la mayoría de los migrantes, incluidos los menores no acompañados, no son criminales”.
“Son personas que vienen simplemente para tener una vida mejor y no vienen porque necesariamente estén en un país en guerra o estén siendo perseguidos. Vienen a enviar dinero a sus familias, y estas son las personas a las que hoy se las rechaza y se las devuelve a los 18 años”, contaban desde Donostia. La idea de Tori y Lokita nació, como casi siempre en sus películas, de las noticias del periódico. Esta vez no fue uno, sino “varios artículos que decían que muchos de estos niños desaparecían”.
“Esto no es normal. No puede ser. No se puede imaginar algo peor. Esta historia se nos quedó dentro y quisimos ver cómo podíamos hacer una película a partir de ahí. Seguimos hablando y pensamos que quizá podíamos contar la amistad entre dos niños y cómo esa amistad podía oponerse a todas sus dificultades, a sobrellevar todos los obstáculos. Nos contaron que estos niños sufrían de una soledad tremenda, tan grande que aquí desarrollaban enfermedades. Crisis de ansiedad debido a la soledad diaria o niños que se duermen constantemente, nunca se despiertan del todo. Son sistemas de defensa, de defensa contra la terrible soledad que sufren. Queríamos basarnos también en cosas reales que nos contaron”, añaden.
Europa debe crear leyes que permitan a los jóvenes migrantes acceder a un programa escolar o a un programa de aprendizaje para una profesión y permanecer más allá de los 18 años
Confían en que Europa abra los ojos y encuentren la manera de “que haya leyes que permitan a los jóvenes acceder a un programa escolar o a un programa de aprendizaje para una profesión y permanecer más allá de los 18 años, tener una profesión, ejercerla si el trabajo o el mercado laboral lo permiten o continuar sus estudios en un nivel superior”. “En realidad, no es complejo organizarlo y no afecta a millones de jóvenes. Afecta a miles, pero no a millones. Realmente es una posibilidad para Europa. Desde un punto de vista, diría realista, igual cínico también, pero incluso es bueno pensar que vamos a necesitar jóvenes que trabajen, por ejemplo, como enfermeras porque nos faltan en nuestro país y es absurdo negar eso por racismo”, explican.
El cine de los Dardenne siempre se enfrenta a las mismas críticas: que si hacen 'porno emocional', que si es hipócrita ir a la alfombra roja de Cannes con esas películas… Su respuesta es clara: “Nos importa un bledo lo que diga la crítica intelectual del cine social. El cine es un arte múltiple, diverso, que existe en su inmensidad y, por lo tanto, que algunos no sean sensibles o que vean una traición a la idea artística que puedan tener... que escriban lo que les dé la gana. No vamos a dejar de ir a los principales festivales ni que nuestros personajes vayan por poner a jóvenes migrantes en el centro de esta historia, de nuestra cámara, del encuadre y, por último, de la pantalla de proyección. Pretendemos poder ir a los principales festivales, mostrar nuestras películas, pero lo principal es seguir siendo uno mismo, no ser un camaleón, no convertirse en lo que pueden ser algunos escenarios, como este hotel de lujo” en el que tenía lugar la entrevista.