En junio de 2012, la policía autonómica catalana desarticuló una banda de timadores que se había especializado en clubs de fútbol. A cambio de una falsa inversión millonaria, pedían como gesto de solvencia un ingreso previo, igual que esos fraudes nigerianos por e-mail que reclaman una cantidad prometiendo otra mayor que viene de una herencia que nadie reclama. Cayeron en la trampa el Getafe, el Palafrugell, y se libró el Espanyol de Barcelona.
Los estafadores organizaban los encuentros en hoteles opulentos, viajaban en coches de lujo y utilizaban un reclamo muy concreto: un jeque árabe, que en este caso español que descabezó la Operación Flama resultó ser un camarero brasileño con babuchas y tocado. En junio de 2012, la película La gran estafa americana ya estaba filmada y se encontraba en fase de posproducción. Desde marzo hasta mayo, las cámaras de David O. Russell convocaban un timo en hotel caro con jeque falso sin saber que otro igual sucedía en el Paseo de Gracia de Barcelona.
La gran estafa americana recupera la Operación Abscam, donde el FBI usó a timadores profesionales para colocar el cebo donde cazar a los políticos corruptos. Visto desde allí, lo que más ha envejecido es el truco con jeque; visto desde aquí, lo más esotérico es que los políticos se ajusticien, muerdan o no el cebo.
El caso original involucró a siete congresistas, un senador y numerosos cargos públicos que cayeron en el soborno. Hoy se valora como un caso flagrante de incitación a la comisión de delito. En la película, la trama interna es tan tupida como la exterior, porque todo el mundo procura engañar al vecino. Irv, el timador protagonista, está casado con Rosalyn pero se acuesta con Sidney, que se hace llamar Edith y que intenta seducir a Richie, el policía que les tiene atrapados para su plan cazacorruptos.
Cada uno de esos nudos se ramifica: Rosalyn tiene sus propios planes de chantaje y de infidelidad; Richie tiene los suyos de lascivia y de ascenso, mientras pide a sus superiores un avión privado y una planta entera de hotel caro, a costa del erario público, para que el jeque pase por genuino. Los malos son los buenos que son malos que son buenos. Que son malos.
Quien roba a un ladrón
En esta rueda moral donde la valoración de los personajes cambia a cada rollo, el director se concentra en salvar a una figura en particular: Carmine Polito, el alcalde de Camden. Un hombre que, para atraer empleos, trata con los mafiosos que haga falta por el bien de la comunidad.
Su indiferencia ante el dinero turbio lo incluiría en el mismo saco que el resto de los sobornables, pero la película le dedica una escena muy particular. El timador Irv, que tiene la piel curtida de haber estafado a quien fuera menester, le pide disculpas. Es como si el diablo que tentó a San Expósito le hubiera pedido perdón, convirtiéndole así en doblemente santo. El alcalde aparece así como el hombre bueno que cae en el fuego cruzado. El justo que recibe el palo por los pecadores.
La gran estafa americana recupera los tardosetenta con los pantalones de campana, las patillas pobladas, las camisas de pelo en pecho y colgante a juego. Y, no menos importante, con su esperanza de justicia sobre los corruptos. Es la época de Todos los hombres del presidente, con dos periodistas tirando del hilo del cohecho hasta derribar al mismísimo presidente del país. Hoy, en el barómetro del CIS de temas preocupantes, la corrupción está sólo debajo del paro.
Allí la caza del político de dinero fácil toma luz junto a Occupy Wall Street, igual que aquí aparece respondiendo al movimiento 15M. La santificación del alcalde que paga por pecador es la clave para leer la película como un “cautionary tale”: un relato aleccionador, un ejemplo admonitorio. Bajo el manto de que “la banca siempre gana”, advierte a los indignados de hoy que en los movimientos de limpieza pagarán justos por pecadores. Los agentes no obtendrán su ascenso, los políticos turbios sobrevivirán si están suficientemente arriba en el escalafón. No habrá Nixon para nuestros malvados, dice La gran estafa americana.
El dinero llovido de la fortuna, aquel que Alan Greenspan invocó en la burbuja puntocom y que en España aún se airea con los casinos sorpresa y los pelotazos de ladrillo, es el grial que saca de la crisis. Qué son los puestos de trabajo sino el capricho de un señor que viene con billetes de sobra.
Esa es la metáfora del jeque falso, que en el cine español tiene el rostro de Antonio Ozores porque cumplió tanto en las películas de Paco Martínez Soria (Es peligroso casarse a los 60) como en las de Pajares y Esteso (Los energéticos). Una figura que suena a otros tiempos en cualquier otro lugar, menos en España.