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CRÍTICA | Es hora de conocer a John Wick, el sicario trajeado que resucitó a Keanu Reeves
Keanu Reeves, “suave brisa sobre las montañas”, ídolo adolescente, estrella de acción, asceta millonario, animalista agresivo si tocan a su cachorrito y ahora, también, misterioso héroe de videojuegos.
Cada generación tiene su propio Keanu al que idolatrar y, sin embargo, su existencia muchas veces pasa injustamente desapercibida. Pero basta con un meme triste o una aparición sorpresa en el último E3 para descubrir que el Reeves de 54 años es el mismo ser de luz al que todas esas generaciones rinden pleitesía.
Quizá sea porque, como dice esta oda del New Yorker, “no importa qué papel interprete, siempre es él mismo”. No ofrece grandes titulares, su vida privada es un misterio solo al alcance de su selecto círculo de amistades -entre las que se encuentran Sandra Bullock, Charlize Theron o Gus Van Sant- y sus películas están lejos de cosechar las alabanzas de antaño. Sin embargo, la fascinación hacia él se mantiene intacta.
“Soy como Mickey Mouse, nadie sabe quién está dentro del traje”, le dijo hace un tiempo a la revista Vanity Fair. La mezcla de sensualidad, timidez y torpeza le hacen irresistible para un Internet que adora los vídeos de gatitos. De hecho, su última incursión en el E3 se volvió viral con una facilidad pasmosa y sin necesidad de un contenido sensacional.
Estaba el pasado lunes en el escenario de Los Ángeles para anunciar su aparición en Ciberpunk 2077, el esperado videojuego distópico, cuando un seguidor le gritó: “Eres increíble”, a lo que Reeves respondió con una sonrisa y un “tú sí que eres increíble”. “No, todos sois increíbles”, rectificó con una genuflexión imposible. 10 segundos de vídeo. 100.000 me gustas. Después de eso, la empresa CD Projeckt, creadora de Cyberpunk, le regaló una edición de coleccionista al fan por poner en palabras lo que todo el mundo debería pensar y decir del actor.
A pesar de haber dejado de ser la cara visible de los blockbusters de éxito, en 2014 Reeves se enroló en una misión suicida -aunque no tanto como 47 Ronin, uno de los fracasos de taquilla más sonados de la última década- llamada John Wick. Nadie daba un duro, ni siquiera él, por la historia de un exasesino taciturno que venga el cruel asesinato de su cachorro de Beagle.
Pero la primera entrega se plantó con una recaudación de 86 millones de dólares y dio alas a una segunda cinta, a una tercera, la que ahora presenta, y a una cuarta que ya está en marcha.
Las dirige Chad Stahelski, quien fuera el doble de Keanu Reeves en la saga de Matrix. Y, aunque lo parezca, este feliz reencuentro no es fruto del azar. Fue la condición que puso el actor para protagonizar la franquicia de acción, aunque su amigo careciese de experiencia detrás de las cámaras. Esas rarezas adorables son las que despiertan afecto y admiración hacia la figura más enigmática de Hollywood.
Son muchos los que han sentido la tentación de ver un reflejo de su melancólica vida en John Wick. No en vano, la foto más valiosa que ha captado un paparazzi fue la bautizada como Sad Keanu, en la que aparece comiendo un triste sándwich en un banco de Nueva York. También John deambula solo por las calles lluviosas de la gran manzana, por los pasillos de los hoteles y por los desiertos. Pero Reeves lo niega.
Es más, asegura que le representa mejor el personaje animado al que pone voz en Toy Story: un motero acrobático que sirve como bálsamo cómico en la querida saga de Pixar. Primero, por su conocida afición a las dos ruedas y segundo, porque es más gracioso de lo que mucha gente cree y, sobre todo, de los papeles que le ofrecen. Pero sí que hay algunas similitudes trágicas con el último álter ego al que interpeta.
Keanu, cuyo nombre significa “suave brisa sobre las montañas”, nació en Beirut y es de ascendencia inglesa y chino-hawaiana. Con apenas cuatro años, su padre les abandonó y comenzó su itinerancia desde Sydney hasta Nueva York y finalmente a Toronto. Aunque tuvo que lidiar con la dislexia -y sobrevivió con Alice Cooper de niñero- recaló rápido en el mundo del cine.
Su primera película fue River’s Edge (1986) interpretando a un joven colocado, lo mismo que en Bill y Ted (1989), una suerte de Dos tontos muy tontos con la que se fraguó una fama de zopenco entre los medios que él se divertía alimentando en las entrevistas.
Sin embargo, el Hollywood que solo empezó a tomarle en serio a partir de los 90 pronto se daría cuenta de que Keanu era mucho más que una cara bonita y un cráneo vacío. Así, empezó a elegir proyectos sugerentes, como Mi Idaho privado (1991), de Gus Van Sant, Point Break (1991) de Katheryn Bigelow y, sobre todo, Speed (1994), donde se enamoró apasionadamente de Sandra Bullock.
Reeves sorprendió a todos los directores con su dedicación y su inteligencia. “Les di a River [Phoenix] y a Keanu el libro de La ciudad de la noche, de John Rechy. River leyó dos páginas y lo tiró. Keanu se lo leyó entero y toda la bibliografía de Rechy”, contó Gus Van Sant años después del rodaje de Mi Idaho privado. En ese momento, el actor se reponía de la muerte por sobredosis de su coprotagonista River Phoenix, a quien recientemente definió como “su mejor amigo”.
De forma parecida consiguió el papel de Neo, para el que no fue la primera opción (Will Smith lo había rechazado antes). Solo tuvo que impresionar a las hermanas Wachowski con una charla filosófica en un párking para que decidieran que Reeves era “El elegido” de Matrix (1999).
Apenas unos meses después del estreno, su novia, la también actriz Jennifer Syme dio a luz de forma prematura a su hija Ava, que nació muerta. La pareja no se repuso de la tragedia y rompieron semanas más tarde. Sin embargo, mientras el actor preparaba las secuelas de Matrix, Syme sufrió un accidente de tráfico y falleció. El actor pidió entonces “paz y tiempo”, pero hay quien dice que aún no ha conseguido reponerse del incidente. “La pena cambia de forma, pero nunca termina”, admitió Reeves a Parade años más tarde.
Aunque siempre ha sido muy celoso de su intimidad, ciertas filtraciones han ahondado en esa imagen de tipo bonachón de los que no abundan en Hollywood. La más conocida es la de que renegoció su contrato en las secuelas de Matrix para donar 75 millones de euros al departamento de vestuario y de efectos especiales de la película, para él los verdaderos artífices del éxito. Otra parte fue destinada a organizaciones de investigación contra el cáncer y la leucemia, enfermedad a la que se enfrenta su hermana.
Su altruismo pasa por detalles graciosos, como regalarles una Harley Davidson a todos y cada uno de sus dobles, a otros inconcebibles, como bajarse el sueldo en Pactar con el diablo para que se pudieran permitir pagar el caché de Al Pacino. Pero también hay otros honorables, como cuando le dio 20.000 dólares a un constructor de sets de rodaje para evitar que fuese desahuciado.
“El dinero es en la última cosa que pienso. Podría vivir siglos con lo que he ganado hasta ahora”, respondió escueto en 2003 ante dichas filtraciones. Él las consideraba un asunto privado y le molestaba tener que dar explicaciones en público al respecto.
Keanu es la típica estrella inconsciente de su propio estrellato. Por eso le sorprende que le graben en el metro de Nueva York mientras le cede el asiento a una señora cargada o que le aplaudan por no invadir la intimidad de las fans que se acercan a tomarse fotos con él separando las manos cuidadosamente de su figura. O que sea uno de los actores de Hollywood que ha trabajado con más mujeres directoras: un total de 13 frente a las 0 de Tom Cruise, Matt Damon o Will Smith. Y eso sin contar su pasión por los perros y los animales en general, a quienes dona generosas cantidades de dinero.
Reeves lo soluciona tímidamente diciendo que es un “tipo majo”. Y quizá, como dice el brillante titular del New Yorker, sea demasiado majo para este mundo.
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