Laurent Cantet vuelve a Ítaca
El Retorno a Ítaca de Laurent Cantet es la vuelta de un hombre a su Cuba natal después de haber emprendido una aventura de dieciséis años en España. Como en la Odisea de Homero, la tierra que abandonó Amadeo ha sufrido el declive y el reencuentro con sus antiguos camaradas revela la frustración de los ideales de juventud. El regreso del exilio se transforma en una afrenta contra la resignación que anega a los que compartieron una vez ambiciones y proyectos que el tiempo se ha encargado de borrar.
Un utópico idealista, una abnegada oftalmóloga, un pudiente arribista y un pintor frustrado completan el cuadro de una noche en una azotea de La Habana. Sus diálogos descubren sus secretos, sus reproches pendientes y sus desengaños, y desmontan un régimen que un día se pensó como un edén y que finalmente ha legitimado el axioma que asegura que el poder corrompe. Pese al pesimismo inherente del encuentro, aún queda la amistad que construyeron como un confortable refugio en el que guarecerse.
Una película teatral exige un libreto minucioso y el compromiso de los actores que la protagonizan. Roman Polanski lo corroboró recientemente con su notable La venus de las pieles. Jorge Perrugoría, Fernando Hechevarría, Néstor Jiménez, Isabel Santos y Pedro Julia Díaz Ferrán radiografían con admirable veracidad los matices de sus personajes. En su vuelta a Cuba tras 7 días en la Habana, Cantet diseña diálogos ágiles y corrosivos y no permite que su historia decaiga. Su última cinta es también el simbólico regreso a Ítaca del director francés después de que el desastre de Foxfire hiciera irreconocible al responsable de cintas tan loables como Recursos Humanos o La Clase.
Apología de Daft Punk
El anhelo del paraíso y su búsqueda siempre desembocan en un descenso a los infiernos. El camino hacia el elíseo de la electrónica no es ningún secreto para el DJ Sven Hansen-Løve que junto a la cineasta Mia Hansen- Løve ha escrito esta epopeya sobre el garage, una ramificación del house que nació en los 80, titulada Eden.
En el año 1992 un joven francés se ve hechizado por el sonido disco que empapa el inquieto universo de las raves y comienza a probar suerte ejerciendo de DJ. Todo es nuevo: los sonidos, las drogas y las sensaciones que provoca esa asociación. Daft Punk todavía no había revolucionado la escena de la electrónica, pero era cuestión de tiempo. Las referencias al enigmático dúo del french house son constantes en toda la película, como un relejo de lo que le ocurre al protagonista. En sólo un lustro Sven Love monta un dúo llamado Cheers y regenta un local. Todos sus amigos abandonan la vida cotidiana para arrastrarse de fiesta en fiesta y caer en un mundo plagado de ritmos sintéticos y cocaína. Una especie de oasis que evoca a The Hacienda, el lugar que Laurent Garnier descubrió en 1987 y que le empujó a cambiar su nombre por el de DJ Pedro.
Y cuando estás a punto de olvidarte de la existencia de ese omnipresente dúo ataviado con cascos futuristas, vuelve a surgir. A principios de los 2000 Guy-Manuel de Homen-Christo y Thomas Bangalter ya son la referencia más importante de la electrónica francesa en todo el mundo. Daft Punk suenan tres veces durante la película para recordar quienes eran los reyes del tinglado. Pero para nuestro protagonista el camino es más complejo. Llega el año 2008 y aunque la droga sigue fluyendo, aunque el garage que fabrica Sven Love sigue aliándose con las voces negras del soul y el jazz, los tiempos cambian y todo se desmorona.
Esta crónica que recopila 40 canciones originales también alude al terrible momento que supone llegar a la madurez y tener que solventar las deudas, asumir las amistades rotas y curar la terrible adicción. Es ahí cuando somos conscientes de que los genios son los únicos que resisten el embate del tiempo. Ellos no necesitan redención. Daft Punk seguirá sonando siempre.
Borja se desquita de los bisoños apellidos
Un guion tan infantil y vacuo como el de Ocho apellidos vascos no puede corresponder a un tipo tan mordaz e inteligente como Borja Cobeaga. El director donostiarra se ha tomado su revancha y ha preparado una visión, ahora sí personal, del conflicto vasco a través de las conversaciones que en 2005 entablaron el Gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero y ETA. Cuenta Cobeaga que Jesús Eguiguren y Josu Ternera, los representantes del Ejecutivo y la banda armada, estaban en Pamplona durante los San Fermines. Razón suficiente para que Negociador aborde un tema doloroso desde una perspectiva cómica.
El alter ego de Eguiguren es un inmenso y siempre diligente Ramón Barea. Cobeaga vuelve a ser tan vitriólico como en Pagafantas y No Controles, dos películas en las que las vergüenzas de los personajes alcanzaban al espectador. El realizador no quiere inmiscuirse en el asunto más espinoso, sino provocar carcajadas caricaturizando a sus personajes. Los incómodos silencios son tan cómicos como el afilado libreto. Es una película arriesgada que también reivindica la valentía y el talento de su director.