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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Lobos, ovejas y Clint Eastwood

En una escena de El francotirador, Chris Kyle –interpretado por Bradley Cooper– está tumbado en algún tejado de algún lugar de Oriente Medio. Probablemente sea Ramadi, en Irak, pero es imposible saberlo porque en la película de Clint Eastwood no hay referencias geográficas de las misiones a las que acudió este marine. Kyle mató desde el tejado a unos 255 insurgentes -el Pentágono dice que fueron 160- y entre ellos hay algunas mujeres y niños.

Es un niño, precisamente, al que apunta Cooper en la susodicha escena, un niño que corre hacia los marines con una granada, “¿lo mato o no lo mato?”, parece dudar el protagonista. Y el caso es: ¿se lo pensó realmente el Chris Kyle real? El caso es que disparó porque al fin y al cabo el deber es el deber. Pero está bien que haya una pausa dramática, no solo le da fuerza e intensidad a uno de los mejores momentos del filme, sino que con ese gesto de muñeca Eastwood, que con 85 años todavía es capaz de rodar películas tan polémicas y poderosas como ésta, abre una pequeña (aunque insuficiente) grieta antibelicista.

Clint Eastwood es republicano y está en contra de la guerra de Irak. Es un patriota y también una leyenda, exactamente igual que Chris Kyle. Un personaje que, obviamente, admira. Si no, no se hubiera molestado en hacer una película adaptando su autobiografía. Y claro, a pesar de repetir una y otra vez que sus películas son “la declaración más fuerte contra la guerra”, por el tema de las consecuencias morales, El francotirador tiende a glorificar a su protagonista desde que el director tejano le regala un villano con el que pueda tener un duelo a la altura de su propio mito. Una especie de francotirador invencible que desde el bando iraquí siembra el pánico entre los marines.

El filme de Eastwood se debate todo el rato entre ser un espectáculo bélico de corte panfletario en el que se relatan con espectacularidad las acciones de un tipo que unos llaman héroe y otros asesino o ser una película que analiza con profundidad y bajo la mirada de su protagonista las secuelas que deja la guerra en los soldados. Kyle tiene secuelas. No existe ningún ser humano cuya conciencia no se resienta después de matar a cientos de personas. Pero todo ese retorcimiento moral queda para después, para la vuelta a casa. En el campo de batalla lo importante es no dejar a ningún hombre atrás.

Funciona más de la primera forma que de la segunda, y no solo por la cantidad de minutos que el realizador le dedica. Las escenas de acción están rodadas con mucho pulso, la atmósfera con la que el director de Sin perdón inunda cada tiroteo hace sudar al espectador. Y además Eastwood ha aprendido a rodar la acción como si por primera vez fuera un hombre de su tiempo, como si algún día hubiera jugado con sus nietos al Call of Duty. Y además está la interpretación de Bradley Cooper, que es soberbia. El actor engordó 18 kilos para el personaje y asumió el gesto de tejano. Su nominación a los Oscar es de justicia.

El maestro ha rodado sus mejores escenas desde el díptico Banderas de nuestros padres/Cartas desde Iwo Jima. Y sí, el carácter patriótico puede ser insultante para quien no asuma desde un principio que la película quiere hablar de una guerra que los demás hemos llamado invasión.

Sin embargo, como espectáculo cinematográfico es indudable que estamos ante una de las mejor dirigidas e interpretadas del año. Ahora vamos a donde Eastwood no afina, que es en la parte antibélica del filme, desde las escenas del marine volviendo a casa hasta ese final que pretende ser la cruel moraleja de esta historia real, que es la misma historia de todos los veteranos de guerra.

El terrible error del trazo grueso

Es preferible no hacerlo que hacerlo mal. Eastwood ha querido convertir a Bradley Cooper en un mártir, en un hombre lleno de conflictos que nunca se consideró un héroe a pesar del clamor popular. Pero a pesar de que el actor trabaja con las tripas este pretencioso tratado antibelicista es demasiado pobre para considerarlo como tal. Sobre todo porque ya existen películas que lo han hecho infinitamente mejor, como En tierra hostil, ese filme que le arrebató a Avatar ser la película del año y que aun así viene bien reivindicar de vez en cuando. Una impactante e impredecible película de acción sobre artificieros norteamericanos que puede presumir de tener las escenas de explosiones más cuidadas estéticamente de los últimos años.

Claro que detrás de la cámara está la mano de una de las mejores directoras de la actualidad. Kathryn Bigelow rodó la mejor pieza posible sobre la guerra de Iraq y esta sí, terriblemente compleja a la hora de analizar la adicción al riesgo de un soldado que nunca deja de estar en el campo de batalla. Pocas películas han radiografiado tan bien la figura del soldado.

En la acción Eastwood es tan espectacular como Bigelow, con esa secuencia final en la tormenta de arena, pero cuando ahonda en el drama interior de su héroe abusa demasiado del trazo grueso. Y este es el motivo de la polémica, la figura del héroe acaba pesando en la del ser humano. El filme comienza con una frase lapidaria del padre de Chris Kyle: “El mundo está formado por lobos, ovejas y perros pastores”.

El único momento en el que Eastwood tiene la posibilidad de tirar por la borda esta oscura y castrense visión del mundo es en el relato del último día en la vida de Kyle. Pero Eastwood, que sabe que su compañero Paul Haggis ya le dedicó 120 minutos a este tema en la inteligente y devastadora En el valle de Elah, resume la muerte del francotirador -le asesinó un veterano de Iraq- en una sola frase. No hay conflicto, ni secuelas, ni símbolos antibelicistas en esta película donde nunca queda claro quiénes son las ovejas, quiénes los lobos y quiénes los perros pastores.