'Un lugar tranquilo': calla o muere, América tradicional
Las primeras escenas de Un lugar tranquilo nos introducen rápidamente en las características de la propuesta. En todo gesto suave, en todo paso amortiguado, en toda palabra susurrada, hay el recuerdo implícito de la necesidad de guardar silencio. Las estanterías poco nutridas de un comercio abandonado sugieren un escenario catastrófico. Y sí, la nueva película del intérprete y realizador John Krasinski (actor de The office, director de Los Hollar) va por ese camino: el mundo tal y como lo conocíamos ha terminado.
Los protagonistas tienen una vida silenciosa en un entorno posapocalíptico. Se vislumbra ese retorno a la naturaleza, una utopía hipster escenificado a la vez en el desenlace de distopías christian friendly como Soy leyenda, vinculable con ese renacimiento religioso deseado por el evangelicalismo estadounidense. Aquí el subtexto es explícitamente inquietante. El cine de hundimiento institucional se cruza con el thriller terrorífico basado en lo sensorial, como en aquella No respires donde unos jóvenes ladrones eran perseguidos en la oscuridad por un exmilitar invidente de oído perspicaz.
Los protagonistas de Un lugar tranquilo son una familia nuclear marcada por la muerte de uno de los niños. Krasinski y Emily Blunt (Al filo del mañana) encarnan a los padres, que enseñan a sus otros hijos a sobrevivir esta fantasía neorural con amenazas invisibles al fondo. No hay rastros de aquella ruptura cultural tan propia del cine de terror de los años 70: el choque entre el visitante urbanita y el habitante de la denominada América profunda. El campo ya no es un lugar salvaje sino un espacio acogedor. Y el enemigo está en los bosques, sí, pero no es humano.
Señales, de M. Night Shyamalan, aparece como una referencia evidente. De nuevo, se nos muestra una familia afectada por el duelo, que vive en una cierta situación de aislamiento y que sufre los efectos de una invasión. Si en aquel filme se retransmitía el proceso, Un lugar tranquilo nos traslada a un escenario de derrota en el que los humanos supervivientes se esconden de los atacantes. La propuesta de Krasinski incorpora más acción. Y, en la linea peterpanesca del Hollywood de este siglo, se muestra muy interesado por los desencajes teen. Si bien esta vez no se excluye del drama a las figuras adultas.
La familia en peligro
En su momento, el filme de Shyamalan fue visto como una emanación, o como un reflejo, del estado del miedo en los Estados Unidos posteriores a los ataques al World Trade Center neoyorquino. Esa lectura probablemente iba más allá de las intenciones de los responsables de la película. Al fin y al cabo, el proyecto estaba en marcha antes de los ataques (aunque su rodaje tuvo lugar inmediatamente después).
En todo caso, también se puede jugar a interpretar Un lugar tranquilo, a pesar de su laconismo y su talante puramente expositivo. ¿Podría servir de símbolo de una cierta americanidad que se siente amordazada por eso que llaman corrección política, que se siente desplazada (o destronada) en su propio país? ¿Incluso puede subyacer esa idea de la persecución del creyente, muy presente en películas cristianas de enfoque diverso, también satirizada mediante personajes como el simpsoniano Ned Flanders?
Los protagonistas del filme son muy prudentes pero toman el riesgo de llevar adelante un embarazo. Y equipan su casa de pequeñas técnicas de insonorización... como no lo habían hecho hasta entonces. Esta parte de la trama puede resultar explicable psicológicamente pero fricciona con la lógica obsesión por la seguridad del matrimonio: quieren demostrar que pueden seguir adelante con sus vidas pero, para ello, las ponen en peligro. Esta situación ha llevado a algunos comentaristas a hacer lecturas pro-vida, en clave militante o algo más distanciada, que enfatizarían el carácter de renacimiento cristiano experimentado por los personajes.
Sea como sea, en la narración se invierte una tendencia del terror cinematográfico posterior al crack financiero. No se nos presenta a una familia a la que espectros y demonios quieren expulsar de su hogar. Es la misma familia la que tiene algo de entidad fantasmagórica que ocupa de manera taimada un espacio. Porque la casa, el país, el mundo, ya no es de los protagonistas sino de un Otro. Y ese Otro, en mayúsculas, es un grupo de monstruos violentísimos, sin motivaciones ni historia, ciegos pero con el sentido del oído agudizado.
En este aspecto, la película de Krasinski encaja con las narrativas del cine posterior al 11S que se ha entregado (de manera más bien acrítica) a la denominada guerra contra el terror. Todos los lugares son susceptibles de ser frontera y trinchera, porque el mundo es un campo de batalla contra malvados que frecuentemente no tienen voz. La familia tradicional está rodeada de enemigos, pero a la vez resulta el único refugio. Aunque propuestas posapocalípticas recientes como Llega de noche hablen de la imposibilidad de generar un espacio seguro.
El rol de la familia como agente protector tiembla en Un lugar tranquilo. La madre se pregunta quiénes son ellos si no pueden proteger a sus hijos. Más allá de la protección queda el amor, aunque se tambalee a causa de una gestión poco ideal de la pérdida. Como eso quizá no resulta suficiente, las imágenes finales de la obra cosen ambas facetas de una manera algo estridente: el amor protector, con armas de fuego, resulta más persuasivo.
Un placer culpable
Señales era una propuesta enraizada en la tradición del terror elíptico, más sugerente que gráfico, defendido en títulos como La mujer pantera. Krasinski no esconde a los enemigos sino todo lo contrario, pero sí muestra un cierto estilo, aunque pueda abusar de unos fuertes contrastres de silencio y estruendo. En todo caso, combina la acción y el suspense de manera potencialmente satisfactoria.
La escena inicial capta la atención, marca el tono y también eleva el listón de expectativas. Incorpora tensiones taimadas, bellos planos de silencio y una cierta sutileza en el estallido violento. Posteriormente, la narración se mueve entre varias aguas: un cierto desarrollo de los personajes y sus relaciones, el gusto por el suspense quietista, abrumadoramente silencioso, y también la introducción de las inevitables correrías.
El resultado es un eficaz placer culpable, que puede generar disfrute aunque la audiencia deba asumir unas cuantas improbabilidades y pequeñas trampas. Como tantos filmes de género, Un lugar tranquilo funciona como ficción replegada en sí misma y con sus propias (y algo maleables) reglas, solo si el espectador se abstrae de hacer insidiosas comparaciones con la realidad. Como en esos thrillers donde la policía parece no existir, o solo aparece cuando han finalizado larguísimos tiroteos.
En el desenlace, como anticipa la pizarra donde se recopila información sobre sus enemigos, aparece una vieja convención dramática ya presente en clásicos literarios como La guerra de los mundos de H. G. Wells, que ha perdurado en el cine fantástico (véase, una vez más, Señales). En esta ocasión, resulta especialmente inverosímil. Es un toque retro, y a la vez un atajo narrativo hacia algo parecido a un happy end, que permitirá a los personajes intentar su propio “make America great again”.