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Análisis

Marvel presenta al primer superhéroe asiático con el objetivo fallido de seducir al mercado chino

Alberto Corona

2 de septiembre de 2021 22:37 h

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Las previsiones de Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos de cara a China no son buenas. Al antecedente del fracaso de Mulán en el gigante asiático, hay que sumarle el de Raya y el último dragónotro proyecto de buscadísimo atractivo asiático— y la mala fama de Chloé Zhao, oscarizada realizadora de ascendencia china que pronto estrena Eternals con Marvel… y además están los problemas exclusivos de la película de Destin Cretton. Coincidiendo con la variante delta de la COVID-19, Disney ha decidido no estrenar Shang-Chi con el modelo híbrido de salas y Disney+ con Acceso Premium, en un contexto en el que varias majors vuelven a aplazar sus lanzamientos y China se niega a estrenar la película en sus cines.

Poco importa que Shang-Chi haya mostrado sumo cuidado a la hora de escoger un reparto mayoritariamente asiático —en este esfuerzo encontramos tanto a la imprescindible Michelle Yeoh como a Tony Leung, rostro inseparable del cine del hongkonés Wong Kar-Wai—, a la vez que fragua una historia donde un joven ha de reconciliarse con sus raíces chinas para convertirse en el héroe que está destinado a ser: la gran rémora es la historia del personaje en sí. El nacimiento de Shang-Chi en 1973 es inseparable del éxito de Bruce Lee, así como del alegre orientalismo que latía en la idea del guionista y dibujante Jim Starlin de convertirle en el hijo de Fu Manchú: creación literaria y obscenamente estereotípica con décadas de antigüedad.

Queriendo dar la espalda a este vergonzante pasado, los guionistas resolvieron cambiar este detalle del origen de Shang-Chi para que su padre pasara a ser el Mandarín, villano que ya trajo cola en 2013 cuando en Iron Man 3 fue encarnado por Ben Kingsley… aunque la película dejara claro que este no era el verdadero Mandarín. De poco ha servido: el bagaje del personaje es el que es, y al gobierno tampoco le ha gustado la idea de un joven chino que ha huido a Estados Unidos perseguido por la organización de criminales que lidera su padre. Kevin Feige, director creativo de Marvel Studios, lleva meses defendiendo que Shang-Chi es en realidad una carta de amor a la cultura china. De momento, sin éxito.

Superpotencia cinematográfica

En los últimos años, la naturaleza de China como superpotencia ha quedado consolidada por la vía del cine, sirviendo la crisis del coronavirus de acelerador para una situación largamente anticipada. Durante el pasado 2020, gracias a una política de exhibición mucho más atrevida que la de Hollywood —que durante meses se limitó al retraso de estrenos—, la recaudación doméstica del país asiático logró superar por primera vez en su historia a la de Estados Unidos, colocando asimismo cuatro producciones autóctonas entre las más taquilleras del año. La que encabezaba el ranking era The Eight Hundred, un drama épico cuyos responsables no abrigaban intención alguna de exportar. No lo necesitaban.

El triunfo de The Eight Hundred —y, entrado 2021, el de Detective Chinatown 3— certifica la madurez de un modelo productivo que ha buscado la autosuficiencia desde sus inicios, fijándose en Hollywood únicamente a partir de ciertos moldes expresivos que ayudaran a consolidar un blockbuster propio. Esta autosuficiencia, paralela al desarrollo económico del país, ha sumido a la industria hollywoodiense en la inquietud, no moviéndole tanto a competir como a agradar. Con su apuesta directa por la pantalla grande, la apertura incansable de multicines y el público que más adora la experiencia en salas del mundo, China es un mercado fundamental. Uno en el que hay que estar.

Es posible fijar el inicio de este repliegue en los años 90, cuando a la vez que films como Titanic o El fugitivo incrementaban enormemente la recaudación gracias a sus arcas, el gobierno del país se mostraba contrariado ante la realización de Kundun, Siete años en el Tíbet y El laberinto rojo por su retrato de la ocupación del Tíbet. “Ha sido un estúpido error”, llegó a declarar sobre el asunto Michael Eisner, arrepentido CEO de la misma Disney que había producido Kundun. Ya entonces estaba claro que convenía tener a las instituciones chinas de su lado, situación que se intensificó angustiosamente en el siglo XXI.

Hollywood al servicio de China

Hasta entonces, Hollywood se había nutrido apaciblemente tanto de su taquilla como de la exportación de talentos (Zhang Yimou, John Woo), pero esta relación amigable pronto se fue convirtiendo en dependencia. Y no de China hacia Hollywood, sino al contrario: mientras el influjo chino llegaba tan lejos como para que el conglomerado Wanda Group adquiriera la productora Legendary Entertainment y la cadena de cines AMC, la industria estadounidense empezó a prodigarse en gestos muy significativos. Desde coproducciones —La gran muralla, Transformers: La era de la extinción— a películas diseñadas exclusivamente con este mercado en mente. El ejemplo del remake de Karate Kid con Jackie Chan es hilarante, por cómo sustituía el kárate del título por un arte marcial china, el kung-fu.

Todo envuelto, naturalmente, en controversias puntuales que suelen traducirse o bien en la cancelación de estrenos hollywoodienses por transgredir los valores chinos, o bien en la reedición/censura de dichos estrenos para su exhibición. Por no hablar de la estricta selección de producciones extranjeras —solo se permiten entre 30 y 40 por año— y de la imprevisibilidad que aún enarbola su público: todos ellos son problemas que llevan tiempo quitando el sueño a los ejecutivos de Hollywood. En el caso de The Walt Disney Company, además, ha sido especialmente dramático: la major más poderosa de la industria, sorprendentemente, no parece saber muy bien aún cómo hacer pie en China. 

Con honrosas excepciones como la acogida de Zootrópolis, y más allá del fracaso de las secuelas de Star Wars, resulta sintomático lo ocurrido con el remake de Mulán, predecesor en muchos aspectos de la jugada que prepara Marvel —en posesión de Disney desde 2009— con Shang-Chi. Mulan fue desarrollada con un interés desesperado por satisfacer a China, que le hizo experimentar múltiples cambios frente a la película original, así como una serie de polémicas que dañaron la imagen de Disney por cómo el estudio parecía respaldar las sistemáticas violaciones de derechos humanos en las que incurría su socio.

Disney optó por no posicionarse cuando su actriz Liu Yifei aplaudió las represiones en Hong Kong, ni tampoco dio explicaciones por la colaboración durante el rodaje con las autoridades de Sinkiang, donde millones de ciudadanos que profesan el islamismo son reprimidos en campos de reeducación. ¿Y cuál fue el resultado de esto? El mencionado hundimiento de Mulán en taquilla... superada ampliamente por la citada The Eight Hundred.

El punto débil de Marvel

Cuando en 2019 se estrenó Vengadores: Endgame, la cumbre del Universo Cinematográfico de Marvel acaparó todos los récords de recaudación habidos y por haber. Todos menos uno. El de película más taquillera por sala durante el primer fin de semana se le escurrió entre los dedos, con 76.601 dólares superados ampliamente por los 87.833 de The Farewell, película independiente de Lulu Wang. Evidentemente no competían en igualdad de condiciones: mientras que Endgame había llegado a 4.662 salas a lo largo de Estados Unidos, The Farewell se proyectó en cuatro únicos cines, atestados por una audiencia tan fiel y entusiasta como la que vitoreaba cuando el Capitán América levantaba el martillo de Thor.

Disney, la 'major' más poderosa de la industria, no parece saber muy bien aún cómo triunfar en China

The Farewell narraba las desventuras de una joven de ascendencia asiática que debía viajar a China —país que apenas conocía— para una estrafalaria reunión familiar: a su abuela le había sido detectado un cáncer, y sus parientes se habían puesto de acuerdo para pasar una temporada con ella ocultándole el diagnóstico. Basada en una experiencia de la propia Wang, The Farewell abordaba el choque cultural y los dilemas identitarios de una generación cuyas raíces habían quedado difuminadas al centrar su mirada en lo que podía ofrecer Estados Unidos. La protagonista estaba interpretada por Awkwafina, que irónicamente debuta ahora en Marvel con Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos. Una película con dilemas similares.

¿Está Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos abocada al fracaso? Desde luego ninguno de los condicionantes del mercado chino ha de afectar a la taquilla de Occidente, salvo el impacto de la variante delta en la asistencia a los cines, y no se deben subestimar los atractivos que puede acoger la película de Cretton tanto entre la población de vínculos asiáticos como entre los aficionados a las películas de artes marciales y los propios fans de Marvel. El acercamiento a China puede ser preventivamente tildado de fallido —uno de tantos para Disney—, al tiempo que brinda otra oportunidad de estudiar una nueva clase de blockbuster con —aparentemente y porque a Hollywood no le queda otra— mucho futuro por delante.

Es lo que garantiza que Shang-Chi, una película bastante distinta dentro del canon marvelita, conservando reminiscencias a entregas anteriores/futuras o el humor que representa una fabulosa Awkwafina, al tiempo que los combina con elementos disonantes. Algunos de ellos serían una acción impecablemente coreografiada —que el montaje y la iluminación echan a perder de vez en cuando— o un extenuante tercer acto a la estela de las superproducciones que triunfan en China, lleno de batallas multitudinarias, monstruos y la asunción de una estética hiperdigitalizada, sin preocupación por lo corpóreo, que podría sentar a su vez un nuevo estándar para el cine comercial de todo el mundo.

No obstante, la película protagonizada por Simu Liu contiene en su seno las claves del blockbuster del futuro, así como las directrices de una batalla cultural que ya parece haber erigido un ganador.