¿Cuánto es capaz de aguantar un hombre para mantener su trabajo? Esta es la pregunta que nos empuja a mirar con atención la historia de Thierry, el protagonista de La ley del mercado. Vincent Lindon interpreta a un hombre de 51 años que lleva 20 meses en paro y que cuando por fin encuentra trabajo como agente de seguridad en un supermercado sus jefes le colocan en una terrible encrucijada moral.
El director Stéphane Brizé ha seguido con minuciosidad el libro de estilo del cine social para dirigir una película imperfecta en la forma y a veces redundante en su ideología, pero en todo momento honesta con los personajes y también con el espectador, que sufre al ver que los trabajadores son absorbidos por un sistema capitalista que finalmente abarca todos los aspectos de la vida, consolidándose como el sistema de pensamiento dominante.
Hace ochenta años Charlie Chaplin utilizaba la pantomima para denunciar las condiciones de los empleados de una fábrica en Tiempos modernos. Hace solo un año, Jean-Pierre y Luc Dardenne contaban en Dos días, una noche la humillación que padece el personaje de Marion Cotillard al tratar de convencer a todos sus compañeros de trabajo, uno por uno, de que renuncien a la paga extraordinaria para que ella pueda conservar su trabajo. Todo sigue igual, el sistema es el mismo, el desprecio por el trabajador y la terrible interiorización del capitalismo a la que nos sometemos para escalar posiciones o sobrevivir.
Obviamente la película de Brizé se acerca más a la filmografía de los Dardenne que a la pantomima de Chaplin. Secuencias largas sostenidas con una cámara al hombro que provocan que ese realismo estilizado por los balbuceos de las conversaciones resulte extenuante y muy naturalista. Y como en Dos días, una noche la cámara nunca abandona al protagonista, el rostro de Vincent Lindon se erige como el símbolo de la decadencia social en la que se está hundiendo Occidente. La ley del mercado cuenta cómo el trabajador es absorbido por este sistema económico en tres pasos.
Asumir la derrota
Stéphane Brizé hace un fantástico uso de la elipsis en una narración quebrada donde van apareciendo los distintos capítulos que forman este desesperado peregrinaje hacia la obtención de empleo. La cita en la oficina del paro funciona como una abertura, como la presentación del personaje al que acompañaremos durante una hora y media. ¿Son inútiles las citas en el paro? El director contesta a esta pregunta en esta primera escena.
Thierry tiene el apoyo de su familia, una mujer que le quiere y un hijo discapacitado al que ama profundamente. Sin embargo, su frustración le lleva a un terrible estado de soledad. Todo empieza con la derrota. Brizé rueda los diálogos casi escondido, su ejercicio con la cámara es de un naturalismo muy severo, a veces lento pero tan real que nos parece estar viendo un documental.
En uno de esos diálogos el protagonista dice: “Para mi salud mental prefiero hacer cruz y raya, pasar a otra cosa”, se lo dice a unos antiguos compañeros de trabajo. A todos les han echado injustamente de su anterior empresa (que no sabemos cuál es ni nos importa) y todos luchan para denunciar su situación, recuperar algo de dignidad, pedir lo que es suyo por derecho. Pero siempre llega el momento de asumir la derrota; todo cansa, luchar también.
Adaptarse al mercado
“Quiero ser honesto con usted. Hay muy pocas probabilidades de que lo contraten”. A Thierry le toca asumir que la simple búsqueda de empleo se ha convertido en una deshumanizada rutina que se puede hacer desde casa a través de Skype. El estrangulamiento financiero del que es objeto el protagonista desemboca en una desmoralizadora secuencia, la venta de una caravana junto al mar. En estos momentos de la película es donde empieza a brotar la mirada benévola del director hacia las debilidades más humanas. Brizé se toma todo el tiempo del mundo para que la verdad emerja durante las secuencias y las reacciones físicas de los actores sean el reflejo de los insidiosos mecanismos de este devorador sistema económico.
Desvinculación social
Llega el empleo salvador. Thierry es contratado como agente de seguridad en un supermercado. Con una depurada sensibilidad y el fantástico trabajo de un Vincent Lindon rodeado de actores no profesionales, Brizé encamina su relato de secuencias encadenadas hacia una tesis brutal que justifica todas las imperfecciones de la obra. La misma que mantiene José Enrique Ema López sobre el capitalismo y su subjetivación, que este sistema promueve un vínculo social en el que no hay vínculos posibles, donde la única búsqueda es el triunfo individual.
Thierry encuentra trabajo pero la atmósfera es tóxica y el ambiente continuo de sospecha es devastador para un tipo como él, al que mandan vigilar a sus propios compañeros. Sus colegas de clase: un anciano que roba carne o una cajera que se queda con cupones. Aunque Brizé nos machaca con un mensaje que subraya una y otra vez a pesar de la evidencia, La ley del mercado es una película depurada y sensible que plantea diversas cuestiones sobre los límites de nuestro sistema económico.